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Unidad y diversidad en los sitemas educativos europeos

Gustavo Villapalos

Para dar solución a la educación europea se propone como primer paso establecer un sistema educativo plural, amplio, compatible y no excluyente.

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Referencia

Gustavo Villapalos, “Unidad y diversidad en los sitemas educativos europeos,” accessed November 22, 2024, http://repositorio.fundacionunir.net/items/show/849.

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Unidad y diversidad en los sitemas educativos europeos

Subject

Ensayos

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Para dar solución a la educación europea se propone como primer paso establecer un sistema educativo plural, amplio, compatible y no excluyente.

Creator

Gustavo Villapalos

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Nueva Revista 044 de Política, Cultura y Arte, ISSN: 1130-0426

Publisher

Difusiones y Promociones Editoriales, S.L.

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Nueva Revista de Política, Cultura y Arte, All rights reserved

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es

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UNIDAD Y DIVERSIDAD EN LOS SISTEMAS EDUCATIVOS EUROPEOS Gustavo Villapalos No se trata de intentar superar la diferencia entre culturas o incluso, su oposición— en una abstracta cultura de la humanidad unificada bajo un concepto de europeidad, genéricamente universal, que podría acabar siendo una especie de pobre esperanto: hay que defender una política de movimiento de cada una de las culturas históricas para lograr la apertura de unas a otras. Quizá la construcción de un sistema educativo europeo plural, amplio, compatible y no excluyente sea un primer paso para eliminar obstáculos a la comunicación entre culturas en general, y ala unión de Europa, en particular. os esfuerzos actuales en pro de la unidad europea están favoreciendo gran cantidad de estudios y ensayos que versan sobre la identidad de Europa, sobre la europeidad. Lo que en definitiva se pretende hallar son las raíces profundas de esa unidad a la que se aspira, buscándola fundamentalmente en una historia en gran parte común, en unos pueblos que, pese a sus diferencias, han mantenido siempre muchos rasgos comunes, y en una cultura (la cultura europea), que pese a matices diferenciales, es también patrimonio común. Contra la opinión según la cual la modernidad surgiría como contraposición al cristianismo, diversos pensadores actuales afirman y demuestran cómo muchos de los valores típicos de la modernidad encuentran su origen precisamente en el cristianismo, que ha unificado Europa. Me refiero al espíritu de libertad, de creatividad inventiva que se encuentra en la base del desarrollo científico, en el reconocimiento de los derechos de la subjetividad, de los derechos individuales y políticos, como ha escrito Bausola. Reflexionando sobre el origen de Europa como realidad cultural y espiritual, es posible encontrar en su historia lo que en el pasado le ha otorgado una especificidad y en el presente puede ayudar a superar los límites actuales de su desarrollo. En este sentido, hay que evocar necesariamente y no solo para los cristianos, las raíces cristianas de Europa; las palabras de Juan Pablo n en 1982 en Santiago de Compostela, ciudad meta de numerosas peregrinaciones de gentes pertenecientes a distintos pueblos en los siglos xi y XII, son claves para entender la consolidación de la unidad espiritual de Europa y para que Europa misma avance con paso firme hacia su futuro: Europa, vuelve a encontrarte. Se tú misma. Descubre tus orígenes. Aviva tus raíces. Revive aquellos valores auténticos que hicieron gloriosa tu historia y benéfica tu presencia en todos los continentes (Santiago de Compostela, 9 de noviembre de 1982). Una cita de Jacques Rigaud (La cultura para vivir, Sur, Buenos Aires, 1977), expresa bastante bien lo que intenta ser Europa profundizando a través de numerosas investigaciones y ensayos de tipo histórico: Los grandes pliegues que, como el relieve físico, han organizado la geografía espiritual, intelectual y artística de Europa, se han desarrollado sobre todo el continente, particularizándose de una región a otra. El Renacimiento y la Reforma, el Barroco, el Siglo de las Luces, el Romanticismo, entre otros, han sido vividos por toda Europa y han engendrado una comunidad cultural. La búsqueda de un futuro común Sin embargo, la insistencia de una identidad histórica y cultural europea encierra también numerosos peligros, porque podría favorecer posturas de oposición y exclusión con respecto a otros grupos e individuos, especialmente en una Europa como la de hoy, en la que de hecho conviven también numerosas personas