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Mantener en pie

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“Mantener en pie,” accessed November 22, 2024, http://repositorio.fundacionunir.net/items/show/1728.

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Mantener en pie

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Nueva Revista 129 de Política, Cultura y Arte, ISSN: 1130-0426

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Difusiones y Promociones Editoriales, S.L.

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MANTENER EN PIEUNA MEMORIAJosé Jiménez LozanoLAS COSAS GUARDAN MEMORIA DE HOMBRE: TODA ESA REALIDAD QUE LLAMAMOS «PATRIMONIO HISTÓRICOARTÍSTICO» NOES PRIMORDIALMENTE UN «TESORO» O UNA «POSESIÓN» DECORATIVA, SINO EL ÚNICO SUELO SOBRE EL QUE PODEMOS POSEERUNA IDENTIDAD Y SENTIRNOS PARTE DE UNA HERENCIA COMÚNCON OTROS HOMBRES.Quizás o seguramente lo mejor será seguir siendo cartesianos o spinozianos en tiempos de muchas nieblas y humoscomo estos tiempos nuestros, y asirse a alguna sólida geometría: «Pienso, luego existo», o «Los tres ángulos de untriángulo forman dos rectos». Así que, a nuestro propósito,al que nos reúne aquí esta tarde, podemos establecer paracomenzar, un pequeño discurso crítico, lo que parece unaespontaneidad de lo humano: tratar de apresar la bellezadel mundo y lo que al hombre le ocurre de gozoso o lacerante, plasmarlo en figuraciones o escritura, y mostrarlo;y, desde luego, hacerse acompañar de ello en vida, perotambién llevarlo hasta la tumba como un relumbre: comoun fulgor de lo que fue y por la muy sólida razón de habersido. Ni la tiniebla, ni la nada, ningún poder del mundo ynueva revista· 129123josé jiménez lozanodel transmundo, pueden hacer que no haya sido. De manera que los hombres no sólo es que se hayan ido rodeando,para pasar la vida y tragar la muerte, de esos esplendoresy memorias, es que se han construido con ellos, y son loque han acarreado y armado en esa empresa, que quizás unpoco pedantemente, pero con eficacia, Monsieur Foucaultha llamado «la tecnología del yo».Sé muy bien que, en este momento, la dogmática imperante y sus estereotipos se oponen a esa espontaneidad delo humano de que hablo, y la relega como cosa usada o nodigna de estos tiempos de plenitud, al desván de lo no significativo, de las actitudes intelectuales y existenciales del pasado, totalmente periclitadas; mientras se nos enseña que lavieja cultura de las esencias ha muerto, que los seres no son,y la belleza no sería, entonces, otra cosa que una convencióncultural de otros tiempos, quizás incluso una convención declase o de poder, y que en último término, en el orden de lasartes plásticas como en el de la filosofía y la escritura, elgrosor y consistencia de lo artístico vienen exclusivamentedados por la expresión de una subjetividad: la del artista oescritor demiurgo, que crea mundos y universos en muchomenos de ocho días y sin dubitación, sin lucha con la tiniebla, sin pasmo ante la luz, y sobre todo sin el rostro del hombre,y sin necesidad de acabar luego haciendo desfilar a lascriaturas recién salidas del horno y con olor aún a pintura,para nombrarlas.No se reconoce, según esta auctoritas vigente, ningunacapacidad cognitiva a la filosofía, y tampoco ninguna legitimidad en la pretensión de belleza en el arte, y éste seríarealmente un puro caleidoscopio de divertimento, figuranueva revista· 129124mantener en pie una memoriaciones y lenguaje plástico o de escritura que no nombra—y al que también se niega su capacidad para hacerlo— ysólo debe relucir como bengala o sol de exhibición de ingenio y juego. Filosofía, escritura y «bellas artes», como se lasllama, tienen únicamente una sola razón de consistencia,y ésta es puramente instrumental o funcional: la de aliviarcon sus juegos formales los desaguisados o amargas catástrofes causadas por el cerco triunfante del progreso técnicocientífico y sus construcciones faraónicas: desde la política,reducida a condición ancilar de las finanzas o los «media»,hasta la empresa de producción de una humanidad sin «yo».Pero feliz. Ésta es la primera humanidad que ya se sientegozosa en su ailustración, y ya ha perdido su longitud de onda,el lenguaje y la