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Rusia, esperanza y desilusión
Sucre Alcalá
Sobre cuando desapareció la Unión Soviética, un rayo de esperanza sacudió al mundo, sorprendido por el formidable acontecimiento histórico, que ponía fin sin grandes convulsiones al régimen bolchevique gracias al golpe de Estado de octubre de 1917.
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Sucre Alcalá, “Rusia, esperanza y desilusión,” accessed November 22, 2024, http://repositorio.fundacionunir.net/items/show/671.
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Title
Rusia, esperanza y desilusión
Subject
Panorama
Description
Sobre cuando desapareció la Unión Soviética, un rayo de esperanza sacudió al mundo, sorprendido por el formidable acontecimiento histórico, que ponía fin sin grandes convulsiones al régimen bolchevique gracias al golpe de Estado de octubre de 1917.
Creator
Sucre Alcalá
Source
Nueva Revista 036 de Política, Cultura y Arte, ISSN: 1130-0426
Publisher
Difusiones y Promociones Editoriales, S.L.
Rights
Nueva Revista de Política, Cultura y Arte, All rights reserved
Format
document/pdf
Language
es
Type
text
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Text
Mandan el Ejército y la Nomenklatura Rusia, esperanza y desilusión Por Sucre Alcalá Mañana abandono esta tierra de esperanza y regreso a nuestros países occidentales sumidos en la desesperación (George Bernard Shaw, al despedirse de sus anfitriones tras una visita de seis días a la URSS). uando las murallas del comunismo se derrumbaron y desapareció oficialmente la Unión Soviética (agostodiciembre de 1991) un rayo de esperanza sacudió el mundo, sorprendido por el formidable acontecimiento histórico, que ponía fin sin grandes convulsiones al régimen bolchevique fundado por Lenin gracias al golpe de Estado de octubre de 1917 que, paradójicamente, puso fin a la auténtica revolución de febrero. La verdad es que casi nadie parecía dar crédito al súbito desenlace, sobre todo por la forma y el tiempo histórico concreto en que se produjo demasiado suave y demasiado pronto, pensando quizá que el monstruoso Leviatán de nuestra época no podía morir de este modo, desintegrándose solo en múltiples porciones, sin derrota en el campo de batalla, soltando en la caída las presas que había conquistado durante décadas merced a una política tortuosa, cínica e implacable, que contó, no lo olvidemos, con la complicidad de numerosos círculos occidentales, que ayudaron a Lenin, a Stalin y a sus herederos en su acción imperialista mundial. En este sentido, fue decisivo el papel de la intelligentsia, que cumplió con creces la tarea asignada por Brinton (para que la revolución triunfe hace falta que el intelectual garantice la utopía) y que Raymond Aron, en el caso que nos ocupa, califica sin ambages como la función de los intelectualesverdugos, empeñados todavía en distingur entre el stalinismo y el comunismo, salvando en el camino los supuestos logros del llamado socialismo real y la figura histórica de Lenin. Gorbachov y Yeltsin Después del fracaso de Gorbachov, un leninista convencido que intentó lavar la cara del régimen, reformando en suma lo imprescindible para conseguir una economía más próspera que permitiera mantener la competencia feroz planteada en el campo económico y militar por las Administraciones de Ronald Reagan y George Bush; consumado el abandono de los Países Bálticos y de los satélites de la Europa Oriental; sumida la propia Rusia en las tribulaciones derivadas de la contestación producida en su interior y en las demás repúblicas que formaban parte del Imperio, acaeció lo inevitable: la querella en el seno de la nomenklatura, la imposición de Rusia, es decir, de Yeltsin, el derrumbe de la URSS, esto es, de Gorbachov, y la imposición del Ejército, sin cuyo concurso el Zar Boris no estaría ocupando las partes nobles del Kremlin. Como sería prolijo detallar las vicisitudes de todo este proceso, sobradamente conocido por nuestros lectores, baste decir que desde el fallido golpe de Estado del 19 de agosto de 1991, que supuso un triunfo para el demócrata Yeltsin (había abandonado el PCUS en 1990) frente a la plana mayor del Gobierno soviético, incluyendo al todopoderoso jefe del KGB, la URSS se desintegró oficialmente en diciembre de 1991, se formó un Gobierno con participación de tres destacadas personalidades Yegor Gaidar, Grigory Yablinsky y Boris Fiodorov encargados de acometer las reformas imprescindibles para el tránsito hacia una economía de mercado, mediante una terapia de choque que suscitó inmediatamente una serie de resistencias políticas y sociales. Porque la victoria de Yeltsin en los días cruciales de agosto de 1991 fue una victoria pírrica, fruto afortunado de los reflejos de quienes lo convencieron para