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La libertad y los sabios

Carmen Castillo

Homenaje a Antonio Fontán en el que se enuncia una paradoja de Cicerón que dice así "Que todos los sabios son libres y todos los necios, esclavos".

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Referencia

Carmen Castillo, “La libertad y los sabios,” accessed November 22, 2024, http://repositorio.fundacionunir.net/items/show/137.

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Title

La libertad y los sabios

Subject

Elogio de la paradoja

Description

Homenaje a Antonio Fontán en el que se enuncia una paradoja de Cicerón que dice así "Que todos los sabios son libres y todos los necios, esclavos".

Creator

Carmen Castillo

Source

Nueva Revista 089 de Política, Cultura y Arte, ISSN: 1130-0426

Publisher

Difusiones y Promociones Editoriales, S.L.

Rights

Nueva Revista de Política, Cultura y Arte, All rights reserved

Format

document/pdf

Language

es

Type

text

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ELOGIO DE LA PARADOJA La libertad y los sabios por CARMEN CASTILLO Homenaje a don Antonio Fontán, reconocido «ciceroniano», no en el sentido erasmiano del término. orría la primavera del año 46 a.C., Marco Tulio Cicerón, ya entraCdo en años, y con una intensa experiencia de la vida, escribe a Marco Junio Bruto, veinte años más joven que él; el mismo Bruto que muchos hemos visto en la adaptación cinematográfica del Julio César de Shakespeare, con la figura de James Mason: un pompeyano que, al terminar la guerra civil, había sido favorecido por la clementia del dictador. Quizá la vertiente más injustamente tratada por la crítica entre la polifacética producción tuliana sea la de sus escritos filosóficos. Sin embargo, Cicerón no sólo fue el creador de un léxico filosófico que ha pervivido en el pensamiento occidental, sino que algunas de sus obras, como el tratado Sobre los Deberes formaba parte de la educación de un caballero todavía en la Inglaterra del siglo XVIII1. El escrito al que ahora nos referimos era la dedicatoria de unos ensayos que tituló Paradojas de los estoicos2. Comentando a Chesterton, hace ya algo más de medio siglo, en un artículo que Antonio Fontán titulaba precisamente «Elogio de la paradoja»3, describía la paradoja como el arte de desvelar, no sin ironía, contradicciones indiscutibles pero que habitualmente permanecen ocultas. Como se ve, este arte nos viene de antiguo a los occidentales. El librito de Cicerón es una especie de juego entre un ejercicio dialéctico y la divulgación de la docta filosofía de los estoicos. El enfoque, el adecuado al título: ideas expuestas de modo sorprendente, o desconcertante si se quiere, por la contradicción que desvelan. Una de estas paradojas —la quinta— está enunciada así: «Que todos los sabios son libres y todos los necios, esclavos». El desarrollo no llega a cien líneas. Podría equipararse al espacio que Nueva Revista titulaba «Todo a mil», en el que firmas conocidas y conocedoras, sintetizaban la esencia de un aspecto del saber. La clave de esta quinta paradoja es la pregunta: «Qué es la libertad?», a la que se contesta taxativamente: «La posibilidad de vivir como se quiere». Entre los muy diversos modos en que puede entenderse este «vive como quieras», Cicerón selecciona unos pocos, que pueden resumirse así: Vive como quiere el que goza con su trabajo, el que tiene un fin claro en su vida y la vía para alcanzarlo, el que no cumple las leyes por miedo sino porque el seguirlas le parece lo más «saludable», el que dice, hace y piensa libremente lo que quiere, el que hace las cosas por propia iniciativa y tiene una voluntad y un juicio seguros y firmes. No hace nada de mala gana, ni a su pesar, ni coaccionado. En este conjunto se entrelazan dos líneas: una, que podríamos llamar «positiva», en la que se valora y se enaltece el actuar con motor propio; otra, «negativa», en la que se enfatiza la necesaria ausencia de coacción y se denuncia la servidumbre del miedo. Puede llamar especialmente la atención, puede resultar paradójica, esa referencia al trabajo gozoso en una sociedad como la nuestra, en la que progresivamente se va viendo el quehacer diario como un obstáculo que hay que salvar cuanto antes y con el menor esfuerzo posible para arribar al descanso, llámese fin de semana, aprovechamiento de días libres enlazando puentes y acueductos o vacaciones distribuidas del modo más «rentable». Como si se viviera para el ocio; y, sin embargo, se ve que esa actitud no es fuente de libertad: así lo entendió el alma poética de J.R.J. en sus lúcidas páginas sobre «El trabajo gustoso». Querer hacer lo que se hace favorece el desarrollo de las propias capacidades, impulsa la iniciativa, esa fuerza creadora a veces oculta para su afortunado poseedor. Hay otro punto chocante para el lector actual en el ensayo ciceroniano; dice así: «¿Es que puede parecer libre aquel en quien manda su mujer, imponiéndole obligaciones, prescribiendo, ordenando o prohibiendo lo que le parece? El que no puede negarse a sus órdenes, ni se atreve a rehuirlas: pide, hay que darle; llama, hay que venir; echa fuera, hay que marcharse; amenaza, hay que echarse a temblar?». La descripción, en la más pura línea misógina de su tiempo, hace sonreír. Aunque a la vez, es una voz de alerta hacia esa progresiva «liberación», que puede convertirse en tiranía. «El que vive en estas condiciones —sigue diciendo Cicerón— tiene que considerarse esclavo, aunque haya nacido en una excelente familia». Y la palabra «esclavo», en su boca, no es una metáfora. Quizá el adelanto de nuestra época consiste en que la frase puede entenderse también cambiando los papeles. Un tercer punto sobre el que llama la atención el Arpinate es la condición de servidumbre a la que reduce el ansia de poseer y de afán de poder: la cupiditas que busca sin freno la posesión de fincas, de obras de arte, de lujosos adornos o simplemente de dinero; o en otro orden de cosas, un puesto de gobierno. El que está dominado por la cupiditas —dice— se ve reducido a la más dura servidumbre. La paradoja es evidente: el afán de ser dueño conduce a la debilidad. Volviendo al enunciado de la paradoja, el hombre capaz de vivir con libertad es el sabio, que en el ideal estoico no es un «científico especializado», sino el hombre de bien, recto y prudente. Ese es el único libre, es decir, el único que se acerca a la felicidad. He leído no hace mucho que nuestra sociedad ha pasado del homo sapiens al homo videns. La frase, aunque ingeniosa, no me parece del todo afortunada. De una parte, homo sapiens tiene una connotación prehistórica inevitable; por otro lado, homo videns es todo el que no está ciego. La afición a los iconos en la que está sumergido el hombre de hoy podría más bien inducir a llamarle homo spectans. Pero quedan sapientes, aunque no sean mayoría (nunca lo han sido) en esta sociedad que corre azacanada tras la inabarcable proliferación de posibilidades que ofrecen los avances técnicos. El mensaje que lanza el filósofopolítico desde la atalaya de su madurez es que hay que saber liberarse para ser libres. CARMEN CASTILLO NOTAS 1 Cfr. R. JENKYNS, El legado de Roma. Una nueva valoración, trad. esp., Barcelona 1995, p. 30. 2 La edición más reciente que conozco es la de M. V. Ronnick, Frankfurt am Main, 1991. 3 A. Fontán, la Actualidad Española na 18 (09.05.1952).