capacidad de conceptuación y sentimiento enrelación con todo lo que, para decirlo cervantescamente, tiene «un peso de ánima»: los libros, los cuadros, las cosas. Lamirada de un retrato sobre talla, o el lamento del Officiumtaenebrarum de Couperin, el alabeo y blancor de una paredde barro enjalbegada y con una raya azul, no producen ecosen sus adentros, ni trastocan o enervan su existencialidad.Y sobre la obra artística caerá luego, como cuervos, todo unenjambre de mantras técnicos. Kierkegaard había dicho queserían como los escalpelos de los expertos en autopsias delInstituto Médico Forense. Y no se equivocó ni un ápice.Por su parte, para toda esta dogmática que convierte loartístico en juego e ingenio, en la Cruz Roja o en el intendente de festejos que aparten los ojos de la miseria y la gloriadel ser hombre que la belleza artística trasluce, Schopenhauertenía una palabra aún más dura: la de «impiedad», y ésta,entendida en su sentido fuerte, tal y como la entendían losnueva revista· 129125josé jiménez lozanoantiguos griegos; como «hybris» y desafío a los dioses quellevaba lógicamente a la ruina del mundo. Yo no haría tanto,ni podríamos ya hacerlo a estas alturas porque, para la «impiedad» o para ser «impíos», se precisa tener la inteligenciay la existencialidad ancladas en un universo de seriedad yconsistencia, con tantas luchas con los dioses, tantas tensiones con la nada, tanta conversación con los muertos, ytanta laceración y enamoramiento de la belleza de Helena,que obviamente son cosas absolutamente alejadas de nuestra conciencia cultural y de nuestra propia existencia, y desde luego del discurso postmoderno, más parecido que a otracosa a un teatro de doña Manolita Chen,aunque sea caro yde muchos tenedores o estrellas, y dineros y fulgores internacionales por lo tanto.No parece que hubiera mucho interés en mantener, entonces, una especie de diálogo de sordos con una dogmáticacontundente y altanera, por un lado, y al fin sólo dos dedosde enjundia de una pura nada, por el otro. Pero es que estetrasbordo o la banalidad en la cultura en que vivimos, alzatranquilamente sus esplendores en medio de los mataderosde la historia cuya sangre olemos y nos invade cada día ennuestra propia estancia con los medios de comunicación, ylos toma a beneficio de inventario. Los hombres y la subsistencia de lo humano, su saber y su gloria, su memoria y surostro, son eludidos o convertidos en divertissement. En Elnombre de la rosa, del señor Eco, hay seis asesinatos, y podríahaber cien: la muerte de los hombres carece de importanciaen comparación con los artilugios de la biblioteca semoviente, exactamente como bajo el rey Nimrod, que construía laTorre de Babel, había lamentación por un ladrillo que senueva revista· 129126mantener en pie una memoriapartía, pero ninguna por los trabajadores que caían extenuados; y así se nos hace estómago para devorar cadáveres,o se nos hace abrir la boca admirativamente ante el bote deCocaCola o las sopas Campbell del señor Andy Warhol.Y todos debemos abrirla y tener los mismos pensamientosde pasmo, también exactamente como bajo el rey Nimrody su Torre, símbolo del más profundo y atroz totalitarismo:la producción de hombres en cadena que tengan los mismos pensamientos y muevan los labios del mismo modo.Generaciones enteras ya no han pasado, ni van a pasar porDescartes y Spinoza, y están siendo sacrificadas a esas admiraciones; serán incapaces de sentirse conmovidos por labelleza o la presencia misteriosa de un mundo o de unosojos en una tela: en Rembrandt, Velázquez, De La Tour oPeter de Hooch, pero también en los cuadros de aquelloscuyo nombre, para su fortuna, es más pequeño que su obra.Y esto es así, porque lo que se pretende —y ya se estáconsiguiendo o se ha conseguido en buena parte— es arrancaral hombre del mundo, borrando su espontaneidad haciala hermosura, y su memoria del pasado, sin cuya raíz no hay«yo» ni hombre que valga. De manera que por esto, precisamente, es por lo que el último de los hombres que protejauna pequeña incisión en una piedra o un trozo de viga pintada de azul y rojo, verde u oro, con polígonos y estrellas—el sueño pitagórico del cosmos y el cielo del Único—, secontará desde luego entre los diez