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La novia de mis suen¦âos

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“La novia de mis suen¦âos,” accessed April 23, 2024, http://repositorio.fundacionunir.net/items/show/1721.

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La novia de mis suen¦âos

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Nueva Revista 129 de Política, Cultura y Arte, ISSN: 1130-0426

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Difusiones y Promociones Editoriales, S.L.

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Nueva Revista de Política, Cultura y Arte, All rights reserved

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es

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LA NOVIADE MIS SUEÑOSMark Twaina primera vez que la vi, contaba yo 17 años y ella15, y la vi... en un sueño. La cosa ocurrió impensaLdamente, como tiene que ocurrir enlos sueños. Yo iba cruzando un puente enlas afueras de un pueblo y ella marchabacinco pasos delante de mí. Medio segundoantes ninguno de los dos nos encontrábamos allí. Detrás de nosotros quedaba el último caserío del pueblo, la herrería, y oí perfectamente el ritmo acompasado del martilloy el yunque, que evoca siempre tristeza y causauna dulce nostalgia imposible de describir. Enfrente de nosotros serpenteaba un camino vecinal solitario.Todo lo recuerdo, y mejor aún a ella: cómo caminaba, cómovestía. La alcancé y marché a su lado. La abracé y estrechécontra mí; yo la quería mucho, y aunque no nos conocíamos,mi proceder me pareció irreprochable. Ella no manifestó disgusto, sino que me abrazó también y me miró con expresiónafectuosa y de feliz bienvenida. Recibió el beso que le dicomo si fuera natural que se lo diese y que ella lo aceptase.nueva revista· 129266la novia de mis sueñosNo era nuestro amor fraternal; era un sentimiento másíntimo. Tampoco era amor de enamorados, por faltar el amorpasional. Era algo intermedio entre ambos, pero más belloque uno y otro.Caminábamos charlando como antiguos amigos. Ella mellamaba Jorge, lo cual no me extrañaba, aunque no era minombre, y yo la llamaba Alicia. Andando, llegamos a unacabaña y observamos al entrar que la mesa estaba puesta yla comida nos esperaba: un pavo asado, mazorcas de maízcocido, habas, todo muy caliente. En una silla próxima alhogar dormía acurrucado un gato. No había allí un alma,todo era reposo y soledad. Alicia me indicó que aguardaramientras ella echaba un vistazo a la casa.Cruzó una puerta, que se cerró seguidamente, y luegose oyó el ruido de un cerrojo. Después de esperar largo rato,abrí la puerta, salí y di con un cementerio extraño, ciudadde tumbas innumerables, que se extendían hasta perderse de vista, bajo los destellos de oro y rosa del sol poniente.Corrí entre los sepulcros llamando a Alicia, y de pronto cayóla noche sobre mí, y me vi perdido.Con ello, desperté angustiado, lamentando la pérdidade mi hermoso sueño. Me desperté en mi cama en Filadelfia, y no tenía 17 años como en el sueño, sino 19, que erami auténtica edad.Diez años después volví a encontrarme con Alicia enotro sueño. Yo tenía de nuevo 17 años y ella seguía con sus15. La escena de mi visión se desarrollaba esta vez en unbosque de magnolios bañado en luz crepuscular, a orillasdel Mississippi. Los árboles lucían un níveo manto de flores, y por un claro del bosque se divisaba en lontananza alnueva revista· 129267mark twainagua cabrilleante del río. Cavilando, sentado en la pradera,sentí de repente que alguien me echaba el brazo al cuello.Era Alicia. Ninguna impresión de sorpresa sentí, aunqueahora ella me llamaba Juan y yo la llamaba Elena, como sinos hubiéramos llamado siempre así.Disfrutamos un rato feliz, deambulando por el bosque.Al llegar a la orilla de un arroyuelo, ella me suplicó:—No debo mojarme los pies, querido. Pásame en brazos.La cogí, le di mi sombrero para que me lo llevara, y después de cruzar el arroyo, seguí con ella en vilo toda la tarde,sin acusar cansancio. Después de andar muchos kilómetros, llegamos, ya de noche, a una casa.Aquella era su casa, y cuando entré con Elena en brazos,conocí a su familia y nos tratamos como antiguos amigos,aunque nunca nos habíamos visto. Luego las luces empezaron a apagarse, y pronto se extinguieron. Al instante, seiluminó la ventana con la luz de la luna, seguida de una ráfaga de viento frío, y me encontré patinando sobre un lagohelado, solo y con los brazos vacíos.La sacudida del pesar que sentí, me despertó. Estabasentado ante mi escritorio en la redacción del periódico, enSan Francisco. Comprobé por el reloj que no había estadodormido ni dos minutos. Más extraordinario era el hechode ser mi edad a la sazón de 29 años.En los dos años siguientes volví a ver a la novia de missueños, sólo en visiones rapidísimas que apenas dejabanhuella en mi memoria.En 1866 pasé unos cuatro meses en las islas Hawai, y enoctubre del mismo año di mi primera conferencia. En enerodel año siguiente volvió a visitarme mi novia