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Sudáfrica, entre el miedo y la esperanza

Rafael Gómez López-Egea

Se van a celebrar en Sudáfrica las primeras elecciones libres en las que participan dirigentes y partidos políticos de diferente ideología, podrán votar todos los habitantes sin distinción de razas.

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Rafael Gómez López-Egea, “Sudáfrica, entre el miedo y la esperanza,” accessed November 22, 2024, http://repositorio.fundacionunir.net/items/show/632.

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Sudáfrica, entre el miedo y la esperanza

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Se van a celebrar en Sudáfrica las primeras elecciones libres en las que participan dirigentes y partidos políticos de diferente ideología, podrán votar todos los habitantes sin distinción de razas.

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Rafael Gómez López-Egea

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Nueva Revista 034 de Política, Cultura y Arte, ISSN: 1130-0426

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Difusiones y Promociones Editoriales, S.L.

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El 27 de abril se celebran las primeras elecciones libres Sudáfrica, entre el miedo y la esperanza Por Rafael Gómez LópezEgea l 27 de abril de este año 1994 se celebrarán en Sudáfrica las primeras elecciones libres en las que participan dirigentes y partidos políticos de todas las tendencias a los que podrán Evotar los habitantes del país sin distinción de razas. Terminan así varios siglos de dominación blanca bajo diversos sistemas, el más conocido y escandaloso de los cuales fue el del Apartheid, régimen consagrado con especial virulencia a partir del año 1948. Con la mano en el corazón, hemos de reconocer los escasos conocimientos que la opinión pública europea en general y española en particular, tiene sobre la realidad social, política, racial, cultural y económica de ese país que supera ampliamente el millón de Km2, está poblado por unos 25 millones de negros, cuatro millones de mulatos, hindúes y asiáticos, gobernados todos ellos por 5 millones de blancos. Un país bello, de paisajes variados, amplias zonas costeras, economía pujante gracias a sus recursos: oro, diamantes, manganeso, cromo, amianto, hierro, uranio, ganadería, pesca, comercio que se ha debatido entre violencia y racismo sin encontrar solución a unos problemas que amenazaban el presente y hacían difícil cualquier esperanza de futuro. Ni siguiera es factible reducir el drama sudafricano a una guerra racial entre blancos y negros. Los blancos están divididos entre descendientes de los primeros pobladores holandeses, bóers, y los de origen británico. Los negros (zulúes, bantúes, xosas), vivieron siempre divididos en tribus y clanes rivales, acostumbrados a guerrear entre ellos y sin conciencia de unidad étnica o cultural. Mulatos en diversos grados de color de piel, hindúes y otras razas asiáticas de Extremo Oriente, forman las restantes minorías de la población sudafricana que ahora se dispone a concurrir a las elecciones de abril de 1994. Por utilizar un símil expresivo, podría decirse que la situación en Sudáfrica recuerda una hoguera encendida junto a un barril de pólvora. Cualquier chispa sería suficiente para que el barril explosionara. Sin embargo, vista la compleja realidad del país, la iniciativa tomada por el Presidente De Klerk en febrero de 1990, que ha conducido a las primeras elecciones libres en Sudáfrica, era la última esperanza de controlar la hoguera, reducirla al mínimo e incluso apagarla antes de que se produjera la explosión. Solo el tiempo dirá si De Klerk estuvo acertado o si como auguran los extremistas conservadores blancosserá el principio de la catástrofe y el final de la República Sudafricana como nación próspera, industrializada y culta. Lo que nadie, ni siquiera los más furibundos afrikaners podrá negarle a De Klerk es haber tenido el valor de adelantar las cartas de una partida que el gobierno blanco del apartheid tenía perdida de antemano. La enorme contradicción de mantener una población de 30 millones de gente de color dominada y aislada por 5 millones de blancos, no podía prolongarse más tiempo. Por muchas e ingeniosas teorías raciales que se inventaran los doctrinarios del apartheid, por muy eficientes que fueran las fuerzas de policía que lo eran y por operativo que se mostrase el ejército de élite sudafricano, cada vez resultaba más difícil el mantenimiento del sistema. Difícil encrucijada De Klerk hubiera podido, como sus antecesores en la Presidencia, Pieter Botha, J. Vorster, H. Verwoerd y J. Strijdom, apretar un poco más las tuercas del apartheid, engatusar a la opinión blanca aireando los viejos mitos de la raza, la religión cristiana y las raíces europeas para prolongar unos años más la situación de flagrante injusticia. La táctica del ir tirando mientras se pueda estaba llegando a su fin. En cuestión de unos años, las barreras alambradas que separaban físicamente los barrios negros de los blancos podían ser