justos que seguramentetambién hay en nuestro tiempo, bastante más bestia y muchos menos divertido, por lo demás, que lo que debieron seren sus días, Sedom y Amora. Se contará entre los bienaventurados, como Juan de la Cruz o Francisco de Asís, que renueva revista· 129127josé jiménez lozanocogían un simple papel que encontraban escrito porque allíhabía pensamiento de hombre, y un solo pensamiento dehombre vale más que el mundo. Entrará en el Paraíso, comoMr. Oscar Wilde prometió a un viejecillo que, en medio delos insultos y burlas de los que aquél estaba siendo objetoal salir detenido de su casa, acusado de homosexualidad ycorrupción moral, se acercó al escritor y le dijo: «Muchasgracias por sus libros, Mr. Wilde». Éste le contestó: «Por mucho menos de lo que usted acaba de hacer, muchos han entrado en el Paraíso». Es decir, por preservar la memoria yluchar contra la tontería, que siempre es algo tan descorazonador y desesperante.LAS COSAS GUARDAN MEMORIA DE HOMBREDe manera que, cualesquiera que sean las razones que cadauno de ustedes tiene para preocuparse de la hermosura delpasado, reconstruirla, leerla y hacerla presente a nuestro mundo,lo que es seguro es que eso les convierte en protagonistasdel quidcultural de nuestro tiempo, que es el de la subsistenciahumana y plenamente humanizada, tanto en el planoindividual como en el colectivo. Y, precisamente porqueesta reunión o intercambio o discusión, en torno a problemas de conservación de una herencia arqueológica y artísticase acoge al nombre de Hispania Nostra, lleno de resonancias y capaz de acoger las que todavía resuenen, esperoque sea pertinente hacer unas cuantas pequeñas reflexionesen esa dirección y sentido.La palabra «patrimonio» queda referida, al ser enunciadaahora entre nosotros, al conjunto de bienes arqueológicos yartísticos, muebles e inmuebles, que nos vienen de siglos panueva revista· 129128mantener en pie una memoriasados; y es inevitable que tal enunciación, tanto si se utilizaen la burocracia como si eso sucede en el lenguaje de la industria cultural o cultura funcional y de consumo, atraiga laatención exclusivamente a su materialidad; lo que no es poco,ciertamente, y sería suficiente para hacer cuenta y compensartantos tiempos de incuria y abandono, o venalidad; pero nodesigna de manera bastante la central entidad de esa realidadartística para nuestro tiempo y para nosotros mismos.Lo que hay que decir, por lo pronto, es que la búsqueda,el encuentro, el cuidado, la restauración, la puesta ahí enpie de las culturas del pasado en esas sus expresiones debelleza se yergue, en primer lugar, contra la voluntad de exterminio de las mismas, que ha estado en las horribles dictaduras de este siglo, y ahora es puesta en práctica igualmente en la llamada «neocultura». Alguien como PhilippeSollers, que ha tenido que conjurar el embrujamiento porél mismo padecido ante aquéllas y ésta, ha formulado muyexactamente la cuestión: «Se intenta esconder los testimoniosde la cultura precedente, precisamente como hicieronlos nazis y los estalinistas, guardando celosamente las cosasque tienen un valor (porque el tirano sabe lo que tiene valory lo que no lo tiene). Se trata de hacerlos desaparecer prácticamente porque, por el solo hecho de existir, acusan al tirano. En su lugar, se crea un arte para el pueblo, un arte extremadamente simple, publicitario, estereotipado. La imagentelevisiva sustituye a la pintura, el eslogan al gesto interior».Y podríamos añadir: la decoración, que ahora se llama «interiorismo», a las aventuras interiores que son las únicas aventuras del hombre, como dice el «Maítre de Santiago», deHenry de Montherlant, haciéndose eco de Agustín de Tanueva revista· 129129josé jiménez lozanogaste en último término: in interiore hominis habitat veritas,y con ella los mil mundos del mundo: mares y océanos, tierras familiares o ignotas, fauna y flora de la realidad y de loimaginario, la maravillosa variedad de los rostros humanos,en fin, y los temblores y fulguraciones de sus ánimas, su inteligencia, su corazón y sus sentidos. Y todo esto es lo quese pone en pie, cuando se yerguen esas antiguas hermosurasdel arte de otro tiempo, o las vasijas y herramientas arqueológicas que son cosas