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Bush y los tópicos
Ramón Pérez-Maura
Repaso a los tópicos que han perseguido al nuevo presidente de EEUU en sus primeros 100 días de mandato. Las verdades sobre la imagen de Bush de fuerza y conservadurismo a ultranza.
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Ramón Pérez-Maura, “Bush y los tópicos,” accessed November 22, 2024, http://repositorio.fundacionunir.net/items/show/1640.
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Title
Bush y los tópicos
Subject
La era Bush
Description
Repaso a los tópicos que han perseguido al nuevo presidente de EEUU en sus primeros 100 días de mandato. Las verdades sobre la imagen de Bush de fuerza y conservadurismo a ultranza.
Creator
Ramón Pérez-Maura
Source
Nueva Revista 075 de Política, Cultura y Arte, ISSN: 1130-0426
Publisher
Difusiones y Promociones Editoriales, S.L.
Rights
Nueva Revista de Política, Cultura y Arte, All rights reserved
Format
document/pdf
Language
es
Type
text
Document Item Type Metadata
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Bush y los tópicos Dicen que «cada maestrillo tiene su librillo», y en el caso de la presidencia norteamericana, no es menos cierto que la Administración de George W. Bush difiere con mucho de la manera de hacer política que empleó su predecesor, Bill Clinton. Ramón PérezMaura repasa los tópicos que han perseguido al nuevo presidente de EE UU en sus primeros 100 días de mandato. ¿Qué verdades encierra la extendida imagen de Bush como político de fuerza y conservador a ultranza en asuntos domésticos? rthur Miller tuvo una velada gloriosa el pasado 26 de marzo en Washington cuando pronunció la Conferencia Jefferson que, con Acarácter anual, organiza el National Endowment for Humanities. El honor de ocupar ese estrado sólo puede recaer sobre ti una vez en la vida, por lo que se espera del académico que da la conferencia que haga una alocución verdaderamente memorable. En su mejor tradición, Miller escogió como asunto memorable «La política y el arte de actuar» pese a que hace ya más de veinte años que fue elegido presidente el actor Ronald Reagan y dedicó lo más sustancioso de la intervención a hablar de «esta última, la más alucinógena de nuestras elecciones», en la que «nuestro sistema democrático se deterioró» y en la que «Al Gore fue derrotado técnicamente» y «ahora se nos pide que actuemos como si nada muy inusual hubiera ocurrido». Miller cree que el arte de actuar se ha impuesto: «Bush tiene que actuar como si hubiera sido elegido, el Tribunal Supremo tiene que actuar como si fuera el Tribunal Supremo, Gore tiene que interpretar el papel de un hombre que está casi desbordado por la alegría de su propia derrota...». Es bien sabido que el sectarismo de Miller tiene mucho más eco fuera que dentro de los Estados Unidos, lo que explica por qué sus palabras pasaron bastante inadvertidas en su país mientras que en algunos medios europeos eran recogidas con regocijo. Lástima que, entre tanto, los hechos hayan demostrado, una vez más, que Miller no tiene razón. Con esa liberalidad que caracteriza al sistema democrático norteamericano y que en ocasiones roza lo suicida una vez que el Supremo cerró el proceso electoral y Bush fue proclamado ganador, las disputadas papeletas quedaron en manos de grupos cívicos, que con la ayuda económica de diferentes medios de comunicación han financiado un nuevo recuento. El resultado es bien conocido: la victoria de Bush hubiera sido más contundente si el enésimo recuento requerido por el menguante equipo de Al Gore se hubiera completado. Pero el enorme daño causado ya por la lamentable maquinaria electoral norteamericana a su sistema democrático se hubiera agrandado todavía más. Al llegar a los cien días de mandato, Bush ha demostrado ser un presidente con ideas claras. «¡Pocas!», gritan sus rivales. Quizá, pero con menos ideas todavía construyó Ronald Reagan la presidencia más exitosa de la segunda mitad del siglo XX. En su política doméstica, Bush ha tenido suerte en una cosa. Hillary y Bill Clinton han hecho enormes esfuerzos por seguir destrozando su imagen pública una vez que han abandonado la Casa Blanca. Todavía un mes después de dejarla, seguían siendo noticia de primera página en los principales rotativos e informativos de televisión, gracias a corruptelas y escándalos varios: desde llevarse de la Casa Blanca docenas de objetos de propiedad pública hasta pretender alquilar en Nueva York unas oficinas, con cargo al erario público, por un monto superior a las de los ex