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Europa vs CEE

Miguel Herrero de Miñón

De cómo el éxito de la propia CCE y las mutaciones políticas en la Europa del Este, van a ampliar extraordinariamente el espacio de la CCE.

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Miguel Herrero de Miñón, “Europa vs CEE,” accessed April 24, 2024, http://repositorio.fundacionunir.net/items/show/3479.

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Europa vs CEE

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Ensayos

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De cómo el éxito de la propia CCE y las mutaciones políticas en la Europa del Este, van a ampliar extraordinariamente el espacio de la CCE.

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Miguel Herrero de Miñón

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Nueva Revista 001 de Política, Cultura y Arte, ISSN: 1130-0426

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Difusiones y Promociones Editoriales, S.L.

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Por Miguel Herrero de Miñón Mi tesis es muy sencilla: La CEE tal como se fundó en 1956 y se reestructuró en el Acta Unica (1986) era un sistema que res-pondía a un determinado espacia Razones diversas y fundamentalmente dos, el éxi-to de la propia CEE y tas mutaciones polí-ticas en la Europa del Este, van a ampliar extraordinariamente el espacio de la CEE. Este cambio espacial supondrá un cambio en el sistema, y a la CEE, tal como hasta ahora se ha venido configurando, sucede-rá otra cosa, mejor o peor, pero en todo caso diferente. EUROPA VS. CEE Para qué sirven los clásicos? ¿Para re-petirlos, para imitarlos, para inspirarse en ellos? A mi juicio para algo más im-portante aún. Los clásicos son tales porque dan categorías capaces de permanecer y es la utilización de estas categorías lo que los clásicos nos ofrecen para interpretar las más diferentes situaciones. Los clásicos re-sultan así el mejor antídoto frente a los tó-picos: invitan a pensar con tanta audacia co-mo rigor. C. Schmitt es un clásico del derecho y la política y sus categorías de orden y espacio, acuñadas con propósito distinto, creo ofre-cen la ciave para interpretar lo que hoy está ocurriendo en Europa. Mí tesis es muy sencilla: la CEE tal como se fundó en 1956 y se reestructuró en el Ac-ta Unica (1986) era un sistema que respon-día a un determinado espacio. Razones di-versas y fundamentalmente dos, ei éxito de la propia CEE y las mutaciones políticas en la Europa del Este van a ampliar extraordi-nariamente el espacio de la CEE. Este cam-bio espacial supondrá un cambio en el sis-tema, y a la CEE, tal como hasta ahora se ha venido configurando, sucederá otra co-sa, mejor o peor, pero en todo caso diferen-te. Paso a continuación a exponer estas te-sis con toda brevedad. El acervo europeo real El proceso de integración europea que hasta ahora ha sido consta de tres elemen-tos: una paulatina integración económica que da un importante salto adelante en la cumbre de Milán (1985) y en la subsiguiente Acta Unica (1986) con ta previsión del Mer-cado Interior Unico para 1992. Otras medi-das como la armonización fiscal, la coordi-nación de las políticas económicas y la unión monetaria son consecuencias no siempre previstas, pero previsibles del mer-cado interior. Una creciente Cooperación Política insti-tucionalizada con la propia Acta Unica. Un estrato protector en materias de segu-ridad a cargo de la Alianza Atlántica. Es bien sabido que entre los miembros de la CEE y la OTAN existe una asimetría (Noruega, Tur-quía e Irlanda), pero ello no ha impedido que por ser la mayoría de los miembros de la Co-munidad —todos menos Irlanda— miembros de la Alianza, ésta garantice la seguridad de aquéllos y le permita excusarse de una po-litica de seguridad, al menos en sus aspec-tos militares (vd. Acta Unica, art. 30,6 a). Todavía hace unos meses los políticos vo-luntaristas y los analistas «cortesanos», co-mo los historiadores «humanistas» de la vie-ja "Signoria», apostaban por estas líneas de evolución. El progreso de la unificación eco-nómica posibilitaba y, a la