con memoria de hombre. Como memoria, lleva igualmente la belleza y, tras irrumpir con fulgoren nuestros sentidos y adentros, la deposita allí como recuerdo de hombre y su aventura, desde luego; pero tambiéncomo semilla de una instancia crítica de nuestras seguridades, arruinándolas, y evitando, además y por eso mismo, queel futuro sea pura continuidad del presente. Esto es, frustrando el intento de sátrapas y demiurgos decididos a abolirla historia, que naturalmente les desnuda.Cuando se hace fulgurar, así sea en un leve resplandor,aquella belleza soterrada o destruida, ocurre ciertamenteese instante crítico, y en su ámbito es donde surge nuestro«yo» de hombres, porque ahí somos cernidos y cribados ennuestra sensualidad y nuestra ánima, por el icono que nosmira o la geometría que tenemos que leer. ¿A costa de cuánto, a veces? Y ese es nuestro ejercicio humano. Ciertamente, los designios de aplastamiento o banalización del hombre lo saben y, por ejemplo, no es ni mucho menos una puraerupción de fanatismo político un hecho como el de la famosa «Revolución Cultural» china del señor Mao TseTung,de liquidar todo monumento artístico, toda memoria del vivir humano como los cementerios. Fue, por el contrario,nueva revista· 129130mantener en pie una memoriauna muy lúcida decisión. Salvo la Ciudad Prohibida, ahorradaa ese designio por los esfuerzos del señor Chu EnLai,no queda en China piedra sobre piedra de la belleza de supasado, pero tampoco ni rastro en la mente de las nuevas generaciones de que eso sea una espantosa pérdida, ni la capacidad de apreciarlo, si mañana pudiera resurgir. Pero, mutatismutandis, éste es el fenómeno mismo que se está dandoahora por todas partes en nombre del «espíritu del tiempo»y la «nueva cultura», que incluso pueden echar mano, parasus fines, de rentables happenings y éxitos comerciales ypolíticos, de lo que llamamos «patrimonio artísticohistórico», evitando que nos trastorne su belleza y nos inquiete sumemoria, convirtiéndolo en decoración y fasto, banalizandosu presencia, que de otro modo sería peligrosa.Esas ruinas, esa soterrada o deslucida belleza antigua,cuentan inevitablemente una historia de perdedores o de silencio como algo que está aún pendiente y por saldar, o unahistoria de amor y gloria que, de todos modos, conmuevenuestro presente; en cualquier caso, son noticias del hombreaplastado o libre, resplandeciente en su hermosura o vencidopor el sufrimiento; y en esa tormenta y desespero, o en el sosiego y la melancolía, se alza y respira una especie de espejo y contrafigura de lo que es su «yo», del hombre que es sujeto y señor de todo eso, y en cuyos seis pies de tierra de suánima no manda nadie: «Ni Chancelier ni personne», segúnla soberbia fórmula de Monsieur L’Abbé de SaintCyran.El retrato de Descartes por Frans Hals, los retratos de losmercaderes toledanos de El entierro del señor de Orgaz, delGreco; el cántaro de El aguador, de Velázquez, pero tambiénla simple pata de cabra en el encintado de una construcciónnueva revista· 129131josé jiménez lozanomudéjar, nos fascinan con su hermosura, que primera es sacarnos de las casillas de nuestra cotidianeidad, y luego establecer entre aquellos universos y nosotros un encuentro,que está lleno de riesgos para nuestros valores establecidoso la pura facticidad. Sencillamente porque esas hermosurasnos hablan desde un tiempo ya pasado y, por lo tanto, sin intereses ni mentiras o encubrimientos. Nos muestran cómolos hombres miraron y vieron el mundo y la historia o la naturaleza, su cuerpo y su ánima, cómo pensaron y sintieron,revelándonos así al trasluz de todo eso lo verdadero y lo falso,lo justo y lo injusto, lo hermoso y lo horrible, lo habitable einhabitable de un universo entero; y somos aleccionadosen humanidad. Los ojos de los muertos nos son ofrecidospara mirar nuestro tiempo, sus antiguas estancias para nuestro consuelo, y la alegría y el refrigerio de la sombra que lapequeña pisada de una cabra hizo en la duna abrasada porel sol, se traspase luego al muro de ladrillo de las casas quehabitamos. Todo esto nos construye como hombres, y nosinstruye acerca de que de ningún poder podemos esperar talinvestidura, ni nada puede salvarnos fuera de nosotros: fuerade