Nueva Revista 041 > Un hombre con atributos

Un hombre con atributos

Luis Marañón

Sobre la literatura de Robert Musil que quiso desvelar la trama de la realidad Europea de principios del s.XX.

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Referencia

Luis Marañón, “Un hombre con atributos,” accessed November 22, 2024, http://repositorio.fundacionunir.net/items/show/781.

Dublin Core

Title

Un hombre con atributos

Subject

Literatura

Description

Sobre la literatura de Robert Musil que quiso desvelar la trama de la realidad Europea de principios del s.XX.

Creator

Luis Marañón

Source

Nueva Revista 041 de Política, Cultura y Arte, ISSN: 1130-0426

Publisher

Difusiones y Promociones Editoriales, S.L.

Rights

Nueva Revista de Política, Cultura y Arte, All rights reserved

Format

document/pdf

Language

es

Type

text

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UN HOMBRE CON ATRIBUTOS Luis Marañón Yo era una persona sola con mi escritura, sola muy lejos de todos. Marguerite Duras Con el fin del Imperio AustroHúngaro se clausuró un capítulo de la historia de Europa en el que ya se advertía el peligro de los grandes simplificadores; Robert Musil, testigo de ese crepúsculo, se empeñó en tratar de desvelar la inmensa y contradictoria trama de aquella realidad. ste hombre austríaco, nacido en 1880, se puede considerar como un pesimista nato, si bien de una gran lucidez. Amaba la noche porque, en su opinión, carece de enigmas y porque uno Ese hace compañía a sí mismo. Este hombre decía que el ser humano es cosa bien precaria porque edifica su vida en el vacío. El trauma de la gran guerra (19141918) le había afectado de manera definitiva. Él afirmaba que los cinco años de esclavitud de la guerra me han arrebatado la mejor parte de mi vida. Este hombre poseía el instinto de distinguir entre el moralista y el ético, pues no en balde contaba con una sólida formación: el Instituto Politécnico, después completa sus estudios filosóficos y, por fin, se convierte en ingeniero, como su padre. Ferviente antimilitarista, a este hombre solo le interesaba el contexto de sus pensamientos y sentimientos. Y decía: el dolor espiritual es como una herida en el corazón. En sus demorados paseos por las orillas del Prater padecía su inseguridad nerviosa y sentía miedo del miedo. Pero cuando se ponía a escribir este hombre lo hacía con una tremenda frialdad e indiferencia. Sobre todo con una enorme lucidez, tanto respecto a lo individual como a lo colectivo. Veía el riesgo que implicaba el que una sociedad, la suya, se adentrara en la soberanía absoluta de la rutina y en la masificación indolente frente a cualquier cuestión moral. Este hombre se consideraba, en cuanto individuo, un revolucionario y, en política, un evolucionista. Pero rara vez este hombre se introducía por el sendero del optimismo, puesto que tenía como máxima una frase estremecedora: todo ser humano es el cementerio de sus propios pensamientos. Y llegó a manifestar que en las culturas decadentes, la autenticidad se torna supérflua, inconveniente y perjudicial. Este hombre era un obseso del trabajo bien hecho, por considerar que forma parte de la necesaria armonía. De ahí que sus textos novelescos no expliquen, sino impliquen. Y el primero de sus deberes era su literatura; solo ponía energía en lo que elegía, con un rabioso deseo de claridad expresiva. De temperamento linfático y melancólico, este hombre taciturno se empeñó en ser escritor, alejándose de la psicología freudiana, con unos criterios disciplinados y estrictos, pero sin pluma fácil y rápida. Algunos lo han comparado con Proust. Escribía con pasión y dejó de ser bibliotecario e ingeniero a las primeras de cambio. Algo indeciso, y sabiendo que su formación intelectual tenía determinadas lagunas, escribió diez manuscritos de las doscientas primeras páginas de su gran obra. Obstinado, enérgico y poco