vez, exigía la uni-ficación política y tal es el sentido del Infor-me Delors, presentado, bajo pretexto mone-tario, al Consejo de Madrid (1989). Y los frus-trados intentos de revitalización de la UEO trataban de hacer coincidir, tácita e incluso expresamente —recuérdense los proyectos de absorción de la Asamblea de la UEO por el Parlamento Europeo, todavía presentes en el discurso de Kohl en Bruselas en octubre de 1988— los esquemas de cooperación mi-litar e integración económica y política. La coincidencia de todo ello es evidente en la Plataforma de Seguridad de La Haya de 1987 (Preámbulo —2). Este proceso, en parte ya consumado, en parte incumplido, en parte tan sólo soñado, encontraba su talón de Aquiles en diversi- dades espaciales. La Comunidad originaria de los seis (Francia, R.F.A., Italia y BENE-LUX), funcionó muy bien como correspondía a su contigüidad territorial y relativa homoge-neidad económica. La extensión de la Comu-nidad de seis a nueve miembros (U.K., Irlan-da y Dinamarca) ya supuso un grave proble-ma , dado el peso real de la economía britá-nica y sus diferencias con el continente, y a ello hubo que sumar los distintos proyec-tos e intenciones británicas en cuanto a la unidad europea se refería. La heterogenei-dad política y económica de los miembros de la Comunidad aumentó con la adhesión helénica, aunque el escaso volumen de Gre-cia obvió en la práctica mayores dificulta-des. Estas, sin embargo, aumentaron con la adhesión española y portuguesa y sólo fue-ron aparentemente superadas, en lo políti-co por la precipitada aquiescencia españo-la al Consejo de Milán, anterior a la misma adhesión formal, y en lo económico en la Cumbre de Bruselas de 1988. A estas alturas la heterogeneidad de las posiciones de los comunitarios es evidente, sin que pueda ocultarlo la retórica eurocrá-tica. No es preciso acudir a los radicalismos británicos para comprender que las resisten-cias y alternativas al plan Delors de unión monetaria están sobredeterminadas por di-ferencias de intereses y orientaciones difí-cilmente conciliables. Alemania y Holanda son tan poco partidarias de las fases más avanzadas del Informe Delors como Gran Bretaña; la presidencia francesa de la CEE (segundo semestre de 1989) ha formulado dos proyectos complementarios y en reali-dad alternativos del citado Informe; y los propios autores ya sitúan en varias décadas ¡a unidad del banco emisor. Europa abierta al mundo o fortaleza pro-tegida por la preferencia comunitaria, en campos tan distintos como el agrícola o el audiovisual; crecimiento acelerado o estabi-lidad económica; distintas políticas mone-tarias; diferentes visiones de la cooperación al desarrollo de terceros... no son divergen-cias arbitrarias entre los Estados Comuni-tarios, sino algunas de aquellas relaciones que dimanan necesariamente de la natura-leza de las cosas. Si las cosas son hetero-géneas, como el desarrollo alemán y espa-ñol, la agricultura británica y la francesa, el interés por América o por ei Sistema APC, nada más lógico que las relaciones de ellas derivadas se caractericen por su heteroge-neidad. Estas diferencias no son inmutables, son nada más que historia viva, con la que ta política ha de contar ya para continuarla ya, incluso, para cambiar su curso. IDos procesos de ampliación inoportuna En una situación así inciden dos procesos distintos pero de efectos concurrentes: el propio éxito económico de la CEE y las mu-taciones en la Europa del Este. El éxito económico de la CEE ha llevado a la alteración de sus propios fundamentos. Los ejemplos pueden multiplicarse y no se-ria el menor la Política Agrícola Común cu-yo espléndido resultado técnico —las mon-tañas de mantequilla, los lagos de vino, el dumping internacional y las tensiones comerciales— han obligado a programar su pau-latina reducción desde el Libro Verde de 1985. Pero, trascendiend o lo ejemplar por lo categórico, conviene subrayar que el éxi-to del Mercado Unico, enfa-tizado por el Informe Cecchi-ni, sería posible sólo en vir-tud de una mutación clave en la propia concepción comuni-taria. La CEE, desde su fundación hasta la cumbre de 1985, avan-zó por la