ese momento de irrupción de la hermosura, o de los instantes de la alegría y el juego que nos liberan de toda constricción y nos regalan un «plus de vida».EL PATRIMONIO «HISTÓRICOARTÍSTICO»Así las cosas, toda esta realidad, que llamamos «patrimoniohistóricoartístico» no es, pues, radical y primordialmente, untesoro o posesión, todo lo valioso que se quiera en la bolsa delas cuantificaciones del dinero o de las consideraciones académicas, sino el suelo y territorio únicos sobre el que podenueva revista· 129132mantener en pie una memoriamos ser nosotros mismos, y experimentamos, además, comoformando parte de una común herencia con otros hombres.La manifestación artística, en cualquiera de sus expresiones, escapa por supuesto a determinaciones de tiempo y espacio, y su epifanía se realiza ante lo profundamente humanoque está en todos los hombres, y constituye la naturaleza misma de lo que se llamó humanismo en el sentido a la vez obvioy profundo que está en Shakespeare —o luego en el padreLas Casas, en memorable discusión con los aristotélicos yhumanistas académicos acerca de lo que es un hombre—,y constituye la más simple y apodíctica de las enunciaciones:si alguien tiene dos ojos, nariz, boca, brazos, piernas y otrosmúsculos, lo dulce le sabe dulce, y lo amargo, amargo, seconmueve con un beso y se duele al golpe de un látigo, y labelleza le devasta y fascina, es que es un hombre. Y lo quees nos importa. Por eso precisamente es posible la comunicación de hombres a hombres por encima de los siglos y todas las diversidades a través de la sensibilidad de las formas,en qué consiste esencialmente lo artístico, de manera muchomás inmediata y profunda que como eso sería posible conmediaciones especulativas y abstractas.Pero no menos cierto es que, también precisamente porque la expresión artística se realiza a través de la sensualidadde las formas y en ellas se expresa necesariamente la existencialidad concreta del «yo» y de cada grupo humano con unacierta mirada sobre el mundo, se puede hablar de un arte ouna escritura «nuestros»: porque nos construye de modo colectivo, de modo colectivo nos expresa, y es nuestro lenguaje.La belleza que pueden ver nuestros ojos o su ausencia,la distinta variedad de las formas que se expresa en nuestranueva revista· 129133josé jiménez lozanoexistencialidad a través de nuestra vida y son nuestra común experiencia, nos determinan inevitablemente. Y así, sien esta Hispania Nostra se da, pongamos por caso en suliteratura, una específica melancolía añadida al ethos de uncierto Renacimiento; si se ofrece una especificidad de laexperiencia y la expresión mística o sopesamiento del mundo como nada, pero ámbito de una fulguración de amor, sabemos muy bien que eso tiene mucho que ver con la mirada más material y cotidiana por parte de los españoles: loshabitats de impronta oriental con los espacios vacíos, la medida minúscula, la umbría y la blancura, las geometrías yrelucencias en maderas y cuero o plata; el hortus conclususeuropeo convertido en recinto de agua y frescor, pero también sin sombra ni humedad, en estancia africana de unadura ascética: la pared de barro y el suelo de cantos, el pozooscuro o seco, la higuera y el gorrión, símbolos del desespero, el abandono que muerde. ¿Cómo no se levantaría aquí,como en el pobre mechinal de Cenicienta, una carroza decristal en la que marchar a las Indias Occidentales dondese habían encontrado árboles mitad vestidos con su verdorde primavera y mitad de vidrio como aposento del rocío?,¿y cómo extrañarse que gentes del común escucharan pasamadas el más alto desiderium estético jamás pronunciado,y esto en medio del esplendor renacentista y la coruscanciabarroca: «Hermanos, no hemos venido a ver, sino a no ver»?Todavía llaman hoy las gentes, que saben castellano y lo hablan —no lo manejan, ni lo reinventan, sino que lo sirveny utilizan con el cuidado que se pone con una taza de vidriode Cadalso— «figuras» y «figuraciones» a todo lo que tratan de definir como mentira.nueva revista· 129134mantener en pie una memoriaEl mudéjar más puro: el de la naguela y «la habitaciónde dentro», la celda carmelitana o el colgadizo recortado entriángulo, el muro con paños o puramente blanco y rematado en