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Por que estas cosas y otras no

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“Por que estas cosas y otras no,” accessed April 25, 2024, http://repositorio.fundacionunir.net/items/show/1731.

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Por que estas cosas y otras no

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Nueva Revista 129 de Política, Cultura y Arte, ISSN: 1130-0426

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Difusiones y Promociones Editoriales, S.L.

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POR QUÉ ESTASCOSAS Y OTRAS NOIgnacio VidalFolch1unque ella en la vida había leído otra cosa que Selecciones del Readers Digesty las novelas edificantesAde Pearl S. Buck o Vicki Baum, y, a partir de los añossesenta, cuando su marido empezó a darse aquellas siestasfenomenales, las historias policiacas de Agatha Christie, lacélebre pregunta de Beaumarchais, que con siete palabrascuestiona el universo, le fue formulada a Maite Gil, en edadvenerable, un sábado de principio de primavera estando lejos de su casa.Celebrar el cincuentenario de su promoción con un viaje de fin de semana fue idea de Patricia López de Haro durante el funeral por José Antonio Castellver (aquel hombreretórico, distinguido y antiguo, en las necrológicas y esquelas siguió siendo excelentísimo señor don, pero una semanadespués ni sus perjudicados le recordaban, como suele suceder), como un recurso para consolar a la pobre Gloria,viuda valiente que sonreía y se dejaba besar la vencida, moteada mano de largas uñas escarlata. Y el proyecto cuajó enel saloncito de los cuadros flamencos de Bibis de Castellnueva revista· 129283ignacio vidalfolchblanch, a la semana siguiente, durante uno de aquellos tésque ya con tan poca frecuencia, ay, ofrecía la que fueprimera anfitriona de la ciudad y que ahora, hecha una nerviosamatrona, agitaba sin cesar las manos y los pies, se mordíaellabio inferior, parecía incapaz de fijar la mirada.Gloria Castelar había asistido al té. Y estaban PatriciaLópez de Haro, y Miriam Busquets, y Tati Poch, y Tete Santiesteban... Y también Nuria Montoliu. ¡Las vueltas que dala vida! Nuria, que en el colegio estuvo acogida a la beneficencia de las monjas, se había convertido en un personajede la jet setinternacional; y lo admirable era que el éxito nose le hubiera subido a la cabeza: seguía siendo la misma pálida esfinge de ojitos de lechuza, que se sentaba en la puntade los asientos porque no le cabía el cuerpo entre los reposamanos, y seguía contando chistes un poco subidos de tonoque las escandalizaban y al mismo tiempo las hacían troncharsede risa, mientras ella, «la Montoliu», constatando losefectos de su humor con media sonrisa oblicua, se retirabaal fondo de sus blancas carnes.Las amigas se habían reconocido con alegre sorpresa,elogiando los abrigos de pieles, intercambiando noticias sobre otras supervivientes, cuál había tenido suerte en la viday cuál menos suerte, cuál se había casado bien y cuál menos bien. La primera explosión de risa la provocó AsunciónFalgosa telefoneando para informarlas de que ponía «a disposición de la comunidad» un coche con plaza para cuatroo cinco «niñas» más:«¡Mi marido nos deja el Mercedes!».—Pues mira que bien, Asuntita —dijo Bibis de Castellblanch.nueva revista· 129284por qué estas cosas y otras noColgó y secándose los ojos con su pañuelito, informó ala concurrencia:—Atentas, niñas: dice Asunción Falgosa —atipló lavoz—: «Mi marido nos deja el Mercedes».La declaración fue acogida con una especie de motíncómico; Nuria Montoliu a punto estuvo de atragantarse conuna pastita de mazapán.—Esa muchacha es ideal —dijo.—Ay —dijo Bibis de Castellblanch—, lo vamos a pasarmuy bien.Tete quiso saber que había de cómico en el Mercedesde la Falgosa. Maite Gil se avino a explicar lo evidente:—Se dice —dijo con sonrisa soñadora—, «me llevaré elcoche grande», o «me llevaré el coche pequeño». Pero esodel Mercedes... La pobre siempre ha sido famosa.En esos círculos, que alguien sea «famoso» implica queocupa algún sitio a medio camino entre lo inefable, lo grotesco y lo trivial.