accesible, como su abuelo paterno, este hombre consideraba la literatura como una interpretación de la vida, el combate por una naturaleza moral más elevada de la que iba encontrando a su paso. Y se proclamaba un furioso antiThomas Mann, del que no comprendía su éxito y a quien odiaba. Jamás creyó en el progreso, sino en la ascensión. Tal vez por ello varias editoriales le devolvieron su primera novela corta. Quizá también porque ocultaba la cabeza en sí mismo. Este hombre tuvo un padre silencioso, algo medroso y timorato, que nació en la parte húngara en Temesvar del imperio austrohúngaro, ingeniero mecánico de profesión, y una madre, nacida en Linz, combativa y violenta. Martha, su mujer, había leído a los seis años todas las obras de Schiller. Este hombre, nacido en Klagenfurt, pasó su infancia en Steyr y aborrecía la Revolución Francesa tanto como la Escuela Imperial de educación y formación militar, a la que catalogaba como formadora de suboficiales. Todas estas connotaciones familiares le hicieron decir que la vida es algo desagradable que se puede superar fumando. ¡Y bien que fumaba! Este hombre consideraba que el mundo ignora lo peligroso que es un escritor: decir las cosas claras acarrea siempre disgustos para el escritor. La actitud de éste en la vida política es la de espectador impotente. Este escritor asumía que la cultura y el estado son entes antagónicos. En plena desolación admitía que todas las grandes épocas de la cultura son épocas de decadencia política; siempre lo grande, en el sentido de la cultura, fue apolítico y, aun, antipolítico. Pensaba que el error fundamental era intervenir en la cultura como en un cuartel general de prensa y propaganda. Es más, este escritor se atrevió a decir que no había que dejarse engañar por los programas de los partidos pues no son más que atavismos. A su juicio, mucho más importante es la indiferencia de los electores. Este escritor terció sin miedo alguno, en la polémica entre socialismo y liberalismo. Con respecto al primero, señaló que el problema más espinoso es la burocracia rampante y adormecedora, cuyo paradigma es la aplicación de una escolástica del Estado (en 1934 llegó a escribir que el Estado había servido para algo hasta ahora; que en esos momentos todo estaba a su servicio). Con respecto al liberalismo afirmó que ha llevado el librecambismo al ámbito de la opinión, si bien reconocía que ha sido un factor de progreso, pero centrífugo. Este hombre reconoció que la política es una caricatura de la actividad creativa: produce una moral vinculante, sin valores sólidos; no mantiene las promesas y los objetivos se aplazan indefinidamente. Asimismo pensaba por escrito que la dignidad personal del político se constituye en el factor político de primera línea. Por derecho atacó el gran peligro del sistema electoral: el acceso de hombres mediocres y perversos a la cumbre del poder... pensando en Hitler. También fustigó al nacionalsocialismo y a la socialdemocracia, pues las consideraba unas ideologías que pretendían que no hubiera más orden espiritual que el suyo, es decir, que se metieron de hoz y coz en un sectarismo vulgar. Al hilo de esto añadía que la gloria de Rilke se va desvaneciendo y todo se hace silencio a su alrededor. Este hombre, que convivió con grandes figuras de la cultura alemana Wittgenstein, Krause, Klimt, Kokoschka, los Mann, Rilke, Broch, Freud, Jung, el eterno Jünger, etc. se llamaba Robert Musil, el autor de El hombre sin atributos y de Las Tribulaciones del joven Tórless. Como amaba la noche, se le puede aplicar el decir de SaintExupéry: solo me acompañan las estrellas. Este hombre, este escritor, fallecería en el exilio de Ginebra, en 1942: contaba sesenta y dos años. Y desde siempre se había proclamado como un furibundo antitotalitario, fueran nazis o comunistas los que gobernaran. Sencillamente, él aspiraba a la libertad, pero no pudo disfrutarla. •