llegadas del Tercer Mundo y de enclaves culturales diversos. Uno de los desafíos decisivos en la nueva Europa está representado por la relación con el Sur del Mundo, y en particular, con la inmigración creciente que proviene de él. ¿Cómo acoger a personas portadoras de visiones de la vida y de religiones diferentes? ¿Cómo hacerlo para que la acogida y la integración, que son un bien deseable, no se convierta en una brutal asimilación? Ciertamente, es muy difícil prever las formas concretas de una integración no alienante, no coercitiva, que exige algunas formas, aunque mínimas, de unificación también normativa. Sin embargo, existen, como afirma Bausola, dos graves peligros. El primero y más llamativo, consiste en el rechazo violento de los inmigrantes. El segundo, más sutil, consiste en una aceptación solo aparentemente fraternal, pero que conduce lentamente a una asimilación a través del consumismo. Igualmente, es evidente, que mientras otras realidades culturales diferenciadas (religiones, ideologías,...) son o están ya suficientemente amparadas en las declaraciones normativas (Derechos Humanos, Constituciones,...), no existe aún una adecuada protección de los derechos de los pueblos asumidos como tales. Bausola afirma que falta todavía en la base una ontologia de los pueblos que individualice claramente su carácter diferenciador, como sujeto colectivo. De otro lado, algunos pensadores han insistido en que, para la unidad de Europa, no importa tanto buscar un pasado común como un futuro común. De esa opinión es, por ejemplo, Jürgen Habermas: ...nuestra tarea no es tanto reconfortarnos a nosotros mismos con nuestros orígenes en la Europa Medieval, cuanto desarrollar una nueva autoconfianza política de acuerdo al papel que tiene que desempeñar Europa en el mundo del siglo xxi (ponencia presentada en el simposio organizado por la Comunidad Europea sobre Identidad y diferencias en la Europa democrática, Bruselas, 2325 de mayo de 1991). Desde luego, no se trata de intentar superar la diferenciación de cada cultura o incluso, la oposición en una cultura de la humanidad unificada de forma abstracta bajo el concepto por ejemplo de europeidad, genéricamente universal, pero que podría resultar un chato esperanto; se trata de estimular sus culturas con intervenciones supranacionales (en nuestro caso europeas), de solicitar y sostener una política de movimiento de cada una de las culturas históricas para lograr la apertura de una a las otras, de manera que acogieran en su propia forma la esencialidad común de lo humano. Como vemos, la tarea no es fácil, no será fácil. Es probable que necesitemos tanto un enfoque histórico como prospectivo, a la hora de asegurar a Europa esa identidad no excluyente que necesita. Pero en el caso concreto de los sistemas educativos, vale la pena tener particularmente en cuenta el criterio de Habermas, por lo que se dice a continuación. Los sistemas educativos europeos: un canto a la diversidad Es obvio que las raíces más profundas del tejido escolar europeo hay que buscarlas en fuentes comunes para todos, tales como la scholé griega y la schola latina (ambas con su llamada al ocio intelectual como objetivo prioritario), las artes medievales del Trivium y el Quadrivium, la universidad primitiva, etc. Sin embargo, este patrimonio educacional común no debe hacernos olvidar que los sistemas educativos o escolares europeos son un neto producto del Siglo de las Luces y, políticamente hablando, de finales del siglo XVIII y principios del xix, y están particularmente unidos al nacimiento de las sociedades industriales contemporáneas. Entre sus componentes más íntimos se encuentran, como García Garrido ha estudiado ampliamente en dos de sus obras {Fundamentos de Educación comparada, Madrid, 1991, y Problemas mundiales de la educación, Madrid, 1992), un nacionalismo y un desarrollismo económico, ambos de talante particularista, junto a una confianza muy ilustrada en el gran poder de la escuela. Estas ideas han llevado a configurar, en cada país de Europa, un sistema educativo especialmente empeñado en subrayar la identidad nacional de cada país y en abierta contraposición a las identidades nacionales de los otros países europeos. A estos sistemas se les asignó, durante dos largos siglos, el cometido fundamental de fomentar precisamente el espíritu nacional. Por supuesto que ha habido también influjos mutuos (más profundos, en realidad, de lo que cada país está dispuesto a reconocer), pero esto ha sucedido casi siempre a pesar de los responsables políticos. La realidad es que, hoy en día, los países europeos cuentan con sistemas educativos llenos de diferencias entre sí, rememorando un poco lo que ocurrió entre España y Francia, o entre Rusia y Europa Occidental, cuando se estableció la medida de las vías del