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El medio ambiente viene de antiguo

Angel Ramos

La noción y los problemas del medio ambiente son objeto de estudio de norteamericanos y europeos, y también de notables sabios españoles desde el siglo pasado.

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Angel Ramos, “El medio ambiente viene de antiguo,” accessed April 19, 2024, http://repositorio.fundacionunir.net/items/show/554.

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El medio ambiente viene de antiguo

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Naturaleza y Ciencia

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La noción y los problemas del medio ambiente son objeto de estudio de norteamericanos y europeos, y también de notables sabios españoles desde el siglo pasado.

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Angel Ramos

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Nueva Revista 030 de Política, Cultura y Arte, ISSN: 1130-0426

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Difusiones y Promociones Editoriales, S.L.

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Nueva Revista de Política, Cultura y Arte, All rights reserved

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La noción y los problemas del medio ambiente son objeto de estudio de norteamericanos y europeos, y también de notables sabios españoles desde el siglo pasado. EL MEDIO AMBIENTE VIENE DE ANTIGUO Por Angel Ramos egún algunos autores, las dificultades que se encuentran para definir con precisión y utilizar correctamente la expresión medio ambiente se deben a que es joven, compleja y subSjetiva. Ciertamente, cuando una expresión carece de significado nítido y al mismo tiempo da nombre a Programas de las Naciones Unidas, Agencias, Departamentos y Ministerios, se comprende que origine situaciones de alguna perplejidad. Las dificultades se han intentado resolver de muchas maneras; las dos extremas podrían ser el recurso a la encuesta, para escoger una definición mayoritariamente aceptable, y por otro la abstención, buscando una definición que englobe a las demás. La primera fué atentada hace tiempo con poca fortuna por la Institución pionera en la materia, la Agencia de Protección Ambiental, de los Estados Unidos, que pidió a las Administraciones locales que escogiesen, entre cuatro presentadas, una definición de medio ambiente. Las cuatro se diferenciaban según los aspectos que comprendían, repartidos de modo que cada una añadía alguno más a la anterior; el caso es que ninguna de ellas fué preferida por más de un tercio de los encuestados, resultado poco alentador, pero ignoro cómo se dilucidó la cuestión con esta exigua mayoría. La segunda manera encuentra su ejemplar en la admirable definición de un humorista: el medio ambiente es todo en todo y recíprocamente, que responde muy bien, con exactitud, a la idea intuitiva que ha venido a forjarse. Mucho más cercanas, como es lógico, al modo abstracto que a la votación, están las definiciones de nuestras autoridades en el ámbito científico. El Vocabulario de la Real Academia de Ciencias, en su edición de 1983, señala dos acepciones para la palabra ambiente: Conjunto de características climáticas, edáficas y bióticas en las que se desarrollan las actividades de los seres vivos y Todo lo que no forma parte de un sistema dado; medio ambiente figura como sinónimo de la segunda acepción. En la edición de 1990, aparece en primer lugar una redacción distinta de la segunda acepción anterior, Conjunto de las condiciones externas que afectan al comportamiento de un sistema, y a continuación se reitera la que era primera acepción, reforzada y precedida por En particular; la voz medio ambiente no se encuentra en esta segunda edición. El Diccionario de la Real Academia Española incluye medio ambiente, con una definición muy parecida a la que hemos transcrito en primer lugar; en las dos últimas ediciones, añade Por extensión, conjunto de circunstancias físicas, culturales, económicas, sociales, etc. que rodean a las personas, y en la de 1992 introduce el adjetivo medioambiental. En el Tesoro de Covarrubias no figura el término y en el Diccionario de Autoridades se dice del ambiente que es el aire suave que circunda a los cuerpos (Jaúregui). La veteranía del medio ambiente Ambiente y medio ambiente no son palabras tan jóvenes. Coraminas, en su Diccionario Etimológico, sitúa en 1588 la primera documentación en castellano de ambiente y la califica de cultismo. Corresponde a D. Cristóbal de Virués, aquel capitán Virués que se salvó de la quema en el Quijote; en el último expurgo. Su Montserrat salió junto con La Araucana de Ercilla y la