Nueva Revista 065 > Un poema inacabado de Enrique Jardiel Poncela
Un poema inacabado de Enrique Jardiel Poncela
Luis Alberto de Cuenca
Sobre la poesía de Enrique Jardiel Poncela y una breve reseña de su vida.
File: Un poema inacabado de Enrique Jardiel Poncela.pdf
Número
Referencia
Luis Alberto de Cuenca, “Un poema inacabado de Enrique Jardiel Poncela,” accessed November 22, 2024, http://repositorio.fundacionunir.net/items/show/1426.
Dublin Core
Title
Un poema inacabado de Enrique Jardiel Poncela
Subject
Poesía
Description
Sobre la poesía de Enrique Jardiel Poncela y una breve reseña de su vida.
Creator
Luis Alberto de Cuenca
Source
Nueva Revista 065 de Política, Cultura y Arte, ISSN: 1130-0426
Publisher
Difusiones y Promociones Editoriales, S.L.
Rights
Nueva Revista de Política, Cultura y Arte, All rights reserved
Format
document/pdf
Language
es
Type
text
Document Item Type Metadata
Text
Un poema inacabado de Enrique Jardiel Poncela LUIS ALBERTO DE CUENCA o escribió y lo dejó inconcluso en enero de 1950, once meses y pico Lantes de que yo llegase a este mundo. Moriría dos años más tarde, harto de todo, exhausto, aunque todavía era joven, pues acababa de inaugurar la cincuentena. Su primera novia se llamaba Amparo Robles, una mujer importantísima en mi vida. Cuando murió, ya octogenaria, todavía tenía el amor juvenil de Enrique socavándole el alma. Fue Amparo quien me inyectó en vena a Jardiel, quien me enseñó a jugar hasta el agotamiento con el ingenio inagotable de su literatura, quien lo encerró con llave en el sagrario de mi corazón. Por Amparo y para Amparo he copiado «Enero de 1950», un poema tristísimo que puede encontrarse en las Obras completas de su antiguo novio (manejo la 7a edición: Barcelona, AHR, 1973, tomo VI, páginas 912913) y que nos da una idea del grado de soledad, desarraigo y desamparo a que llegó un enfermo y melancólico Enrique Jardiel Poncela en los últimos años de su existencia. Al recuerdo de Amparo van dedicados estos dolientes versos de Enrique, con el deseo de que éste los oiga desde el cielo y piense: «¡Qué gusto haber pasado a mejor vida!». Enero de 1950 ¡He aquí el año 50! Entro en su mes de enero sin juventud ni ensueños, sin salud ni dinero, pues es éste el sexto año en que sufro el asedio de un mal del que los médicos no saben ni una jota, salvo lo que yo sé: que mi vida se agota... Así, para ganar lo poco que comemos, paso noches enteras envuelto en un abrigo que, aunque está, por lo viejo, en los mismos extremos, es, de todas mis ropas, la menos de mendigo, la menos imposible, aunque tan reluciente como la pobre mente que con igual estrella lo ayuda en su faena, pues gracias a él y a ella y a una pobre botella llena de agua caliente, consigo ir escribiendo, dando diente con diente... mientras que no se enfría, claro está, la botella. En estas condiciones, y viendo alrededor en mi despacho, donde lo que cuento sucede, todo lo que fue nuevo y ahora está mustio, por el uso y el abuso de lo que no se puede restaurar; renovar o arreglar; y que cede como el propio organismo al tiempo y al furor; en estas condiciones, sintiéndome tan triste como un perro olvidado por el Dios de los canes, siendo el centro de toda la amargura que existe, voy escribiendo poco y yo sé con qué afanes lo que luego, al leerse, tiene que tener chiste y lo que he de acabar; tenga o no tenga gana, antes de que amanezca la siguiente mañana, pues no acabar de hacerlo supone y significa que no pueda cobrar su estipendio la chica y que no pueda hacerse la compra cotidiana... Mientras trabajo a solas estas noches de invierno, sin esperanza ya de algo dulce o feliz que alivie mis dolores...