presidentes Ford, Cárter, Reagan y Bush sumadas. Por no mencionar los bochornosos perdones presidenciales. La principal consecuencia ha sido dejar al Partido Demócrata paralizado durante este período. Y ello pese a que sus expectativas como oposición eran inmejorables: quería remachar la ilegitimidad de la presidencia de Bush, bloquear la designación de diferentes miembros del Gobierno aprovechando el equilibrio de fuerzas en el Senado e impedir que Bush pusiera en marcha una nueva era en el Gobierno federal. En los primeros cien días de la presidencia de Bush, han fracasado en todos los frentes. El síntoma más evidente de ese fracaso se llama John McCain. El veterano de Vietnam, aupado hoy al Senado de los Estados Unidos y fracasado rival de Bush en la carrera por la nominación republicana en el año 2000, ha conseguido que la Cámara Alta apruebe aceleradamente su proyecto de reforma de la financiación de las campañas electorales, cuyo punto más visible sería la supresión del llamado soft money, contribuciones que escapan al control federal de los gastos electorales. A punto de completarse los cien primeros días, la Cámara de Representantes todavía estaba estudiando su propio texto, en el que se preveían algunas diferencias que podrían forzar a una conciliación entre los textos de ambas cámaras. El proyecto no gusta a Bush ni a muchos republicanos, y es pronto para decir cuál será el desenlace del proceso. Pero ya tiene una consecuencia política nítida: la más clara alternativa a Bush en 2004 es John McCain. Y algunos auguran ya que el senador por Arizona podría cambiar de partido, lo que no carecería de lógica. Sus principales éxitos en las primarias de 2000 los cosechó en los Estados en los que los demócratas podían votar en las primarias republicanas. POLÍTICA DE FUERZA Bush se ha apresurado a demostrar que su posición en el mundo seguirá siendo la de un país fuerte, aunque más concentrado en las cuestiones que afecten directamente a la seguridad nacional. El caso del avión espía norteamericano que realizó un aterrizaje de emergencia en la isla de Hainan ha sido el mejor ejemplo: la tripulación del aeroplano pudo regresar a casa a cambio de una mera excusa verbal del presidente a los chinos y su pésame por la muerte de un piloto del país comunista. En cambio, Washington afirmó que seguirá practicando las misiones de espionaje aéreo que tenga por conveniente, no aceptó la responsabilidad en el derribo del caza chino y no ha cambiado su política de venta de armamento y navios de guerra a Taiwán. Y con todo, la política comercial chinoestadounidense ha salido inmaculada de la crisis. Especialmente significativo en este caso fue ver cómo la crisis fue dirigida por el secretario de Estado Powell. Powell y la consejera de Seguridad Nacional, Condoleezza Rice, son las caras amables de la política exterior norteamericana, frente a la firmeza que encarnan el vicepresidente Cheney y el secretario de Defensa, Rumsfeld. Con este episodio, Bush ha dejado claro al norteamericano medio que sigue habiendo grandes potencias en el mundo que están muy alejadas del ideal político de los norteamericanos, y que frente a la debilidad mostrada por su predecesor, él piensa aplicar mano dura. Ejemplo más espectacular de esa firmeza fue la breve crisis desatada por el Gobierno israelí del derechista Ariel Sharon, probablemente el primer ministro con menos tacto diplomático de la historia de Israel que ya es decir. Sharon ocupó el 17 de abril parte de la franja autónoma palestina de Gaza y anunció que sus tropas se quedarían allí hasta que se restituyese el orden. Bush, que había dado muestras de apartarse del día a día de los problemas israelopalestinos, se apresuró a condenar los hechos por medio de Powell, y veinticuatro horas después de entrar en Gaza, las Fuerzas de Autodefensa israelíes se veían obligadas a retirarse. Cuesta recordar un ejemplo igual de firmeza de Washington frente a su aliado israelí. Probablemente la medida más impopular de la nueva Administración haya sido su decisión de retirarse del Protocolo de Kioto sobre el recalentamiento global. Impopular fuera de su país, que no dentro. Este tipo de medidas a favor del medio ambiente son fácilmente ejecutables en períodos de prosperidad económica, que en estos momentos está más que amenazada en Estados Unidos por los signos de recesión. Y con un acuerdo como el aceptado por Clinton, según el cual entre 2008 y 2012 el 88% de las reducciones tendrían que producirse en el consumo de energía, la amenaza sobre la economía era aún mayor. A