insuficientes para detener la marcha de la historia. Si llegaba ese momento, y De Klerk tuvo la clarividencia de ver el futuro, la masacre iba a ser de proporciones descomunales. Cierto que el poder blanco disponía de recursos para detener la avalancha. Pero ¿a cuántos millones de negros iba a matar el ejército? Y ¿cuántos miles de soldados morirían en aquel baño de sangre? ¿Cómo explicar ante el mundo semejante monstruosidad? Los supuestos a considerar llevaban a conclusiones evidentes: la Sudáfiica del apartheid no tenía cabida entre las sociedades del siglo XXI. Desde que asumió el poder, De Klerk tuvo conciencia de que no había mucho tiempo que perder, si querían recuperar los años perdidos y adelantarse con éxito a la lógica de la historia. Ya en 1989 declara finalizada la época del apartheid, ante el asombro de los dirigentes negros y la indignación de los ultraconservadores blancos. Que las promesas del Presidente De Klerk no eran palabras vanas lo evidencian los hechos posteriores. El año 1990 es una fecha clave en la historia de Sudáfrica. En su famoso discurso ante el parlamento del 2 de febrero de ese año, De Klerk expone ante la nación el reconocimiento del partido de Nelson Mandela, el Congreso Nacional Africano (CNA) que era ilegal, así como de los demás partidos de oposición estuvieran dirigidos por negros o blancos, incluyendo el Partido Comunista Sudafricano. De modo paralelo y para reforzar estas medidas, quedan abolidas las leyes segregacionistas y el principal dirigente del CNA, tal vez el que mejor representa las aspiraciones de los negros, Nelson Mandela, es puesto en libertad después de 30 años de prisión. El camino hacia el entendimiento entre negros y blancos parece abierto a las más optimistas posibilidades. En efecto, mediado 1990, Mandela y De Klerk mantienen diversos contactos destinados a trazar de común acuerdo un calendario que marque las fases del proceso que llevará a las primeras elecciones libres. Se habla de una nueva Constitución para la República Sudafricana en la que se protejan los derechos de todos sus habitantes, al marjen del color de la piel. Junto a la caída del comunismo, el mundo Occidental recibe con júbilo el final del apartheid, la liberación de Mandela y la apertura del proceso que traerá la estabilidad a un país acosado por la mala conciencia y el desafío violento de la mayoría negra. Todo parecía marchar sobre ruedas, gracias al entendimiento De KlerkMandela, cuando surgen elementos imprevistos que salpican de violencia y de sangre lo que debiera ser diálogo, espíritu de concordia. Por una parte, los negros ya no son un bloque homogéneo unido contra el poder blanco. Extremistas de un lado y otro se atacan sañudamente, causando centenares de muertos de raza negra... pero no de la misma. Los zulúes (ocho millones) agrupados en el renovado Partido de la Libertad Inkhata, dirigido por el dirigente zulú Mangosuthu Buthelezi se enfrentan a muerte con el sector extremista del Congreso Nacional Africano de Nelson Mandela. La raza de los zulúes se ceba en la etnia de los xosa, a la que pertenece Mandela. Mientras los blancos moderados de De Klerk intentan poner paz en sus filas del Partido Nacional, los exaltados que forman el Partido Conservador azuzan las luchas tribales de los negros y a través de sus militantes en las fuerzas de policía, dan armas a los zulúes para sus actos vandálicos. De Klerk y Mandela, rebasados por los extremos, apenas logran detener la marea de violencia y sangre que, de nuevo, se apodera de Sudáfrica. El revitalizado Congreso Panafricano (PAN) se lanza por su cuenta al terrorismo, asesinando blancos en uno de los clubs más distinguidos del país. Los conservadores braman contra el malvado y traidor De Klerk asegurando que los lleva a todos a la muerte. Sin embargo, la simpatía y apoyo internacional a los dos dirigentes pacificadores les sirve para reforzar sus respectivas posiciones en el interior del país. Sectores cada vez más amplios, sobre todo entre los jóvenes blancos, incrementan las filas del Partido Nacional y secundan los planes reformistas del presidente De Klerk. Buena prueba de ello es que el 27 de marzo de 1992, De Klerk gana el Referéndum que le permite continuar las gestiones encaminadas al reparto del poder con el CNA. Siguen las conversaciones Aunque prosiguen los enfrentamientos entre militantes de Inkhata y guerrilleros del CNA, los proyectos de pacificación no se interrumpen, tal como desearían los extremistas de los distintos partidos empeñados en una lucha cruenta. Porque los baños de sangre, continúan. Los zulúes de Inkhata actúan con deliberada furia para sembrar el terror entre los partidarios del CNA. En junio de 1992 casi medio centenar de seguidores de Mandela, son cruelmente asesinados por Inkhata en una acción devastadora, que deja a los reformistas sin resuello y a los conservadores blancos muy satisfechos: Ya veis, los negros son tan salvajes que asesinan hasta a los de su propio color. ¡Imagináos lo que harán con los blancos! A pesar de todo, la verdad de la cuestión era que de forma inconsciente los planteamientos