Austríada de Juan Rufo, y mereció un juicio laudatorio: Todos estos tres libros, dijo el cura, son los mejores que en verso heroico en lengua castellana están escritos... guárdense como las más ricas prendas de poesía que tiene España (Capítulo VI). Historia de una idea Medio ambiente, en cambio, parece tener menos prosapia y podría pensarse que no es sino un tecnicismo de última hora para traducir el inglés environment o el francés environnement (del latín popular virare, que da en francés virer, dar vueltas, y luego virón, environ y environnement, lo que está alrededor de un centro) cuando se comenzó a hablar de estas materias. Sin embargo, no es así; Emilio Fernández Galiano me contó no hace mucho que la había leído en Pérez Galdós, dos veces en Fortunata y Jacinta y una en Angel Guerra, dice Juanito Santa Cruz en aquélla dirigiéndose a Jacinta: Hija mía, hay que juzgar las cosas con detenimiento, examinar las circunstancias... ver el medio ambiente. También en la literatura científica fueron tratadas antaño las cuestiones de medio ambiente y de conservación de la naturaleza. Tomando como punto de referencia, por ejemplo, las sesiones solemnes de la Real Academia de Ciencias pueden encontrarse repetidas menciones. En 1852, D. Máximo Laguna, autor insigne de la Flora Forestal Española, llevó a cabo un Estudio de los daños, que causaban a la agricultura los humos sulfurosos producidos en el beneficio de las minas de Huelva, es decir lo que hoy llamaríamos EIA, estudio o evaluación de los impactos ambientales producidos por una explotación minera sobre las actividades agrícolas. D. Pedro de Avila y Zumarán, que sucedió a D. Máximo en la Academia, relata el caso en un discurso de recepción, muchos años después. Describe en pocas palabras las El medio ambiente es todo en todo y recíprocamente notas generales del proceso de las EIA, formalizado casi universalmente un siglo después, con mención expresa de los muy actuales problemas de plazos y competencias: Algunos de los presentes recordarán aquella famosa cuestión llamada de los humos de Huelva, que... de Ministerio en Ministerio anduvo complicándose en sus graves e interesantes aspectos científico, técnico, jurídico, económico, administrativo y social, hasta venir a resolverse, cuarenta años después de planteada, según era debido, para concertar la rica explotación de los cobres con el natural cultivo de los campos. D. Pedro de Novo, Ingeniero de Minas, también en su discurso de recepción (1925), se refiere a la Conservación, aun sin utilizar explícitamente la palabra; habla de la vegetación forestal, sin la que bajaría la desolación a los campos, y de la confrontación de intereses que ha de superarse para conservarla. Anticipa así uno de los grandes problemas y uno de los argumentos favoritos de la Conservación actual: con un lenguaje un tanto lejano del que hoy se emplearía, aunque claro y preciso, expone los criterios de la asignación de usos al suelo: Para la agricultura, los ricos valles, los fértiles campos, las suaves laderas; para la vegetación forestal, más modesta, las escarpadas pendientes, y las arenas movedizas, las cumbres donde reinan el huracán y el trueno; los desiertos de donde, sin ella, bajaría la desolación a los campos y de donde, por ella, podemos dar leña al hogar, rica madera a la industria y erguidos mástiles al Océano. Y con la misma expresividad describe los obstáculos que nacen de no mirar más allá del presente: Pero bien advirtió Avila que a tal objeto ha de luchar también con bravias concupiscencias de los intereses actuales, que no comprenden el provecho a largo plazo para generaciones futuras. D. Joaquín María de Castellarnau padeció persecución por la Conservación y por la Ciencia, enfrentadas en la ocasión con la Producción y la Técnica. Lo cuenta D. Ignacio Bolívar en el discurso que pronuncio (1934) con motivo de la entrega a D. Joaquín María de la Medalla Echegaray; como Ingeniero que era del Patrimonio de la Real Casa, se opuso a la instalación de una fábrica de aserrío en Valsaín, por opinar que un monte como aquél no debería industrializarse, sino procurarse su conservación en toda su belleza. Fue destituido y hubo de retirarse a su casa de Segovia; pretendió dedicarse allí a continuar sus indagaciones científicas en las que por entonces estaba fuertemente empeñado; mas como estos trabajos fueran en aquel tiempo considerados por algunos como servicios extraños a la carrera e impropios de las funciones del Ingeniero, tras de los que pudiera ocultarse un deseo de holganza, se le conminó a que los abandonase o a que cuando menos diese cuenta mensual de los trabajos que realizara día por día. Los precursores americanos del siglo