—¡Niñas, niñas, repórtense! —Nuria Montoliu imitó lalocución proverbial y la voz gangosa de la madre Milagros,difunta desde hace más de veinte años.Como volvieron a ponerse los pesados abrigos, prometiéndose cosas, todas tenían los ojos brillantes. Y aquellanoche, cuando uno de los chicos Castellblanch, mordisqueando distraído una galletita de mazapán, le preguntó aBibis si no se aburriría en aquella expedición de ancianascon las que, a fin de cuentas, apenas se había tratado en cuarenta años, ella, moviendo compulsivamente las manos sobrelos brazos del sillón de cretona, y sobre la alfombra lospies, calzados con los cómodos zapatos de medio tacón quenueva revista· 129285ignacio vidalfolchse ponía para andar por casa, soltó otra risa feliz que hizoreaparecerlos hoyuelos de su adorable juventud:—Pero, Guillermo, no seas bobo, ¿cómo quieres que meaburra si antes de salir, sólo de planearlo, ya me estoy tronchando?Y Maite Gil le contaba a su marido que aquello deberíanrepetirlo cada año.—Calma, Maitita, calma. Que yo me quedo solo.—Si quieres, no voy.—No, ve, ve.—Alejandro —se impacientó Maite—, si tú quieres queme quede, me quedo.—En modo alguno, en modo alguno. Supongo que yame las apañaré. Y avanzaré en mis memorias.Alejandro se tomaba como tarea transcendente la redacción de esas memorias que sus hijas le habían exhortado aescribir supuestamente para que las interesantes anécdotasde la familia no se perdieran en el olvido, pero en realidadcomo un ardid para que,por lo menos durante las dos horasque el jubilado les dedicaba cada tarde, dejase respirar aMaite.Durante esas dos horas, no se oía por la casa el irritadoflautín cascado de su voz, «Maitita, mis calcetines»,«Maitita, mi camisa amarilla», «Maite, ven... Maite, ¿dónde estás? ¡Hace diez minutos que te llamo!» La labor en el escritorio, bajo el tapiz heráldico, estaba demostrando ser ingente:todo lo que no tenía interés alguno merecía ser meticulosamente apuntado, entre sorbito y sorbito de verde Chartreuse.El pulcro manuscrito engordaba año tras año y andaba ya porlasmil páginas. Los episodios narrados se distribuían en canueva revista· 129286por qué estas cosas y otras nopítulosalternos: en los pares, Alejandro describía acontecimientos del marco histórico de su vida; y en los impares,los sucesos de suvida privada.Sin apartarse nunca de un tono apasionado, entusiasta,a su entender el único conforme al carácter sacramental dela escritura, pasaba de glosar las hazañas bélicas y la granpolítica del mundo para celebrar conmovido los éxitos desu mando en la empresa, la familia y el vecindario.Así concluía un capítulo del que había quedado tan satisfecho que se lo leyó con voz tronante a Merceditas:—«...avanzan imparables sobre las ardientes dunas deldesierto los panzer de Rommel, el Zorro del Desierto, hacialas estratégica ciudad sahariana, donde le aguarda Montgomery, dispuesto a defender, hasta la última gota de susangre británica, Tobruk».Sin solución de continuidad, la siguiente página comenzaba así:—«Para nuestra familia, agraciada por Dios con tantoshijos, el piso en Rosales, 50, se había quedado pequeño, yel 3 de febrero de 1942 nos mudamos al piso luminoso y señorial que actualmente ocupo con mi esposa en la calle DoctorSinvesa, 28».2Maite se sentía orgullosa y feliz, porque sus seis «niñas» lehabían pedido viajar en su coche (el coche grande). No menos contenta iba al volante de su Mercedes Asunción Falgosa, acompañada por Paz de Ceballos, una niña desustanciadanueva revista· 129287ignacio vidalfolchque nunca se había tomado la molestia de sacarse el carnetde conducir, la muy tonta, y por Tete Santiesteban.Hicieron alto en un merendero de Despeñaperros queles había recomendado el marido de Asunción Falgosa, paraalmorzar bajo una parra sobre una mesa de pringosos tablones que en Barcelona les hubiera parecido inaceptable; devoraron alegremente el cochinillo grasiento y la lechuga queflotaba ahogada en un lecho de agua y aceite. (A Maite Gil,como siempre, sólo le apetecía una tortillita francesa, peropor no destacar se avino al cochinillo). Durante la sobremesa bromearon sobre la forma de conducir de Bibis deCastellblanch, que al tomar las curvas inclina el torso sobreel volante en la misma dirección que gira el volante, comosi en vez del Saab con dirección asistida domase un potrodesbocado en el Hípico.