de los grupos y partidos rivales habían cambiado sus puntos de referencia. La dialéctica blancoopresor contra negrooprimido, fue barrida a partir de la nueva política ofertada por De Klerk y su Partido Nacional. Si la voluntad de los blancos era ya de concordia y diálogo hacia la libertad, los negros razonables no podían oponerse a participar en ese diálogo. La liberación de Nelson Mandela apuntaba ya cuál sería el principal interlocutor de De Klerk. Dos hombres clave, Mandela y De Klerk y dos partidos, el CNA y el Partido Nacional iban a ser los factores decisivos en el nuevo orden político abierto en febrero de 1990, tras el discurso al Parlamento del Presidente De Klerk. Los demás partidos y sus líderes, incluso los que rechazan la actitud conciliadora de De Klerk y la moderada de Mandela, ya no se mueven en las posiciones anteriores a 1990, sino que, curiosamente, se sitúan, refuerzan, pactan y rebullen con la esperanza de lograr las parcelas más amplias del poder en disputa. Tal impresión se desprende de las maniobras desplegadas por unos y otros durante las sesiones de la Conferencia para la Democratización de Sudáfrica (CODESA), a la que asistían representantes de una veintena de organizaciones y partidos de distinta envergadura, tamaño, influencia y arraigo popular. Desde los mejor situados, como el CNA y el PN, a los más beligerantes, como el Inkhata y el Partido Conservador, todos aspiran a colocar el mayor número posible de sus miembros en las comisiones dedicadas a fijar las normas que regirán la democracia sudafricana del futuro. El CNA de Mandela, confiado en movilizar a la gran masa de votantes en proporciones muy superiores a las de sus rivales, piden la celebración de elecciones democráticas siguiendo la norma de: un hombre, un voto. Formada la Asamblea Constituyente y un Gobierno provisional multirracial, se abriría el proceso constitucional hasta elaborar la nueva Constitución. Una vez aprobada y de acuerdo con ella, se convocarían nuevas elecciones, lo que supondrá para Sudáfrica el encuentro definitivo con la paz, la libertad y la democracia. Naturalmente, un panorama tan idílico sólo puede dibujarse partiendo de obtener una amplia mayoría en los comicios del 27 de abril, como espera el CNA de Mandela. Estas pretensiones han sido impugnadas por otros partidos, como el PN y el Inkhata, que temen estar en minoría a la hora de redactar la Constitución y privados, por tanto, de sacar adelante sus propuestas. Las posturas llegaron a posiciones de extrema tensión, hasta el punto de que los miembros del CNA abandonaron la mesa de conversaciones dentro de CODESA. Reparto del poder Como siempre ocurre en las guerrillas de la política, el PN y el CNA continuaron manteniendo reuniones secretas logrando establecer un acuerdo básico y satisfactorio para los dos partidos: el PN cedía a la pretensión del CNA de elecciones para formar la Asamblea Constituyente, pero el CNA garantizaba al PN un pacto destinado a compartir el poder hasta final del siglo XX y principio del XXI. En una palabra, el partido en el Gobierno, bajo la hábil batuta de De Klerk, utilizaba su poder en acto para mantenerlo en potencia. Los restantes partidos, que ni disponen de la clara mayoría del CNA ni del poder del PN, plantean sus estrategias de cara al 27 de abril próximo. Son estrategias dirigidas a la conquista de mayorías que permitan, si no gobernar, al menos participar en la política activa, ser tenidos en cuenta a la hora de elaborar la Constitución, primero y las leyes, después. Aunque nadie oculta el pacto existente entre el CNAMandela y el PNDe Klerk sobre algunos puntos fundamentales del programa reformista, lo cierto es que, ante la inminencia de las elecciones el panorama se presenta incierto, no sólo porque se desconoce lo que ocurrirá en las urnas, sino que también se ignora lo que sucederá después. Se pueden hacer conjeturas sobre el reparto de votos entre los blancos, únicos que han ejercitado este derecho, pero no se sabe cómo reaccionarán los votantes de color: ¿lo harán siguiendo pautas ideológicopolíticas o se mantendrán fieles a los líderes de sus respectivas etnias? ¿Atenderán los reclamos de sus dirigentes moderados o preferirán seguir a los extremistas deseosos de venganza? Tampoco faltan, entre los negros tanto como en los blancos, sectores que preferirían dividir el país en pequeños Estados libres donde se agruparán los ciudadanos según el color de su piel. El problema, en este caso, sería determinar esas zonas, elegir ciudades, trasladar millones de personas de un sitio a otro, en busca del lugar perdido. Esta última solución no por caótica deja de ser considerada factible, lo que da una idea del grado de complejidad que revisten los problemas de Sudáfrica. Un serio peligro es no dar importancia a esta complejidad, esperar que todo se arregle por sí mismo o enviar observadores de la ONU para que vigilen la limpieza de las elecciones. Observadores y misiones pacificadoras que luego, cuando llega la hora de la barbarie, la crueldad y la muerte, tan solo sirven para dejar clara evidencia de la simpleza humana. •