Nueva Revista 033 > Cuba, el embargo y la variante china
Cuba, el embargo y la variante china
Carlos Alberto Montaner
Discurso sobre el embargo americano contra el gobierno de Castro. La evolución de la isla de Cuba.
File: Cuba, el embargo y la variante china.pdf
Número
Referencia
Carlos Alberto Montaner, “Cuba, el embargo y la variante china,” accessed November 22, 2024, http://repositorio.fundacionunir.net/items/show/605.
Dublin Core
Title
Cuba, el embargo y la variante china
Subject
Panorama
Description
Discurso sobre el embargo americano contra el gobierno de Castro. La evolución de la isla de Cuba.
Creator
Carlos Alberto Montaner
Source
Nueva Revista 033 de Política, Cultura y Arte, ISSN: 1130-0426
Publisher
Difusiones y Promociones Editoriales, S.L.
Rights
Nueva Revista de Política, Cultura y Arte, All rights reserved
Format
document/pdf
Language
es
Type
text
Document Item Type Metadata
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Castro carece de opciones Cuba: el embargo y la variante china Por Carlos Alberto Montaner os son los temas sobre Cuba que más inquietan al lector español. La polémica eterna entre los partidarios de que Estados Unidos levante el embargo como es el caso del D Gobierno español o del Parlamento Europeo, o los que piensan que debe mantenerse para forzar a Castro a moverse en dirección de la democracia. El otro tema es el de la extraña evolución que se observa en la Isla y que los analistas intentan descifrar: hacia dónde va Cuba con la dolarización y la bienvenida a los inversionistas extranjeros. Parece que se encamina a lo que ya se llama la variante china. Por qué Estados Unidos no levanta el embargo contra Castro Discutir sobre la conveniencia o inconveniencia del embargo americano contra el gobierno de Castro es discutir sobre el sexo de los ángeles. Pura chachara. Un inútil ejercicio retórico. Ni republicanos ni demócratas tienen el menor interés en levantarlo. Y la razón es obvia: el embargo no es americano, sino cubano. Quienes lo mantienen vivo y vigente son los cubanos exiliados en Estados Unidos y su numerosa prole. La clase política americana pragmática y conciliadora probablemente le hubiera puesto fin de no haber existido la generalizada convicción de que la inmensa mayoría de los dos millones de personas de origen cubano radicadas en Estados Unidos desea que se mantenga, y de ser posible se arrecie. Es importante entender este fenómeno para poder juzgar las relaciones entre los dos países. Cuba sencillamente no es ya un tema de política exterior americana. Pertenece a su ámbito doméstico, más o menos como sucede en el caso de Israel, y exactamente por las mismas razones; porque en el país existe una minoría poderosa, con representación parlamentaria, capacidad para hacerse oír y un contorno electoral claramente definido. Aunque los exiliados no respaldan masivamente a ninguna de las decenas de organizaciones instaladas en Miami, se sabe con toda precisión cómo conquistar esos votos dispersos: con una fuerte dosis de anticastrismo. Y también se sabe cómo expresar la actitud política más rentable: apoyando el embargo. Pidiendo, incluso, más embargo. Desde una perspectiva ética el asunto tampoco muestra rasgos peligrosos. ¿Cómo extrañarse de que los adversarios del gobierno de La Habana pretendan vengar viejos agravios y tomar alguna represalia contra quienes tanto daño les han hecho? Es cierto que muchos analistas bien intencionados opinan que el levantamiento del embargo significaría el fin de la última coartada del gobierno y del último elemento cohesionador que impide su desplome, pero esa refinada hipótesis pesa mucho menos en el ánimo de los exiliados que la percepción monda y lironda de que la ausencia de vínculos económicos entre Estados Unidos y Cuba perjudica al castrismo mucho más de lo que lo beneficia. Al fin y al cabo, eso es lo que constantemente confirma Castro en sus discursos y declaraciones. Puro sentido común. Si tanto se queja, por algo será. Para demócratas y republicanos del establishment no hay nada raro ni sorprendente en este enfoque de la cuestión cubana. La democracia americana es así: una difícil conciliación entre los intereses nacionales y particulares. Si eso el embargo es lo que quieren los electores de la minoría cubana, y no está en contradicción con lo que desea el resto del país ¿qué sentido (político) tiene oponerse a los legítimos deseos de los electores? Es verdad que el Parlamento Europeo, el Latinoamericano y casi la totalidad de la ONU han solicitado el fin del embargo y han repudiado la ley Torricelli, pero ¿votan estas personas en la Florida o