—¡Qué buena idea ha sido venir!—Me siento cincuenta años más joven.—¿Os acordáis de cuando...?—¡Niñas, repórtense!Se estremecieron los flanes en sus platitos cuando Nuriacantó bajito, divinamente, el aria «L’amour» de Carmen.Luego las amigas se burlaron un poco de la beata de InmaSunyol, que preguntaba, un poco ansiosa, si mañana, sábado, se celebraría la santa misa en la ciudad.—Es que he hecho —explicó—una promesa.—Mujer, no seas pánfila, hay cuarenta y ocho iglesias—respingó Nuria Montoliu—, no te las acabarás.Otras chicas quisieron seguir bromeando a costa de lapiedad de Aurora, pero Maite Gil conocía el origen de aquellapromesa (durante la guerra Aurora había prometido a Jesúsnueva revista· 129288por qué estas cosas y otras noque si los rojos no fusilaban a su padre, ella iría a misa cadadía durante el resto de su vida; lo fusilaron. Inma perdióla fe, pero cumplió con la promesa para ir recordándole aDios qué equivocado, qué injusto había sido), y cortó decuajo las bromas:—Pues mira, Inma, a mí también me apetece asistir amisa. Si te parece bien iremos juntas.Y como Maite Gil había sido la más guapa, y se habíacasado con el mejor partido del grupo, y a lo largo de lasdécadas se había comportado como una esfinge, sin confiar nunca a nadie un disgusto, un problema o un conflicto,ahora ocupaba el centro de un área de dignidad y buenasuerte del que todas querían permanecer cerca, o por losmenos no ser excluidas. Las bromas cesaron de golpe. SóloTete Santiesteban... —todas recordaban, la mañana en unrincón del patio, del colegio en que Tete Santiesteban lesdijo que cuando su papá creía que se había quedado soloen casa bailaba desnudo a la música del fonógrafo, todashabían pasado horas en blanco en la cama viendo el padrede Tete bailando desnudo en la oscuridad de sus dormitorios, y al brillante disco negro girando...— Tete Santiesteban,a la que se le había puesto cara de bulldog, dijo irónica:—Reginae Hispaniae locuta, causa finita est.—¡Eh! ¿Os acordáis de cuando...?Rieron y disfrutaron hasta que Asunción Falgosa advirtió:—Nos van a dar las tantas si no espabilamos. Y yo «odio»conducir de noche.Todas «odiaban» conducir de noche.Llegaron sin prisas a la alta ciudad amurallada cuandoel crepúsculo teñía de morado las torres del Alcázar. Despuésnueva revista· 129289ignacio vidalfolchde descargar las maletas, algunas de las niñas todavía cenaronen un amplio comedor de fábrica conventual, de ventanalesgóticos que daban sobre la llanura, pero la mayoría estabanexhaustas y se retiraron a sus habitaciones, no sin pedir antesa un maîtremuy amable y cortés, de ojos melancólicos, queles subieran tazas de té o vasos de leche con galletitas.3Era la primera noche en muchísimos años, que Maite Gilse acostaba sola. Extrañó la excesiva calefacción, la cama,lacompañía de sus amigas, que la habían aturdido. A medianoche se levantó y fue al cuarto de baño, a por un vaso deagua que le ayudase a tragar cierta píldora verde y blanca,remedio infalible cuando se sentía nerviosa o angustiada.A las dos prendió la luz de la mesita de noche, tomó otrapíldora, miró una película de la televisión. La trama era estúpida y los protagonistas, una pareja de jóvenes malhablados, disparaban pistolas y fornicaban sin tregua. Maite apagóel televisor hastiada y, agarrándose con fuerza a la almohada,intentó forzar el sueño. En una revuelta, vio en el marco dela ventana en ojiva el cielo negro, por donde cruzó una estrella fugaz.La píldora empezó a actuar: la envolvió en una sensaciónde alivio. De ligereza. Pensó en Gloria Castellver, que tandesmejorada parecía la pobre y a pesar de todo durante elviaje había intentado bromear dos o tres veces como si no viniera de serle amputada la mitad de su vida. Gloria no sabía—Maite se llevaría a la tumba aquel secreto tan delicado—nueva revista· 129290por qué estas cosas y otras noque antes de conocerla José Antonio había cortejado a Maite,le había «cantado la palinodia» en el Hípico y sólo despuésde «recibir las calabazas» se había vuelto hacia Gloria.—Era encantador —pensó—. Yo creo que Gloria ya nolevanta cabeza.