ferrocarril; es decir: sistemas educativos prácticamente intransitables a nivel europeo. Entre los sistemas educativos europeos hay diferencias de todo tipo, que tienen en realidad una única explicación: el haber sido construidos los unos a espaldas de los otros. He aquí algunas de estas diferencias: unos países tienen estructuras administrativas sumamente centralizadas (Francia, Italia, Grecia, etc.) mientras otros las tienen sumamente regionalizadas o descentralizadas (Reino Unido, Alemania, Bélgica). Muchos países exigen diez años de escolaridad obligatoria, pero otros exigen ocho, nueve, once o incluso doce. La mayor parte de los países comienzan esta escolaridad a los 6 años de edad, pero otros la comienzan a los 5 años (Reino Unido, Holanda) y otros a los 7 (todos los nórdicos). Mientras, en algunos países se acaba a los 19 años. Unos países aplican el criterio de proporcionar a los alumnos una educación secundaria inferior sustancialmente igual y común para todos ellos (es lo que hace el Collège en Francia), pero otros (como Alemania) tienen previstos establecimientos diferentes para los chicos a partir de los 10 años de edad. Mientras unos países estructuran cada nivel de enseñanza en ciclos determinados de dos años, otros lo hacen en ciclos de tres o más. Mientras unçs países exigen exámenes de ingreso en la universidad, otros no los exigen. Mientras en algunos países los profesores se forman de un modo, en determinadas instituciones, en otros se forman de otro modo. Y así sucesivamente. Pero, además de estas diversidades, los sistemas escolares europeos han alentado en su propia enseñanza todo tipo de descuentos, interpretaciones sesgadas, estereotipos e informaciones escasamente veraces sobre los demás. Esto se ha puesto de relieve de modo especial en la enseñanza de la historia. Pero no solo. La unidad de los sistemas educativos europeos: ¿un sueño imposible? Si hubiera de comenzar de nuevo el proceso de unificación europea, lo haría por la educación y por la cultura (y no por la economía). La frase, no literal, la dijo Jean Monnet, uno de los padres de la Comunidad Europea. Sabía, en efecto, lo que se decía. Hoy se ve patente que la mayor parte de los obstáculos que surgen ante la unión de Europa son, en efecto, de naturaleza cultural y educativa. Algo habrá que hacer. Es imposible moverse libremente por el territorio educacional europeo. Las fronteras no es que sigan existiendo, es que son infranqueables. La solución más enérgica que se ha sugerido (sobre todo por parte de algunos organismos internacionales y de no pocos euroburócratas) es la de construir un sistema educativo europeo unificado, algo así como el sistema monetario único en materia de educación. La tarea no solo es imposible hoy por hoy, sino que sería probablemente muy perjudicial para el propio entendimiento entre los europeos, que exige la aceptación de la pluralidad cultural de hecho existente. Parece más sensato caminar en la dirección de la compatibilidad o de la convergencia entre unos sistemas y otros. Tarea sin duda difícil, pero que es necesario emprender con la mayor celeridad. ¿Y dónde podemos buscar elementos o bases para esa compatibilidad y para esa convergencia? A mi modesto entender, solo partiendo del hombre mismo de su naturaleza y de su dignidad como personapodemos construir un sistema educativo europeo, abierto a la diversidad y respetuoso con las diferentes culturas. Un sistema quizá no sistémico, plural y no excluyente, pero enraizado en los valores y conquistas más genuinas de nuestra Europa actual. Se trataría de buscar un modelo educativo amplio, orientado por el triple esfuerzo de buscar la verdad, la síntesis de saberes y el servicio al hombre y a la sociedad. Un modelo educativo preocupado esencialmente por la formación integral para la libertad de las nuevas generaciones. No se trata solo de instruir y educar, sino además de formar. Una formación que persigue suscitar la persona de la que cada cual es portador en el contexto de su propia historia y circunstancias y de su propia cultura. Píndaro proponía: llega a ser lo que eres, y si eso es cierto, nada puede haber tan importante ni tan arduo como llegar a ser hombre. La educación va dirigida de modo preferente a la razón. Pero no solo a ella: no basta que los alumnos salgan de la universidad último escalón de todo sistema educativo con la mente llena de nociones. Deben salir formados como hombres con la voluntad inspirada por sólidas convicciones morales y por firmes y operantes buenas intenciones. De aquí el imprescindible quehacer pedagógico y constructivo de todo sistema educativo, en la edificación del hombre integral, no solo intelectualmente experto, sino sobre todo, sabio y preparado para el recto uso de la voluntad. Un sistema educativo que sea escuela de libertad