via de la armoniza-ción heteronoma mediante di-rectivas y reglamentos comu-nitarios de las diversas norma-tivas nacionales, y el resulta-do íue lento y, además, esca-so. Basta pensaren las restric-ciones que al comercio interior subsistían aún en el supues-to de desaparecer las barreras arancela-rias. Además, la armonización no se hizo por la vía del derecho uniforme, que podían ha-ber elaborado los diversos Parlamentos na-cionales sobre un modelo europeo, siguien-do los acertados pasos que en este sentido han recorrido otras ramas jurídicas, como por ejemplo el derecho mercantil, sino me-diante una normativa comunitaria con vigen-cia directa o indirecta en todo el territorio de m Alcide de Gasperi, líder de-mocristiarto de Italia, uno de los "padres" de Europa. La contribución del vetera-no canciller alemán, Hon-rad Adenauer, fue capital para la reconciliación franco-germana y, por tan-to, para la construcción europea. la CEE y con aplicación preferente a ta de los Estados miembros. El resultado ha sido y es, por un lado, una tremenda maraña normativa que el juez es-tá llamado a desenredar en cada caso a tra-vés de soluciones sólo homogeneizables en la cumbre por )a propia jurisprudencia comu-nitaria y ello supone desconocimiento, inse-guridad y dificultad en la eficacia de dicha compleja normativa. Por otra parte, el procedimiento ha lleva-do al llamado «déficit democrático» de las instituciones comunitarias puesto que los aspectos legislativos sólo muy secundaria-mente están sometidos al Parlamento Euro-peo, ¿Cuál es la solución? Los europeístas ingenuos conside-ran que basta con aumentar ías competencias del Parla-mento Europeo. Los más avis-pados se inclinan por una ma-yor coordinación de dicho Par-lamento y las legislaturas na-cionales que siguen siendo, guste o no, soberanas. Y en tal sentido, propuesto por mí mis-mo en España, en 1985, se pro-nunció la Conferencia de Pre-sidentes de Parlamentos de Países de la CEE, reunida en Madrid en mayo de 1989. Pero ia gran innovación la cumbre de Milán {1985} y del Acta Unica subsiguiente ha si-do sustituir la vía de la armo-nización interestatal por la de la desregulación. En pocas palabras, no se trata tanto de crear una normativa comuni-taria que unifique, sino de eliminar al máxi-mo todo tipo de normativa y dar por buena en toda la Comunidad la calificación que proceda en cualquiera de sus miembros. Las consecuencias económicas y jurídicas y, por lo tanto, también políticas de este cambio de perspectiva son evidentes y tan benefi-ciosas —liberación de los mecanismos del mercado— como problemáticas —piénsese, por ejemplo, en las cuestiones planteadas para la defensa del consumidor—. Ahora bien, esta desregulación apunta más a una zona de librecambio que a una CEE tan intervencionista como la hasta aho-ra conocida, y a la vez que mengua las fun-ciones y relevancias de las instituciones eurocráticas y del compromiso político a ellas inherente, hace sus ventajas aún más atractivas para Estados europeos terceros que no estiman conveniente quedar al mar-gen del mercado interior in fieri. En primer lugar, los países de la EFTA, en su conjunto el primer cliente comercial de la CEE. Estos países pretenden acceder al Mercado Unico, pero sin participar plena-mente ni en todas las instituciones comuni-tarias ni en las técnicas compensatorias por ellas gobernadas. En una primera fase, esta reserva se con-sideró inaceptable por estimar que la parti-cipación en el mercado y no en la política de cohesión, incrementaría los desequili-brios sin un correlativo incremento de los mecanismos correctores. Pero esta primiti-va posición se ha matizado un tanto, al pon-derar los más resistentes de los comunita-rios las comunes ventajas de una amplia-ción del mercado interior. Así ha quedado claro durante la presidencia francesa de 1989. Ahora bien, si el paso más importante a dar por la CEE es la consecución del mer-cado único y se puede acceder a él sin par-ticipar en las instituciones comunitarias, se plantea la duda sobre la funcionalidad de ta-les instituciones. Si las motivaciones económicas son la principal razón de la extensión del mercado