XIX Las actitudes ante la naturaleza que en nuestros días podemos contemplar tienen una cadena sin fin de precedentes: nihil novum sub solé, como en seguida veremos. Lo que quizás tengan de más novedoso son dos rasgos: de una parte, la intencionalidad explícita de dominio, frente a otra actitud anterior del mismo tipo, pero implícita, subyacente; la destrucción de los bosques tropicales es tan antigua como la agricultura itinerante, pero ésta era, y es, una actividad de subsistencia, mientras que las inmensas talas de hoy obedecen a complejos intereses de discutible necesidad y más que dudosa utilidad. El segundo rasgo sería la beligerancia; la idea del dominio humano sobre la naturaleza tal como se está ejerciendo ha dejado de ser idea pacífica y generalmente aceptada. La Revolución industrial suscitó en seguida posturas críticas en personas o minorías ciertamente cualificadas. Podemos, para empezar con buen pie, recurrir a William Wordsworth (17701850), quien meditando en la soledad sobre el hombre, la vida y la naturaleza, dejó plasmados en la claridad de The Excursión, con sus nueve libros, los inconvenientes a que iba a dar lugar la naciente revolución industrial promovida en su país. En una idea muy querida en Inglaterra, donde si decae renace siempre con nuevos ímpetus, ensalza los valores de la vida rural él pasó 50 años en el Lake District como garantes del mantenimiento de la individualidad y de la dignidad humana; por contra, en su desconfianza frente al progreso, rechaza como insanos y brutales, como atentatorios a la libertad de espíritu, los ambientes mecanizados y masificados que lleva consigo la supercivilización. El Nuevo Mundo Las palabras de Wordsworth no dejarán de suscitar la evocación del campo deleitoso y del Menosprecio de Corte y Alabanza de Aldea de nuestros Fray Luis y Fray Antonio; tampoco dejarán de evocarnos a algunos de nuestros ilustrados, aunque estos se movieran en plano muy distinto. Mencionemos al paso que entre los famosos sonetos de Wordsworth figura uno inspirado en el roble de Guernica, y que se opuso a la construcción de un ferrocarril entre Kendal y Windermere, sentando así un insigne precedente para un tipo de acciones, de protesta por el fondo o por la forma de plantear y llevar a cabo algunas grandes obras públicas, que luego han devenido una constante histórica. Tuvo, junto con Carlyle y Coleridge, una notable influencia en los trascendentalistas americanos, Emerson (que le visitó en su primer viaje a Europa) y Thoreau. Y aquí es donde queríamos ir a parar, porque en contra de lo que pudiera esperarse, no es en la Europa industrial donde se dan los primeros pasos operativos de alguna entidad en pro de la conservación de la naturaleza, sino en el Nuevo Mundo, impulsados por unas circunstancias que propiciaron esta andadura. En efecto, son los tiempos, aquellos comienzos del XIX, del espíritu de la frontera, que asombró a Tocqueville en 1831: No les impresionan las maravillas de la naturaleza inanimada y, por así decirlo, no perciben los admirables bosques que les rodean más que cuando los derriban a hachazos. Su vista se fija en otro espectáculo. El pueblo americano se Este espíritu, uno de los motores básicos del impulso americano, se traduce en graves daños a la naturaleza, con fuerte presión sobre los recursos y cambios señalados en el paisaje natural ve a sí mismo caminando a través de esos desiertos, desecando pantanos, encauzando ríos, poblando las soledades y domeñando a la naturaleza. Esta grandiosa imagen de sí mismos no se ofrece de tarde en tarde a la imaginación de los americanos; puede decirse que sigue a cada uno de ellos tanto en sus más mínimos actos como en los más principales, y que siempre permanece suspendida ante su espíritu ...Sería difícil pintar la avidez con que el americano se arroja sobre esa inmensa prenda que le ofrece la fortuna. Para alcanzarla, desafía impertérrito la flecha del indio y las enfermedades del desierto; el silencio de los bosques no le impresiona ni le inmuta la proximidad de las bestias feroces. Este espíritu, uno de los motores básicos del impulso americano, se traduce en graves daños a la naturaleza, con fuerte presión sobre los recursos y cambios señalados en el paisaje natural; el americano jamás encuentra el límite que la naturaleza puede haber puesto al esfuerzo del hombre; para él, lo que no existe es que aún no se ha intentado hacer...; pero sobre todo, y esto debe acentuarse, produce cambios y daños en un lapso de tiempo muy corto, de modo que hay testigos directos que pueden advertirlos y denunciarlos, mientras que los cambios del mismo orden de magnitud habidos en el Viejo Mundo se efectuaron más gradualmente y