que abandonara su dacha y se presentara en el Parlamento, subiéndolo después al tanque para dirigir un discurso vibrante y directo, cuya divulgación urbi et orbi cambiaría las tornas, ayudado, eso sí, por las vacilaciones y errores de los propios putchistas que, para empezar, no se cuidaron de arrestarlo una vez cruzado el Rubicón. A partir de esa fecha, que constituye un hito en la carrera personal de Yeltsin y en la lucha por el cambio democrático en Rusia, el curso de los acontecimientos va poniendo de relieve las enormes dificultades de semejante empresa. En virtud de la solidez de unas estructuras políticas y económicas firmemente asentadas a lo largo de setenta años de totalitarismo, de la mentalidad social creada por el régimen, y de la debilidad de un líder fuerte pero sin carácter, ambiguo y veleidoso, incapaz de romper radicalmente con un pasado que lo ata. Rodeado, además, por una camarilla de paisanos reformistas algunos, appáratchiki los más procedentes de su tierra natal, Sverdlosk, la riquísima e industriosa provincia de los Urales, considerada como una de las joyas históricas del Imperio. El Ejército En consecuencia, al tiempo que se echaban las campanas al vuelo por el éxito de Yeltsin y su Gobierno de reformadores, la vieja guardia comunista mantenía el control del Parlamento, de los Tribunales, de la Administración, de las grandes empresas estatales, de las redes de distribución de fertilizantes y alimentos, de gran parte de los medios de comunicación, conservando gran influencia dentro del Ejército y del KGB. De manera que el conflicto institucional estalló y se resolvió a cañonazos cuando el Ejército luego veremos el preciointervino el 4 de octubre de 1993 contra el Parlamento, en cuya sede se encontraba el general Alexander Rutskói, héroe de la guerra de Afganistán y vicepresidente de la República. Yeltsin fue salvado in extremis, merced, entre otras cosas, al apoyo personal del alcalde de Moscú, Luzhkov un hombre poderoso, procedente, por supuesto, de la antigua nomenklatura, muy bien relacionado con los nuevos poderes económicos y llamado a mayores destinos y a la aceptación de una serie de condiciones impuestas por la cúpula militar, entre las cuales figuraban los Planteamientos básicos de la doctrina militar de la Federación Rusa que, en sustancia, anulaba la declaración de Gorbachov sobre el compromiso de la URSS de no desencadenar primero un ataque nuclear y consagraba el derecho de intervención de Rusia en las Repúblicas de la antigua URSS. Descalabro reformista Después de este asalto, Yeltsin quedó dramáticamente tocado. Se refugió en su círculo íntimo y dejó a su suerte a los reformadores, que en vano le pidieron un compromiso explícito suyo con Opción de Rusia, el partido encabezado por Yegor Gaidar y Gregory Yablinsky. Al tiempo, los excomunistas y el Partido Liberal Democrático (sic), encabezado por Vladimir Zhirinovsky, llevaron a cabo una campaña a la americana, con toda suerte de medios, con vistas a las elecciones parlamentarias del 12 de diciembre de 1993, cuyo resultado constituyó un rotundo descalabro para los reformadores. De hecho Zhirinovsky tuvo la televisión a su servicio y a fe que la utilizó concienzudamente, lanzando su mensaje simplista y demagógico contra quienes había destruido la URSS y su grandeza imperial. ¿Quién proyectó a Zhirinovsky en el escenario político? ¿Quién financia su aventura? En fuentes bien informadas de Moscú se dice que detrás del fenómeno está el propio KGB... Sea de ello lo que fuere, lo cierto es que a partir de esas elecciones el panorama político de Rusia sufre una inflexión notable en todos los campos. Del nuevo Gobierno, presidido también por Viktor Chernomyrdin, desaparecieron los reformadores económicos Gaidar, Yablinsky y Fiodorov a quienes se les echó la culpa de los consabidos problemas sociales surgidos por la puesta en marcha de los programas encaminados al establecimiento de una economía de mercado en Rusia. Pero lo grave del caso no es la suerte de estas personalidades, por muy valiosas que sean, como en efecto lo son, sino el giro de la política económica, que vuelve a tener como gran protagonista al Estado. De suerte que algunos intelectuales prestigiosos, como el historiador Yuri Afanasyev, piensan que la reforma ha muerto. El cuadro se completa con el mantenimiento de una burocracia asfixiante 20.000.000 de personas para una población de 150.000.000y una nomenklatura pletórica, metida de lleno en los negocios y en la especulación, remozada por el ingreso de las nuevas generaciones y expurgada, eso sí, de algunos cuantos ladrones excesivamente llamativos. Muy pocos casos en verdad si se considera la corrupción imperante. Reconstrucción del Imperio Por otra parte, el Gobierno actual de Rusia aspira a