ojo de herradura, o el ajimez de madera o cuerda opañizuelo, ajusta o alquitara las formas europeas que nosllegan, el novum que resulta modela la experiencia humanadesde la candidez de la infancia que es edad que siemprehace las preguntas incontestables, y todas desde el asombro. Y, en esta Hispania nostra, muchos de sus hombres fueron acompañados por el gótico y su ámbito, un arte todo loespiritual que se quiera pero al fin producto civil del poderseñorial y laico del obispo, el municipio, la ciudad y los gremios mercantiles, y, en último término, producto tambiénescolástico y dialéctico, en el que la luz, la ratio, la músicay la matemática se expresan juntamente; pero otros muchosde sus hombres fueron enseñados en la tradición orientalpor la laceración de la belleza ausente, únicamente presentida, y que habría que señalar o se podría señalar únicamente en el humilde resplandor de una cosa o la forma más levede unas letras, en las que si faltase un acento o un punto,el mundo entero se jugaría su existencia.¿Cómo sabríamos que somos españoles y tenemos unacierta ánima como la ecúmene de todos, sino porque aquí laojiva de un monasterio gótico, o románico, o cisterciense, ola cristalera emplomada de un gabinete de estudio, como elde Erasmo o Spinoza, podía dar y daba a un huerto islámico,y un mirador de casa judía, en el que se cosía o meldaba, dabao podía dar al jardín de unas monjas bernardas? Todo esto,además de entregarnos una singular belleza, nos entregó unafundante idea de nación o lugar de nacimiento de todos conueva revista· 129135josé jiménez lozanomo única definición de sí misma, sin que luego importen lalengua, la cultura, el color de la piel, los pensares y las otrasactitudes sobre el mundo y el trasmundo. ¿Y hay algo más urgente, en este mismo instante, que poner en pie la memoriade ese mundo nuestro del pasado, cuando la nación vuelve adefinirse ahora por la raza o la religión y sobre todo la cultura,y entendida ésta miserablemente desde el punto de vista antropológico? Los mataderos humanos están bien servidos, sila respuesta a la pregunta por la nación de la que somos nopuede ser respondida como en las Antiguas Españas —«Españuelo de la Andalucía, Castilla o Cataluña»—, o no es ladel aquel grupo de mozalbetes judíos, moriscos, francos,tudescos y cristianos, cogidos por los corchetes por soltar toros por la noche y a los que el corregidor preguntó: «¿Y dequé nación son los mozos?». «De la nación de Medina, señor.Y en ella nos hemos criado», respondieron.LA URGENCIA DE PONER EN PIE LA MEMORIASeguramente importa plantear así de radicalmente las cosaspara no abrigar ni la tentación siquiera de considerar estarealidad que llamamos «Patrimonio históricoartístico» comouna objetividad circunstancial, mero producto de la sociología,la economía, las instituciones políticas o religiosas, yen suma de lo que llamamos historia o hasta de los imbéciles esoterismos que se han puesto de moda como ejercicios de un irracionalismo harto peligroso.Ese patrimonio así considerado sería desde luego «cosainstrumental», y esa consideración lleva consigo su destinode muerte, falsificación, o uso para fastos y ventas. Es decir,para todos los diversos momentos de una sola ceremonianueva revista· 129136mantener en pie una memoriaen la que se encarna la categoría central de la «nueva cultura»; el fin de la historia del hombre, el gran baño en elLeteo, el río del olvido.Poner en pie una memoria es una empresa arqueológicay hermenéutica que exige un esfuerzo técnico y científico, yuna probidad intelectual absoluta; pero además algo así comola renuncia a todo lo que somos para ser otros y poder entablar comunicación con los hombres del pasado, e incluso serellos mismos para entender y levantar lo que de su espírituy sus manos brotó. Es decir, exige ese despojamiento de símismo que el narrador ha de hacer, al contar, viviendo otrasvidas que no son la suya, pero como si lo fueran. Porque así,y sólo así, podrá vivirlas y revivirlas saliendo también de lasuya propia. Pero dejar hablar su lengua, ofrecer su belleza,a un icono o a unas piedras, a un edificio o a una talla, y permitir que esa conversación y mirada resulten hechas presenteahí por la reconstrucción y