interiora la EFTA, no pueden olvidarse mo-tivaciones políticas tan profundas e irreba-tibles como las que impelen a algunos paí-ses de esta zona a solicitar su plena integra-ción en la CEE. Tal es el caso de Austria, por tantas razones vinculada a Alemania y cla-ve en la reconstrucción de la Europa Central. Otros motivos, pero de análoga naturale-za política, son los que llevan a Malta y Chi-pre a solicitar su adhesión, adhesión que por motivos políticos no puede ser negada, co-mo es la responsabilidad común y muy es-pecial de algunos comunitarios —v. gr. Ita-lia respecto de Malta— en la estabilidad de tales micro-estados. Ahora bien, tanto los futuros miembros mediterráneos como los países de la EFTA, con la excepción de Noruega e Islandia, son neutrales o, incluso, como Austria, están in-ternacional y constítucíonalmente neutrali-zados. Y su adhesión supone frenar cual-quier política de seguridad por parte de la CEE. Paralelamente a este proceso, (a CEE se enfrenta con sus nuevas responsabilidades políticas y posibilidades económicas en el Este de Europa. No es éste el lugar de analizar las causas y ei futuro de la «perestroika». Baste seña-lar que el atraso económico, la frustración social y la consiguiente erosión de legitimi-dad política que hoy existen en la URSS lle-van a un progresivo y acelerado «ensimisma-miento» soviético conducente, mediante la sustitución de la doctrina Breznev por la no intervención acordada en Malta, al desen-ganche económico y militar de la URSS y sus antiguos satélites de Europa Oriental. Neutralidad En lo económico porque sus problemas se suman y agudizan los de la propia URSS; en lo militar porque sin mengua de la propia se-guridad, y a mucho menor coste, la marca puede sustituirse por el «tapón», el Pacto de Varsovia por la finlandización de Europa Oriental. Las experiencias austríaca y finesa han demostrado la viabilidad de la fórmula. Una Europa Oriental que, frente a lo que ocurre en la URSS, es por su volumen geo-gráfico y demográfico y por su tradición po-lítica y económica, plenamente asimilable al resto de Europa. La liberalización política y económica de los antiguos satélites dará lugar a su plena homologación interna con los países de Europa Occidental. Más aun, como corres-ponde a los conversos, todo hace suponer, y la nueva política industrial húngara es bue-na primicia de ello, que su orientación será mucho más neoliberal que social-demócra-ta, prescindiendo del legado que los cin-cuenta y sesenta dejaron en el Oeste. Pero en cuanto a la situación internacional se re-fiere, los países en cuestión, dentro o fuera del Pacto de Varsovia, si es que éste sub-siste como alianza política, será de estricta neutralidad. Si la permanencia del Ejército Rojo —o ru-so, tal vez— en las nuevas democracias se-rá inviable, no lo sería menos la adscripción de estos países a cualquier sistema de se-guridad que supusiera la más mínima ame-naza potencial a la URSS. Ahora bien, la democratización política y neutralización militar del Este de Europa tie-Ambiguo Estrasburgo El resultado del reciente Consejo Europeo de Estrasburgo (diciembre de 1989), no de m •mmi h ne dos consecuencias ineludibles para la CEE y sus paralelos sistemas de seguridad, calificados más atrás como estrato protector. Por un lado, la paulatina vinculación de estos países a la CEE mediante acuerdos bi-laterales o multilaterales de asociación, so-bre la base del art. 238 del tratado CEE. Lo hecho hasta ahora con Hungría y Polonia no es sino el comienzo. Pero es bien sabido que tales asociaciones y el ejemplo español de 1970, aun hecho sobre bases más débiles, el art. 113, es bien elocuente, crean lazos que fuerzan a la integración. Una integración ventajosa para las inversiones y exportacio-nes comunitarias en general y alemanas en particular. Una integración a la que la CEE está vocacionalmente abierta desde su tratado constitutivo. Una integración en fin que los vínculos históricos y naturales fuerzan por doquier y en parti-cular en la RDA. Si la reunificación, según Kissínger ha declarado recien-temente, es, con una y otra fór-mula, inevitable, ¿cómo no va a serlo la