no podían ser detectados de modo tan inmediato y general como los de América. De hecho, aquí ha sido preciso todo un siglo, una notoria aceleración de las acciones y de sus efectos, y una intensa propaganda para hacerlos patentes. Emerson (18031882) propugna la comunión no intelectual con la naturaleza. Más dedicado a la filosofía y menos directo en las cuestiones relativas a la naturaleza que Thoreau (18171862), con quién mantuvo estrecho contacto, es mucho menos citado en la literatura de la conservación. Thoreau, en cambio, es autor de dos textos que se han hecho clásicos, en los que expone su particular visión de la filosofía de la naturaleza y de la sociedad; un libro, Walden: or, Life in the Woods (1854) y un escrito, On the Duty of Civil Disobedience, que suele incluirse como último capítulo del libro; comenzó a escribir el primero en una cabana que construyó con sus propias manos en el interior de un bosque, donde permaneció más de dos años, porque deseaba vivir deliberadamente, enfrentarme únicamente con los hechos esenciales de la vida, y ver si podía aprender lo que tenía que enseñar, y no descubrir, cuando me llegara la muerte, que no había vivido. Abogado de una vida más simple, más auténtica, en comunión con la naturaleza, que veía amenazada por el progreso tecnológico (La mayor parte de los lujos y muchas de las comodidades de la vida, no sólo no son indispensables sino obstáculos positivos para la elevación de la humanidad... Cuántas más cosas de esas tienes, más pobre eres), no estaba fuera de la realidad y señala también que alimento, cobijo, vestido y combustible son esenciales; hasta que no los hayamos garantizado, no estaremos preparados para afrontar los verdaderos problemas de la vida con libertad y probabilidades de éxito; lo que pensó que debía enseñar era la superación del planteamiento miope que encontraba por doquier, y es en este sentido, mucho más que en otros en los que se recurre a su autoridad, donde se evidencia su doble condición de pionero y lúcido precursor de las más actuales ideas constructivas. El escrito sobre la desobediencia civil, cuenta con egregios lectores que lo comentaron admirativamente, como Ghandi, y ha sido punto de referencia obligado para los movimientos ecologistas en sus actitudes de desaprobación de la política o la gestión gubernamentales. Otro interesante personaje, contemporáneo de los anteriores, es George Perkins Marsh (18011882), autor asimismo de otro libro muy influyente, Man and Nature. Or, Physical Geography as Modified by Human Action (1864), reeditado varias veces a lo largo del siglo XIX y de nuevo, en facsímil, cien años después de su publicación, justamente. Es una larga exposición, cargada de notas, también largas, a pie John Muir fue el primer Presidente del Sierra Club. Hablaba del caimán como hermoso a los ojos de Dios de página, de los efectos nocivos que la destrucción de la naturaleza lleva consigo para el propio hombre. Inspirado en la observación de lo ocurrido en Italia donde fue el primer embajador de su país y en el Mediterráneo, el modelo que Marsh propugna es la consideración efectiva de los factores del medio natural en las actividades humanas. La narración trasciende constantemente un nítido sentido utilitario, pues en contra de lo que algunos de sus anotadores parecen deducir, veía al hombre por encima de la naturaleza, en la que no encontraba nada de sagrado: donde no consigue dominarla, no es sino su esclavo. Su fe en la ciencia le llevaba a reprobar los sentimentalismos frente al progreso técnico y a quienes afirmaban que la civilización destruye el alma y añoraban supuestas épocas doradas. La necesidad de belleza La apoteosis de la naturaleza tiene su campeón en el profeta del Yosemite, un singular personaje, escocés de nacimiento, llamado John Muir (18381914). Primer Presidente del Sierra Club, que fundó con dos filólogos de Berkeley en 1892, ocupó el cargo hasta su fallecimiento; el Club, que contó con 3000 miembros durante los decenios transcurridos hasta la Segunda Guerra Mundial, los duplicó al terminarse ésta y en 1987 superó los 400.000. Es una asociación nacional muy influyente en los Estados Unidos de América por su peso cuantitativo y cualitativo, canalizador del voto verde, y en todo el mundo por su tradición y por algunos libros publicados con su respaldo. El pensamiento de Muir, aún con algún cambio y alguna concesión pragmática en ciertos momentos, teñida de un antropocentrismo que no sentía (Todo el mundo necesita belleza lo mismo que pan, luLa palabra ambiente está documentada en 1588 gares donde jugar y rezar, donde la naturaleza pueda dar contento y fuerza al cuerpo y al alma), puede resumirse en que los