y de humanidad El objetivo de toda formación integral es conseguir que el hombre sea más hombre en el sentido auténtico de la palabra, es decir, hacer de él una persona auténtica, un hombre auténtico. Es preciso insistir en esto; todo sistema educativo deberá encaminarle hacia ese fin, descubrirle el camino y darle los medios para alcanzarlo. Un sistema o modelo educativo auténtico y debemos buscar entre todos que así sea es escuela de libertad y de humanidad. Especial responsabilidad corresponde a la Educación Superior y Universitaria, en donde todo lo anterior alcanza una plenitud mayor y más exigible. Es en la universidad donde el estudiante, a través de una formación integral sólida, puede alcanzar esa madurez humana, intelectual y profesional, que le permita acceder al mundo sociolaboral de una manera plena y constructiva, abierta al servicio a la comunidad concreta, nacional y europea, en que se inscriba su labor futura. Es en la universidad, orientada ésta al servicio del hombre completo, no solo intelectualmente capacitado, sino también sabio y diestro en el uso de su voluntad, donde maduran modelos de vida genuinos, con vocación de entrega y servicio a la sociedad, modelos en los que no caben actitudes egoístas o irresponsables. Europa y la humanidad necesitan profesionales bien preparados, rigurosos y detallistas, responsables y fieles cumplidores de sus deberes, porque a ellos confiará su salud, su hacienda, su vida y su futuro. Necesita personalidades equilibradas, maduras, generosas, comprensivas e inasequibles a cualquier tipo de egoísmo. Es aquí, donde todo sistema educativo, nacional o europeo, se juega su futuro. Es en la educación donde el hombre debe encontrar el estímulo a su actuar y el cauce para canalizar lo mejor de su esfuerzo, en la consecución de una formación integral, que una vez adquirida, ponga al servicio de la sociedad. A nadie se le escapa que se avecinan años de profundos cambios; ya los estamos teniendo, en buena parte ya han sido iniciados; y en buena lógica supondrá que tendrán que modificarse componentes de los sistemas y modelos educativos. No es nuestra misión, como la de Josué deteniendo al sol, tratar de parar al tiempo, sino la de conservar los valores esenciales de nuestras culturas, los valores esenciales de nuestra sabiduría educativa actual, atesorada tras muchos siglos: la búsqueda de la verdad, la libertad de creación científica, la redefinición del esquema de valores sin el que ninguna sociedad puede vivir, y el servicio a la comunidad, a la sociedad y al mundo, tratando de hacerlo más avanzado, más libre y más justo. Para otros, cambiar es envilecerse; para los educadores, para cualquier universitario, es nuestro modo de actuar. Conviene mucho a la educación el lema renacentista de la espiral: eadem mutata resurge (cambia, pero permanece). Es idéntica a sí misma, pero se desarrolla en otras coordenadas y con otras amplitudes. Puestos a crear utopía, uno piensa en una Europa ideal, cuya política educativa persiguiera la igualdad de oportunidades (con procesos selectivos justos y una distribución justa de las ayudas económicas) y facilitadora de cauces educativos de diversificación y orientación de los estudiantes. Una Europa en la que la provisión de profesionales se adecuara a la expectativa social y laboral, de forma que cada cual tuviera formación y trabajo. Una Europa en que la enseñanza, en sus diversos niveles, dispusiera de la autonomía necesaria para realizar sus fines y desarrollar su potencialidad creadora, crítica, en un contexto de profunda interrelación científica y humana con la realidad social y laboral en unas instituciones educativas con un profesorado capaz de ciencia y de decencia, que formará en la interdisciplinariedad y para el trabajo en equipo; unas instituciones educativas en las que se enseña y se aprende a investigar, con planes de estudio y métodos de enseñanza que faciliten la personalización de los estudios por el alumno; instituciones promotoras de hombres cultos, y en posesión de aquella base filosófica fundamental que consiste en conjugar conciencia de individuo y conciencia social, de humanidad; instituciones con tensión de mejora en todos los niveles, sensibles a una sana emulación y competitividad. En una Europa y en unas instituciones educativas evolutivas y creadoras, capaces de inventar nuevas formas que armonicen tempranamente el estudio y la inserción profesional, que preparen e inviten tempranamente a la formación permanente. En una educación europea con un sistema pluridimensional, abierto a la promoción cultural, profesional y permanente de los adultos de todas las edades, de las personas de todas procedencias y credos... En una Europa, en definitiva, que persiga e ;ta utopía, con realismo, con prudencia, en consenso y paso a paso