Nueva Revista 046 > Nota de un mal lector
Nota de un mal lector
Jorge Luis Borges
Reproducción del texto de Jorge Luis Borges "Nota de un mal lector".
File: Nota de un mal lector.pdf
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Número
Referencia
Jorge Luis Borges, “Nota de un mal lector,” accessed November 22, 2024, http://repositorio.fundacionunir.net/items/show/900.
Dublin Core
Title
Nota de un mal lector
Subject
Textos inéditos
Description
Reproducción del texto de Jorge Luis Borges "Nota de un mal lector".
Creator
Jorge Luis Borges
Source
Nueva Revista 046 de Política, Cultura y Arte, ISSN: 1130-0426
Publisher
Difusiones y Promociones Editoriales, S.L.
Rights
Nueva Revista de Política, Cultura y Arte, All rights reserved
Format
document/pdf
Language
es
Type
text
Document Item Type Metadata
Text
dedican al arte de teñir y a la horticultura, oficios del color y de la forma. En mi barrio abundan los árabes y también los armenios. La mitad de la población del país procede de Italia; la otra de España, de Francia, de Inglaterra o de otras naciones de Europa. Venturosamente nos falta el color local. Los gauchos, que no dieron a la historia un solo caudillo, pueden buscarse ahora en el Brasil, donde, según me han dicho, ralean. El tango, ese reptil de lupanar, como lo apodó Leopoldo Lugones, no interesa hoy a los jóvenes, que prefieren ser aturdidos por el rock argentino. El lunfardo no es otra cosa que una pequeña pieza de museo, cara a sus académicos. Los folkloristas no han logrado que la gente del pueblo conozca al lobizón o al tigre capiango. El color local es el nombre que damos a la mínima diferencia que separa a una región o a una época de otra. Ignoramos aún el color local de 1984. ¿A qué rememorar horrores recientes? Hemos padecido una dictadura afin a la de Rosas, varios gobiernos complacientes o cómplices, el terrorismo público de las bombas, el terrorismo clandestino de los secuestros, de las torturas y de las ejecuciones, y la más misteriosa de las guerras, ya que no la más larga. A partir de cierto domingo de octubre de 1983, tenemos algún derecho a la esperanza. La resurrección será lenta, pero será. La patria exige de cada uno de nosotros un obstinado y firme acto de fe. Nota de un mal lector [ JorMe Lu*s Borges ] rtega continuó la labor por Unamuno, que fue de enriquecer, ahondar y ensanchar el diálogo español. Este, durante el siglo pasado, casi no se aplicaba a otra cosa que a la reivindicación colérica o lastimera; su tarea habitual era probar que algún español ya había hecho lo que después hizo un francés con aplauso. A la mediocridad de la materia correspondía la mediocridad de la forma; se afirmaba la primacía del castellano y al mismo tiempo se quería reducirlo a los idiotismos recopilados en el Cuento de cuentos y al fatigoso refranero de Sancho. Así, de paradójico modo, los literatos españoles buscarón la grandeza del español en las aldeanerías y fruslerías rechazadas por Cervantes y por Quevedo... Unamuno y Ortega trajeron otros temas y otro lenguaje. Miraron con sincera curiosidad el ayer y el hoy y los problemas y perplejidades eternos de la filosofía. ¿Cómo no agradecer esta obra benéfica, útil a España y a cuantos compartimos su idioma? A lo largo de los años, he frecuentado los libros de Unamuno y con ellos he acabado por establecer, pese a las imperfectas simpatías de que Charles Lamb habló, una relación parecida a la amistad. No he merecido esa relación con los libros de Ortega. Algo me apartó siempre de su lectura, algo me impidió superar los índices y los párrafos iniciales. Sospecho que el obstáculo era su estilo. Ortega, hombre de lecturas abstractas y de disciplina dialéctica, se dejaba embelesar por los artificios más triviales de la literatura que evidentemente conocía poco, y los prodigaba en su obra. Hay mentes que proceden por imágenes (Chesterton, Hugo) y otras por la vía silogística y lógica (Spinoza, Bradley). Ortega no se resignó a no salir de esta segunda categoría, y algo modestia o vanidad o afán de aventura lo movió a exornar sus razones con inconvincentes y superficiales metáforas. En Unamuno no incomoda el mal gusto, porque está justificado y como arrebatado por la pasión; el de Ortega, como el de Baltasar Gracián, es menos tolerable, porque ha sido fabricado en frío. Los estoicos declararon que el universo forma un solo organismo; es harto posible que yo, por obra de la secreta simpatía que une a todas sus partes, deba algo o mucho a Ortega y Gasset, cuyos volúmenes apenas he hojeado. Cuarenta años de experiencia me han enseñado que, en general, los otros tienen razón. Alguna vez juzgué inexplicable que las generaciones de los hombres veneraran a Cervantes y no a Quevedo; hoy no veo nada misterioso en tal preferencia. Quizá algún día no me parecerá misteriosa la fama que hoy consagra a Ortega y Gasset. I