integración en la CEE de la RDA si, so capa de comercio interalemán, es ya miembro tácito de la Comuni-dad y por imperativo legal de la República Federal todos sus ciudadanos pueden ser ciudadanos federales y, en consecuencia, comunitarios? ¿Y cómo negarse a la integración del resto de las antiguas Democracias Populares, conveniente a todos aquellos que pueden decidirla y políticamente legitimadas para solicitarlo? Pero las dificultades con que tro-pieza la Comunidad de doce en virtud de la heterogeneidad de los intereses de sus miembros, aumentará cuantitativa y cualita-tivamente en esta Comunidad ampliada. El consenso será más difícil y las soluciones supranacionales menos viables, porque los países del Este hacen y harán del europeís-mo instrumento, pero no superación, de su nacionalismo, hoy revitalizado. colación de la Comunidad Étiropea del Carbón y del Acero (CECA}, que dio orj-gen al Tratado de Roma. La visión, el coraje y ta ha-bilidad del francés Jean Monnet (en el centro} fue-ron decisivas para la arti- "Foto de familia» de la reu-nión de jefes de Estado y de Gobierno de la CEE, ce-be inducir a error. Aparte de retórica social, los conflictos de intereses presentes en Es-trasburgo eran tres: el suscitado por la unión monetaria; el planteado por los proyectos alemanes de reunificación; el que deberá en-frentar a los partidarios de una atención prioritaria a los países del Este y los recelo-sos de que ello pudiera ir en mengua de la política de cohesión en el seno de la Comu-nidad. El Consejo de Estrasburgo ha saldado los tres conflictos de modo muy significativo. Europa del Este obtiene prioridad absolu-ta y nada sabemos de las garantías que ha-yan obtenido quienes en el seno de la CEE pudieran verse perjudicados por este nuevo Neutralización cuál va a ser el estatuto de la actual RDA. Ciertamente para obtener el endoso co-munitario a sus tesis reunificadoras, el Can-ciller Kohl ha debido aceptar las francesas sobre la unión monetaria. ¿Pero con qué al-cance? Se asume que la Unión Monetaria exige una reforma de los tratados fundacionales de la Comunidad, lo cual remite la cuestión a un proceso constituyente por vía de nego-ciación y ratificación de tratados, que, todo indica, pretenderá superar las cuestiones monetarias. Para ello se acude a la convo-catoria de una conferencia interguberna-mental a inaugurar en 1990 y a celebrar, a partirde 1991, bajo la reticente presidencia holandesa, sin fecha limite al-guna. Y todo ello porque el Gobier-no alemán reconoce que la Unión Monetaria no encontra-ria apoyo en la opinión públi-ca germánica en una fase electoral, dado el declive de sus preferencias europeístas. ¿Es ésta acaso la mejor garan-tía de que la República Fede-ral, que en 1991 estará más cerca de la reunificación que ahora, dé preferencia a la Unión Monetaria sobre otras preocupaciones? lebrada en Estrasburgo el polo de atención. Pero, además y más im-12 de diciembre de 1989. portante aún, el «Drang nach Osten» comu-nitario, ahora ya formalmente endosado, avala la interpretación aquí expuesta y no sólo en términos globales sino en políticas concretas. Por ejemplo, cuando los países del Este asociados a la CEE liberalicen sus agriculturas y las hagan supercompetitivas, ¿cómo va a mantenerse la actual PAC, má-ximo ejemplo de la preferencia comunitaria? La autodeterminación alemana como vía para la reunificación parecía sumamente conflíctíva y con razón se veía en ella una nueva orientación de la política alemana. Sin embargo, el Consejo la ha endosado ple-namente, eliminando las iniciales reticen-cias francesas. Por eso cuando los analis-tas afirmaban que se ha optado por la con-solidación de la actual CEE, cabe preguntar De otra parte, aún más veloz que la ad-hesión plena de Europa Oriental a la CEE será el proceso de neutralización de Cen-troeuropa y en especial de la R.F, Alemana. En efecto, la retirada soviética y consi-guiente neutralización del Este del Elba ha de ir acompañada de un proceso paralelo en el Oeste, que aun siendo asimétrico no po-drá eludir la retirada de los aliados al Oeste del Rin, como por otra parte exige cada vez más la opinión