reconstruir en la medida de lo posible la antigua Unión Soviética, bajo formas y etiquetas nuevas, por supuesto. Excluyendo quizá a ciertos territorios cuyo interés económico sea negativo o cuyas ventajas geoestratégicas puedan ser obtenidas mediante una operación de reparto impuesta alegando la defensa de los derechos de las minorías rusas allí asentadas desde hace siglos, como puede ser el caso concreto de Ucrania y Kazajstán, donde los porcentajes de población rusa se elevan al 21,9 y 37,6, respectivamente. En la misma línea de recuperación de la influencia imperial, ligada como es obvio con la nueva doctrina militar de la Federación Rusa, se inscribe la negativa formulada por el ministro de AA.EE. Andréi Kozirev otro de los hombres importantes de la política rusa al ingreso de los antiguos países satélites de la Europa Oriental en la OTAN. Como dice Kissinger, frente a la política de autoinculpación por la guerra fría que parece haberse instalado otra vez en Washington y, en concreto, en el Departamento de Estado, si Rusia puede vetar a los miembros de la OTAN ahora, cuando necesita apoyo económico, ¿qué vetará cuando se haya fortalecido mediante la reforma y las ayudas económicas estadounidenses? Conviene no olvidar que Rusia, al fin y al cabo, sigue siendo una gran potencia militar y política y lo más probable es que durante el próximo siglo mantenga un rango mundial a poco que enderece su economía. Algunos piensan, incluso, que esto sería más factible limitándose estrictamente al ámbito de la Federación, que tiene demografía y recursos suficientes para conseguir ese objetivo vinculado de modernización económica y poder político. Rusia no es una potencia nueva, improvisada y sin tradiciones. Al revés, desde su consagración en Poltava (1709), donde Pedro el Grande cortó las alas a Suecia, ha jugado siempre un papel de primer orden en los asuntos europeos y asiáticos. Sus ejércitos acamparon en Le Bois de Boulogne, París, en fecha tan cercana como 1814, regresando sin problemas tras sus fronteras después de la abdicación de Napoleón. Es lógico, y viene impuesto además por las leyes de la geoestrategia política, que Rusia siga siendo el núcleo en el espacio euroasiático, lo cual no quiere decir que esa hegemonía signifique al tiempo la esclavitud de sus vecinos y menos todavía bajo el principio de una ideología totalitaria como el comunismo, cuyas principales víctimas, como reclama Solzhenitsin, han sido los propios rusos. No quiero terminar estas líneas sin una referencia al gran Alexander Solzhenitsin, recibido en Rusia en medio de una cierta controversia, entre el desdén de las clases dizque ilustradas y la admiración de un pueblo que ve en él a un legítimo profeta, alguien que dice la verdad y no tiene miedo, un ejemplo de valor moral en tiempos nada propicios para los mensajes espirituales profundos, dirigidos a extirpar de cuajo el cáncer del comunismo en el alma del pueblo ruso. Solzhenitsin ha atacado frontalmente el ateísmo militante más extendido y fuerte de lo que se piensa en Occidente, donde se sobrevalora el renacimiento religioso y el materialismo en sus diversas formas, oponiéndose, además, a una privatización de la propiedad de la tierra que suponga, otra vez, el despojo de los campesinos en beneficio de quienes ahora tienen dinero o influencia política para comprarla. Para quienes ven en el autor y protagonista del Archipiélago Gulag un ciudadano extravagante y molesto, anclado en el pasado y fuera de la realidad concreta de la Rusia actual, alguien que debió quedarse en Vermontbourg, EE.UU., recuerdo aqui las palabras de Raymond Aron en Un siglo de Guerra Total: Sea lo que sea lo que piensen los cristianos progresistas, el ateísmo es el alma de la empresa bolchevique, un ateísmo inaceptable para los que sin adherirse a una religión de salvación temporal, creen en la vocación irreemplazable de cada ser humano, en la existencia en cada uno de ellos de una chispa divina inextinguible que lo es todo. Hemos pasado de la esperanza a la desilusión, pensando quizá alegremente que los estigmas del comunismo desaparecen por decreto. Un sistema totalitario que imprime su sello de manera indeleble en el cuerpo y en las almas de millones de personas contra los cuerpos la violencia, contra las almas la mentira, según la consigna expresa de Lenin durante más de setenta años, requiere un período equivalente para extirpar sus raíces malignas. La esperanza debe subsistir, pues, aunque el tiempo ya no estará con nosotros. Nota. El autor visitó recientemente Rusia, en compañía de Juan Pablo de Villanueva. Ambos mantuvieron una serie de conversaciones con destacadas personalidades de la política y del mundo intelectual, cuyo contenido básico les ofreceremos en el próximo número de NUEVA REVISTA.