platónica.nueva revista· 129268la novia de mis sueñosEn este sueño me encontraba otra vez de pie, en el escenario del Teatro de la Ópera, en San Francisco, dispuestopara una nueva conferencia. Pronuncié unas pocas palabrasy me detuve, turbado de miedo, pues resultaba que no teníatema para la conferencia ni asunto de qué tratar. Despuésde agitarme azorado por un momento que me pareció unsiglo, logré hilvanar unas cuantas palabras, tratando en vanode dar con alguna ocurrencia. Sonaron unas cuantas risitas dechacota. En mi turbación, comencé a disculparme, tartamudeando. Tras una gran rechifla, gritos y burlas, el públicose levantó y se dirigió en tropel a la puerta. A poco de habersalido todos, oí una voz familiar que me llamaba por minombre, y todas mis preocupaciones desaparecieron.—¡Roberto! —exclamó la voz.—¡Inés! —contesté yo.A poco nos hallábamos de excursión por una florida hondonada denominada el Valle de Iao, en las islas Hawai, recogiendo encantadoras flores de jengibre. Hicimos un altoy nos sentamos a descansar, mientras nuestros ojos recorríanlos profundos precipicios cubiertos de enredaderas sobre loscuales flotaban erráticas nubes blancas.A Inés se le posó en el hombro una gaviota. Yo la cogícon mi mano. Enseguida empezaron a caérsele las plumasy pronto se transformó en un gatito. Éste se fue metamorfoseando, empezando por reducirse a una bola de la cualbrotaron unas patas largas y peludas, y a poco el nuevo animal era una tarántula. Yo quería quedarme con ella, perode repente se convirtió en estrella de mar, y entonces la tiré.Inés dijo que no valía la pena guardar o conservar nada,porque todo cambia. Le hablé de las rocas, y ella me replicónueva revista· 129271mark twainque una roca es como las demás cosas: no permanece invariable. Cogió una piedra y al punto se tornó en murciélago y salió volando. Estas curiosas transformaciones me parecían interesantes pero no antinaturales.La escena cambió mágicamente, y me hallé despierto,cruzando la calle Bond, de Nueva York, con un amigo. Habíamos estado charlando, sin que yo advirtiese haber interrumpido la conversación. Quince minutos después estaba en mi casa listo para acostarme, antes de lo cual dejéun apunte de mi sueño. Pronto me dormí y volví a soñar.Estaba en Atenas, ciudad que yo no había visitado jamás. Sin embargo, reconocí el Partenón, al que habían hecho las reparaciones necesarias para dejarlo como nuevo.Pasé por sus proximidades y penetré en una suntuosa casade arcilla roja. Era mediodía, pero no di con alma viviente.Las paredes eran de ónice pulimentado y bellamente teñido. Concentré la atención en los menores detalles hastadejarlos grabados en mi memoria, donde aún permanecenaunque el sueño ocurrió hace más de treinta años.En la casa hallé una persona: Inés. Vestía el traje clásicoheleno y ni sus ojos ni su pelo tenían el mismo color que lucía estando en Hawai. Hacía labor sentada en un canapé demarfil. Me senté a su lado y entablamos conversación.Mientras hablábamos, fueron entrando varios personajesde aire majestuoso, discutiendo acaloradamente. Al pasar,nos saludaron corteses. Uno de ellos me pareció Sócrates,a quien identifiqué por la nariz.Evocando aquella suntuosa mansión ateniense, su mobiliario y su decoración, supongo que en todos nosotros reside un artista que sueña como un verdadero maestro delnueva revista· 129272la novia de mis sueñosbuen gusto, del colorido, del orden y la armonía. Durantenuestras horas de vigilia, esto es, cuando el artista interiordirige nuestras acciones, no podemos pintar nada, por elemental que sea; no podemos formar en nuestro cerebro laimagen exacta de ningún monumento que hayamos visto,ni aun la fisonomía de persona conocida. Pero el artista quereside en nosotros toma la dirección cuando soñamos, ypuede dibujar lo que sea, pintando siempre con los coloresy sombras apropiados. Por mi parte, entonces, cuando despierto, logro, cerrando los ojos, reproducir las personas, elpaisaje y los edificios.En nuestros sueños —para mí es incuestionable— realizamos verdaderamente los viajes que creemos hacer, y vemosde veras las cosas que creemos ver. La gente, los caballos, losgatos y las ballenas soñados son seres reales, no quimeras.Hace 44 años conocí a mi novia del mundo de los sueños, la que me ha visitado una vez cada dos años. La vi porun momento hace unas semanas. Tenía sus 15 años de siempre y yo mis 17, aunque vaya casi por los 63. Para mí siguesiendo una persona real a quien debo algunos de los momentos más placenteros de mi vida.En los sueños todo es siempre más profundo e intenso,concreto y real que en las fluctuantes imitaciones que percibimos en nuestra vida ilusoria de vigilia, en la que vamoszarandeados, metidos en un yo prestado y superficial. Cuando muramos, quizá entremos en el mundo de los sueños,nacidos a nuestro verdadero yo, y fortalecidos por nuestrodominio del misterioso mago mental que en esta vida esnuestro visitante.PUBLICADO EN NUEVA REVISTA N.º 84 (2002)nueva revista· 129273