hechos no avalan que el mundo se haya creado para el hombre. Son notables muchas de sus referencias a los paisajes naturales, y a los seres vivos, así como sus reiteradas menciones de la existencia de derechos en los animales; gustaba de encomiar especialmente a los que por lo común nos son repulsivos, como por ejemplo la serpiente de cascabel y el caimán, hermoso a los ojos de Dios, y llegó a decir que si se diera una guerra entre los animales salvajes y el Señor Hombre (también le gustaba emplear irónicamente esta expresión u otras semejantes, como el Bípedo Señor), estaría tentado de simpatizar con los osos; parece además que en una primera redacción de la frase, en lugar de simpatizar decía ponerse a su lado. Fué un activista empeñado en muchas batallas para defender la naturaleza, algunas muy semejantes a las que se dieron en todo el mundo un siglo después, como la librada (y perdida) con el proyecto de construcción de un embalse en el interior del Parque Nacional de Yosemite; su figura permanece como exponente arquetípico del preservacionismo que convivió, precariamente o en lucha frontal, con la versión utilitaria de la conservación defendida por el Conservation Movement, muy vivaz en América a finales del siglo XIX y comienzos del XX. Emerson le conoció en un viaje a California, hecho ex profeso, en 1871; se cuenta que años más tarde le incluyó en una lista titulada My men, en la que figuraban ya Carlyle y Thoreau, con unos pocos más. Muir, por su parte, trató en aquel encuentro de ganarle para su causa; al leer poco después las obras de Emerson y Thoreau (que ya había fallecido) quedó un tanto decepcionado, por la escala humana que ellos empleaban; le parecieron poco silvestres, pero no dejó de percibir y admirar su talla calificó a Emerson de sereno y majestuoso como una sequoia y hasta hubo un momento, al visitar sus tumbas en Concord, en que pensó en ser enterrado allí, con ellos. Tuvo también contactos bastante frecuentes con el Presidente Teodoro Roosevelt, que en una ocasión, el año 1903, le pidió que le acompañara en una excursión de cuatro días por Yosemite; ambos se causaron buena impresión, congeniaron, y Muir consiguió convencer al presidente de la conveniencia de ampliar el Parque Nacional. Uso y conservación de los recursos Gifford Pinchot (18651947), figura destacada como armador técnico del Conservation Movement, estudió en la Escuela Forestal de Yale, en Francia y en Alemania, y fue luego el primer jefe del Servicio Forestal de los Estados Unidos, creado por Roosevelt, cuya política progresista tenía en la conservación uno de sus más sólidos pilares. Pinchot la entendía antropocêntrica y utilitaria; conservar no era proteger o preservar, sino usar prudente y eficazmente los recursos naturales: The greatest good of the greatest number for ihe longest time (El mayor bien del mayor número de gente durante el mayor tiempo) fué su leit motiv, que nótese no era exactamente lo mismo que, con enfoque igualmente utilitario pero con más visión ecológica, defendía Marsh: conflicto en el punto de partida, que aún perdura en el mundo forestal. Los buenos comienzos de sus relaciones con Muir y otros preservacionistas pronto se torcieron, tanto que éstos se lamentaban luego de haberlo apoyado tanto en los comienzos de su carrera. Pero, aun vencida hacia el utilitarismo y muy sustentada políticamente, la versión Pinchot de la conservación no pudo salir adelante. A la hora de llevarlas a la práctica, sus ideas tropiezan con serias dificultades; entre sus mismos promotores sólo están de acuerdo en que algo habría de hacerse y reglamentarse, pero discrepan ya en el cómo y por quién han de llevarse a cabo; unos, con el propio Roosevelt, opinaban que debía ser el gobierno federal, mientras que otros defendían que debía ser la sociedad, la iniciativa privada. Desde fuera, el recelo instintivo del americano ante toda intervención gubernamental y el ver atacado el arraigado sentimiento de conquista de una naturaleza inexplorada, la frontera, (sentimiento que si no admitía el cuadro de Pinchot, mucho menos se detuvo ante Muir), dieron al traste con los proyectos del Presidente, que no consiguió la aprobación del Congreso. Pues bien, aquí, a comienzos del siglo XX, está visto todo lo que en su final se discute y se ha puesto de punta: la desconfianza frente al progreso tecnológico, la concepción utilitaria moderada por la prudencia, el planteamiento ecológico, y los valores intrínsecos, los derechos, de la naturaleza. • Del Discurso de Ingreso en la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, celebrado el 28 de abril de 1993, Angel Ramos Fernández, ¿Por qué la conservación de la naturaleza? Madrid, 1993.