ello hay que añadir los cuestionamientos que desde muchos puntos de la Administración se hacen de las teorías generalmente aceptadas sobre el recalentamiento y los gases tóxicos en la atmósfera. Dudas que la revista Nature, paradigma del rigor científico, parece haber avalado involuntariamente al admitir que «hay creciente evidencia científica de que la contribución de los bosques y las actividades agrícolas al equilibrio global de carbono [en la atmósfera] es de una magnitud suficiente como para neutralizar parte del emitido por la combustión de energías fósiles». UN CONSERVADOR Por encima de cualquier otra caracEN LA CASA BLANCA terística, los cien primeros días de Bush en la Casa Blanca han servido para demostrar que, bajo la careta electoral del conservadurismo compasivo, se escondía un conservador de la vieja escuela reaganiana con ansias libertarias de recortar la intervención del Estado. Los ejemplos se han sucedido; baste aquí mencionar algunos: Ha suprimido los nuevos topes de arsénico en el agua potable impuestos por la Administración Clinton, con el argumento de que nunca se ha demostrado su nocividad para la salud pública y que los costes de poner en práctica esa medida serían de 4.500 millones de dólares. Buen ojo para analizar costes y beneficios. Ha suprimido el derecho de veto que la American Bar Association (ABA) tenía sobre todos los nombramientos judiciales. Ese derecho se lo otorgó el presidente Eisenhower cuando la ABA era un organismo muy profesional que ofrecía asesoría técnica. Desde entonces se ha vuelto un censor ideológico, cuyo presidente George Bushnell definió a la mayoría republicana del Congreso, bajo Newt Gingrich, como «reptilian has tards». Es un asunto relativamente menor, pero demuestra un fino instinto para descubrir oportunidades políticas que definen a quien las aprovecha. Ha suprimido las regulaciones en materia de ergonomia, cuyo coste de ejecución alcanzaba los 4.200 millones de dólares, pero que, según quienes las defendían hubieran supuesto un incremento de la producción más que sobrado como para compensar la inversión. «Si eso es cierto, las empresas tienen ya un incentivo suficiente para hacer esas mejoras voluntariamente, sin necesidad de regulaciones». Es la fe del conservador en el mercado. Ha suprimido la prohibición de talar árboles en los bosques federales. La norma sonaba muy ecologista, pero en la práctica era lo contrario. La frondosidad de los bosques, fruto de la política ecologista de la era Clinton, hacía imposible frenar los incendios forestales que se propagaban durante cientos de millas. De hecho, la política ambiental de la anterior Administración ha arrasado, involuntariamente, miles de hectáreas que se podrían haber salvado. Eso es tener capacidad para detectar grandes mentiras avaladas por los medios de comunicación. Lo que molesta a quienes se divierten presentando a Bush como el perfecto idiota norteamericano es que el nuevo presidente está al margen de la corriente pseudo cultural imperante y en sintonía con el ciudadano medio que no ve los programas televisivos de las elites socialdemócratas de Washington y Nueva York; no tiene ningún interés en contar con el respaldo de la créme artística de Hollywood, ni de los raperos, ni mucho menos de Arthur Miller. Es decir, que todos aquellos a los que Clinton cortejaba, a él le dan igual, porque cree que son una minoría. Influyente, pero minoría y él prefiere gobernar para la mayoría. Desde el entorno del ex presidente Clinton ya se ha lanzado un aviso. Clinton concurrió como centrista en 1992 y después actuó durante sus dos primeros años como un presidente de izquierda pura admiten, que defendía los derechos de los homosexuales en el Ejército y que estaba dispuesto a implantar la asistencia sanitaria universal gratuita a cualquier coste. La humillante derrota ante los republicanos en las legislativas de 1992, le devolvieron a la senda centrista. Ese entorno clintoniano sostiene ahora que a Bush le va a pasar lo mismo: «se presentó como un moderado y ahora resulta ser un extremista. Cuando les arrasen en las legislativas de 2002, volverá al centro», afirman con seguridad. No le falta lógica al planteamiento, pero falla en un punto: George W. Bush es un político de firmes convicciones conservadoras y con una trayectoria coherente con esos principios. Bill Clinton no tenía convicciones ni de izquierda, ni de centro ni de ningún otro tipo. Todo lo más, decía estar convencido de que aquello que hacía con Monica Lewinsky no era un acto sexual... 0« RAMÓN PÉREZMAURA