en New Jersey? ¿Pagan taxes? ¿Cuántos representantes tienen en el Congreso americano? ¿Forman parte de la constituencyl. La política de Washington Es bueno que Castro entienda de una vez esta dura realidad, para que no pierda más el tiempo organizando costosas campañas diplomáticas dentro y fuera de Estados Unidos, reclutando religiosos ingenuos y desprevenidos, o pidiendo el apoyo de cancillerías amigas para presionar a Estados Unidos. En Washington no hay más presión que la electoral y en ese terreno Castro tiene la batalla perdida. Le toman el pelo quienes le dicen que es posible movilizar la opinión pública americana en favor de su causa, recordándole lo que ocurrió en el país durante la época de Vietnam. En Cuba no mueren decenas de estadounidenses todos los días frente a las cámaras de televisión, y en la sociedad americana no hay el menor interés en hacerle la vida más fácil al gobierno cubano. Tampoco es verdad reina la emoción contraria. Lo que prevalece frente a Castro es una indiferencia cargada de vagos sentimientos negativos. Lo detestan, pero sin fanatismos, como se detesta el lejano zumbido de un tábano molesto. Castro no supo prever el signo de los tiempos. Con el fin del gobierno de Cárter y el inicio de la era Reagan, el Máximo Líder perdió la oportunidad histórica de pactar con Estados Unidos por encima de los deseos y conveniencias de sus enemigos. En la década de los ochenta, los exiliados pasaron a ser CubanAmericans, asumieron una identidad étnica en el complejo mapa cultural y político del país, y rechazaron su parte alícuota del poder, que consistía, básicamente, en cierto implícito derecho a orientar la política de Washington con relación a La Habana. En ese momento, un Castro vencedor en Nicaragua, Angola y Etiopía, cabeza de los NoAlineados y flagelo del imperialismo, embriagado por la certeza de que el mundo se orientaba hacia el comunismo, no supo advertir el poder que adquirían sus adversarios. No entendía la sociedad americana. Ahora lo está pagando. Sólo que este fenómeno no se agota con el fin del castrismo. En lo adelante, y por varias décadas, las relaciones entre Estados Unidos y Cuba estarán condicionadas por el peso y la intención de los CubanAmericans. Esto es fundamental comprenderlo, porque se trata de un dato sin el cual es imposible hacer planes para el futuro. Cuba cuenta con una ciudadanía escindida, y ese veinte por ciento de personas de origen cubano avecindadas en los Estados Unidos van a tener una cierta influencia en el destino de la Isla, aunque sólo sea porque Cuba no dejará de ser un problema doméstico americano mientras los CubanAmericans mantengan su interés en el asunto. ¿Cuánto tiempo durará este fenómeno? Probablemente un par de generaciones más. El tiempo que demore la sociedad norteamericana en integrar totalmente a los CubanAmericans y debilitar sus raíces. Les ocurrió a los irlandeses, italianos y alemanes, y les ocurrirá a los cubanos de Miami. Les ocurrió a chícanos, tampeños y newyoricans, y les sucederá a los descendientes de los exiliados. De eso se trata el meltingpot. El fracaso de la variante china No obstante, algo se mueve en Cuba, aunque el embargo permanezca invariable. Ahora estamos en la variante china. La variante china consiste en admitir cambios económicos pero no cambios políticos. Es un chopsway de inversiones extranjeras espolvoreado con picadillo de disidentes. La receta no produce platos suculentos sino apenas una magra ración para matar el hambre. Algo para ir tirando no se sabe qué ni hacia dónde. Magnífico. Otra prueba de que Castro no está totalmente mineralizado. No era verdad su fiero grito de marxismoleninismo o muerte. El Máximo Líder está dispuesto a cambiar el sistema económico si con ello consigue conservar el poder político. Está resignado a recurrir al capitalismo para salvar la revolución marxista. El asunto no deja de tener su gracia. La columna vertebral del marxismo, la piedra angular del dogma, sostiene que todos los valores y creencias, toda la superestructura, descansan en el régimen de relaciones económicas. Para Marx, política y economía no están separadas. No son entidades distintas. La política es una expresión de la economía. Si cambia la economía tiene que cambiar la política. Todo el galimatías marxista está montado sobre ese supuesto. No es posible negarlo y afirmarlo al mismo tiempo sin decir una inmensa tontería. Pero si Castro entiende poco de marxismo, sus conocimientos del capitalismo son aún más precarios. ¿Quién pudo meterle en la cabeza que los grandes inversionistas, las compañías serias, van a acudir a un país cuyo