¿Le afectaría a ella tanto la muerte de Alejandro? No, sedijo incorporándose, empujada por el muelle de la revelación. «Ay, ahora sí que no voy a dormir ni de broma».A las siete ya se había bañado y despachado una taza deté, y se encontraba en el vestíbulo, sintiéndose muy fatigada. Inma Sunyol, envuelta en su visón, apareció sonriéndolea través del soberbio encaje de la mantilla que ya se habíacolocado sobre la azulada cabellera.El sol apenas despuntaba cuando las dos ancianas entraron en la iglesia de la Vera Cruz.La iglesia estaba vacía salvo por una docena de beatasvestidas de negro apelotonadas al fondo de la nave, juntoal altar. Maite se sentía a disgusto entre las grandes estatuassuspendidas de las columnas, gigantescos evangelistas y profetas armados con báculos dorados e imbuidos de la impertinente vanidad del barroco que aplastabancon desgana serpientes,moros, diablos cornudos y dragones.Inma Sunyol se adelantó hacia el altar a pedir cuantas aldios en el que no creía, y Maite hizo algo insólito, inimaginable en circunstancias normales: se demoró ante una capillacomo si fuese una turista cualquiera, luego pasó a otra máscerca de la puerta, y de pronto se halló fuera de la iglesia.Un tramo de la muralla cierra la plaza de la iglesia dela Vera Cruz. Apoyada en una almena Maite Gil estuvo contemplando la salida del sol sobre el océano de las espigas.nueva revista· 129291ignacio vidalfolchEl viento racheado hacía flamear el pañuelo que llevabaanudado a la cabeza y mecía a un mirlo negro que, incapazde elevarse hasta las almenas, buscaba refugio en la pared depiedra. Un grupo de turistas irrumpió en la plaza y la cruzóhasta colocarse a la espalda de Maite. Vestían ligeros anoraks en los que lucían estampadas las palabras «Viajes Benidorm».—La ciudad —dijo el guía— fue un asentamiento íberodesde el año 700 antes de Cristo y los romanos la conquisVIIIla captutaron en el año 80 antes de Cristo. En el siglo raron los moros, y en 1079 Alfonso VI la recuperó...Los hechos antiguos que pregonaban ella ya los conocíaporque años atrás había estado allí con su marido, y habíanescuchado a un guía parecido al de «Viajes Benidorm». Elrunrún del discurso se enredaba con el soliloquio interiorde Maite, que sin querer recordaba episodios desagradablesde su vida con Alejandro.Una renuncia, una promesa incumplida, una lenta decepción,un desengaño, la primera vez que se permitió llorardelante de ella, la segunda vez... y a partir de entonces pareciótomarle el gusto y Maite había dejado de contar.—Entonces la ciudad vivió una época de esplendor, queXVI.se prolongaría hasta la plaga de peste de finales de siglo Pero tras dos siglos de decadencia el invento del ferrocarrilimpulsó...Es curioso, pensó Maite, tengo la mente como sus Memorias, se me mezcla todo...—Ahora fíjense, enfrente de ustedes, esa imponentemole, el Alcázar, que durante dos siglos fue palacio y residenciade los reyes. El edificio original fue destruido por unnueva revista· 129292por qué estas cosas y otras noincendio en 1862 y ha sido restaurado respetando la plantay estructura original...Entonces —el mirlo había desaparecido de la vista— lesobrevino a Maite Gil la pregunta:—¿Por qué estas cosas y no otras?Cuando Aurora Sunyol salió del templo y no se encontróa su amiga esperándola, creyó que habría regresado por sucuenta al Parador.Pero allí tampoco estaba. Algunas de las viajeras protestaron porque el retraso de Maite les hacía «perder el ritmo».Otra recordó que ya en el colegio «la reina de España» sehacía esperar, se retrasaba siempre. Por la noche estabantodas muy preocupadas. ¿Qué le habría pasado? Las niñas—lo mejor de la sociedad, la flor de cada casa— se sentíanabandonadas, desvalidas, perdidas.Pero, pensándolo bien, no es verosímil que una señoraasí deje su vida y comience otra, o se la quite. Las señoras asíno cambian de rumbo, a no ser a consecuencia de una depresiónlarga, profunda y dolorosa. Digamos mejor que AuroraSunyol salió del templo, tomó del brazo a su abstraída amiga, y juntas, hablando de sus cositas, fueron a reunirse conlas demás para proseguir la jornada. PUBLICADO EN NUEVA REVISTA N.º 64 (1999)nueva revista· 129293