la restauración, es idéntica y solitaria tarea, e igualmente arriesgada, porque la tentación delrestaurador, como la del narrador, es ser un demiurgo y fabricar su mundo, que es tarea de farsante y falsificador o, sinos ponemos serios, demoníaca: pura colonización y aplastamiento de las cosas que guardan memoria humana, y quesólo muestra lo que también seríamos capaces de hacer conlos hombres. La palabra de un texto debe conservarse incorrupta, exactamente como debe hacerse con una piedra, peroa la vez hay que hacerla hablar, sin añadir nada, sin excluirnada: sólo lo que ella dice. Sin dictarla ni pervertirla ni embellecerla, enmascararla o banalizarla desde las categorías delo que la neocultura tiene como plenitud de los tiempos: este tiempo nuestro y, por ejemplo, lo politically correct, quenueva revista· 129137josé jiménez lozanopor lo demás no es, desde luego, asunto nuevo e inédito. Sería suficiente recordar el necio y salvaje fanatismo del primercristianismo histórico politizado, que comenzó con una inmensa tarea de destrucción y acallamiento, o de colonizacióny perversión de la cultura pagana antigua, por donde siemprese comienza esa barbarie: por los libros y, antes, por la liquidación del arte plástico y las edificaciones. En medio deesa barbarie, se yergue la figura del obispo Pegaso, como encarnación y símbolo de lo que siempre será la piedra angularde la pervivencia de lo humano, protegiendo y preservandotemplos, y pinturas, estatuas, telas, altares, piedras, lucernarias, y la última brizna de hermosura sin más, y su resplandorno debería perderse.Quizás la tarea central que en nuestro mundo —rebussic stantibus— queda a los hombres del saber y de la cultura, en sentido fuerte y fundante —como simbolización delo real y construcción del «yo» del hombre, comenzada hacesiglos en Grecia y Roma, y en el humus del judeocristianismo, para el hombre occidental— no sea otra cosa, en últimotérmino, que la que Aldous Huxley afirma que fue siemprela tarea de los místicos en su translucencia mundana, suhacer en el mundo: la de neutralizar o restañar en lo posible«una parte de la ponzoña inyectada al campo político porlos estadistas, financieros, industriales, eclesiásticos y losmillones de indiferenciados que llenan las filas inferioresde la jerarquía social». Y mucho más en un momento comoéste, en que los Estados se han convertido en confesionalesde lo cultural y lo que se llama «la cultura», incluida la generalización educacional, se ha revelado —después de suconveniente manipulación— en el instrumento políticonueva revista· 129138mantener en pie una memoriamás eficaz para el dominio oficial y en su caso para la movilización de «miles de personas hasta ahora inmunes a lainfluencia de la mentira organizada, y a la seducción de distracciones incesantes, imbéciles y degradantes» para la inteligencia; y entre ellas la reducción de lo artístico a bibeloto interiorismo, albañilería o exposición en el zoco.Por todo esto, decía que este asunto del «Patrimonio históricoartístico» es tan decisivo para cada uno de nosotrosy para la colectividad; esto es, para que España, sin ir másallá, siga siendo res nostra. No caben minoraciones. Al encontrárnoslo ahí, y mucho más entre quienes tienen, comoustedes, por cargo u oficio el buscarlo, levantarlo, mantenerlo en pie y hacerlo presente, hemos de leerlo con los ojosde los muertos: los suyos; y dejarnos leer por ellos sin rebajar en nada o falsear la instancia crítica que el pasado constituye, y la única de que podemos fiarnos.En cierto sentido, esta tarea o esta guerra se hace además y sustancialmente, como la vieja guerra de Troya, porla belleza de Helena. Hay que esperar en la obstinación yel orgullo o el desespero para que la belleza siga estandoahí, y podamos tener una vida humanizada en vez de planay meramente utilitaria y de cosa instrumental.De estas resistencias se ha ido tejiendo lo que todavía somos: hombres con un yo, y una memoria que a fin de cuentas es por la que sabemos que somos «yo». Parece claro*.PUBLICADO EN NUEVA REVISTA N.º 46 (1996)* Conferencia inaugural del ciclo «Patrimonio y Sociedad», organizado porISPANIANOSTRAy pronunciada el 30 de junio de 1995 en Valladolid.Hnueva revista· 129139