principal factor de riesgo es, precisamente, de carácter político? ¿No se da cuenta este confundido caballero que toda la estabilidad del país depende de un anciano hipertenso de sesenta y siete años, que patrulla y reprime a una sociedad mayoritariamente hostil, mientras administra un Estado en ruinas dentro de la peor tradición caudillista latinoamericana? ¿Qué sucedió cuando terminó la dinastía somocista? En 1979, cuando se fue Somoza, Nicaragua tenía 1,500 dólares anuales per capita y una moneda estable. En 1990, cuando Daniel Ortega perdió el poder, los ingresos per capita apenas alcanzaban los 350 dólares por año y la inflación alcanzaba el cuarenta y tres mil por ciento anual. En ese momento un dólar valía cinco mil millones de córdobas. He dicho bien: cinco mil millones. Las revoluciones ya se sabe son incosteables. Para los cubanos el problema es Castro, pero para los inversionistas extranjeros el problema consiste en el después de Castro. ¿Qué pasará después de Castro? ¿Viene el caos? ¿Viene la matanza? ¿Viene un golpe militar? ¿De qué signo será ese golpe? ¿Cuántos años demorarán esta vez los cubanos en alcanzar la estabilidad? La revolución del 33 no amainó hasta siete años más tarde. La del 59 todavía está dando coletazos. ¿De qué sirve posicionarse en Cuba ahora, para esperar el fin del castrismo, si ese episodio puede acarrear una feroz turbulencia de muchos años de duración? Castro no entiende que el requisito más importante para los inversionistas es la posibilidad de hacer planes futuros sin otros sobresaltos que los que proporciona la competencia. El noventa por ciento de las inversiones que se hacen en el mundo se llevan a cabo en Europa, Japón, Estados Unidos, Canadá y Australia. Y no es precisamente la rentabilidad lo que explica este fenómeno de endogamia económica, sino la posibilidad de poder predecir a largo plazo el resultado de las inversiones. Lo que se busca es seguridad, leyes que se cumplan, y sobre todo estabilidad política. Lo que se aprecia (y se precia) es poder asegurar que si a Kennedy lo matan, o a Nixon lo envían a su casa antes de tiempo, nadie tiene que correr rumbo a Suiza con un fajo de billetes atado a los calzoncillos. La más notable bendición que proporciona la democracia es la calma social. Nadie puede afirmar que la mayoría siempre toma las decisiones más sabias. Pero no se trata de eso: lo importante es poder trasmitir la autoridad ordenadamente, de acuerdo con reglas previamente pactadas dentro de un Estado de Derecho, y en Cuba no existe nada de eso. Si mañana Castro muere de un infarto, o si su lugarteniente le perfora el occipital de un taconazo, es muy probable que sobrevenga un largo período de desconcierto y violencia que se saldará con la ruina absoluta de la nación. ¿Quién va a invertir con esos truenos potenciales?. Va a invertir cierta gente de dudosa catadura. Van a invertir, pero poco, los tramposos. En general, a Cuba no acude venture capital sino capital de aventureros. Gente que quiere lavar dinero malhabido, o capital de muerde y huye que acude a la Isla para hacer una inversión rápida que proporcione en el acto resultados importantes. Y así, claro, no es posible aliviar la crisis tremenda que el país padece. Por esa vía lo que Castro logrará son pequeños y malos negocios que desangrarán aún más la ya casi exangüe economía nacional. ¿Cuándo Castro se convencerá de que su variante china no funciona y se moverá en otra dirección? Dado lo agudo del desastre, no creo que demore seis meses en advertir las dimensiones de este nuevo fracaso. En ese momento se descubrirá un fenómeno que no es extraño en la historia: descubrirá que carece totalmente de opciones. Descubrirá que no puede evadirse del camino de la reforma política, aunque se resista, aunque sea el más autoritario y déspota de los dictadores, porque no tiene absolutamente nada más que hacer o ensayar. Sin embargo, todavía intentará una última jugada: la llamada a escena de una falsa o débil oposición con el objeto de controlar la democracia con la misma cadena con que controló la tiranía. Pero será totalmente inútil: en Cuba no habrá sosiego, alivio a las penurias, buenas relaciones con Estados Unidos, inversiones extranjeras o recuperación económica, hasta que exista una democracia real en la que toda la sociedad pueda expresar sus preferencias. Algo de esto sin pensar en Cuba, naturalmente fue lo que trató de explicar Fukuyama cuando habló del fin de la historia. No hay más camino que la democracia. No existen las variantes. Y mucho menos la china. Eso es imposible, incluso para China. Mucho menos para Cuba, claro.