pública alemana... y estadou-nidense. Resulta contradictorio pretender garantizar la seguridad alemana mediante una ocupación militar cuando ésta sea es-tratégicamente innecesaria, económicamen-te ruinosa para el garante y políticamente no querida por el garantizado. Cosa tal, la neutralización militar, es per-fectamente compatible con e! mantenimien- to de la Alianza Atlántica como marco de re-ferencia pofítica. Y otro tanto podría ocurrir con el Pacto de Varsovia. Así lo propuso Bre-zinski hace años (The Game Plan, 1986) y así lo acaba de reconocer la cumbre ruso-ame-ricana de Malta. Alemania es paradigma de toda Mitteleu-ropa. Allí, la democratización lleva a la reu-nificación o, sí se prefiere, a una nueva uni-ficación, tanto da. Y la neutralización es el precio de ésta, un precio querido por los ale-manes e innegable por los demás. En el resto de Europa Central y Oriental el proceso será similar, pero no extensible a la Europa Occidental, donde una peque-ña OTAN y los vínculos con USA bastan en una época de disuasión selectiva. La «casa común» del hegemon ruso no es la única al-ternativa a la unidad comunitaria. Y ya ni los soviéticos insisten en ella. Asimetrías me Delors y, cualquiera que sea el juicio que sobre él se tenga, es obvio que sin esa auto-ridad no es posible tampoco construir un Es-tado Europeo de supuesto bienestar. Pero es esa autoridad política la que no puede constituirse porque lo impiden inte-reses de seguridad asimétricos con los eco-nómicos. E ironías La concurrencia de todos estos procesos da lugar a una situación del espacio euro-peo caracterizado por sus asimetrías: la del mercado y las instituciones, la de la econo-mía y la seguridad, la de la política y todo lo demás. La extensión del espacio europeo lleva a Ja mutación de su orden económico, estratégico y político. Existirá un mercado único desde el Atlán-tico a la frontera occidental de ia URSS, cu-ya desregulación atempera cuando no dis-minuye las competencias comunitarias. Pe-ro un mercado, si carece de moneda común y apenas rebasa la armonización fiscal, no pasa de ser una zona de librecambio. Y, también unos sistemas de seguridad colectiva diferentes en centroeuropa, el Atlántico y el Mediterráneo y en todo caso ajenos al espacio económico. Ahora bien, si, ni expresa ni tácitamente, el mercado úni-co corresponde a una seguridad única, no puede concebirse unidad política alguna, porque la unidad política es, histórica y ló-gicamente, política única de seguridad. A la vez, a falta de verdadera unidad polí-tica, no es posible culminar la unidad eco-nómica más allá del librecambio y de cier-tos mecanismos armonizadores y compen-satorios como son los actuales. Sin autoridad política soberana no es fac-tible la unidad monetaria al decir del Infor-La historia —señalaba Niebhur— es rica en ironías y no seria poca que la gran ilusión de 1992 se redujera en economía a la trans-formación de la triunfante Comunidad Euro-pea en la denostada EFTA. Una ironía pare-cida a que la reorganización de la Mitteleu-ropa fuera un gigantesco Anchluss a la in-versa. Esta vez serían las dos Alemanias las llamadas a seguir el ejemplo de Austria. Pero esta misma asimetría de lo econó-mico y lo estratégico y su auto-alimentación política permite concebir junto a la Europa Continental, una Europa Atlántica. De ella sería pagano el actual sueño comunitario, pero no la alianza militar con USA de Gran Bretaña, Francia y España, ni el librecambio europeo hasta las ambiguas fronteras de la URSS. Lo primero — ta pequeña alianza atlánti-ca— lo exige tanto el interés de los Estados Unidos como el de los tres países indicados. En una época de disuación selectiva «nun-ca los USA han necesitado tanto de aliados dispuestos a compartir las cargas y las res-ponsabilidades de la seguridad común» —di-ce el Informe Ikle— y nadie, en USA, discu-tiría la conveniencia de estas relaciones bi-laterales. ¿Y qué otra dimensión sino la atlántica pueden buscar británicos, hispáni-cos e incluso franceses para equilibrar otras hegemonías de la Europa continental? Y no me refiero ya a la supremacía militar sovié-tica y la necesaria salvaguarda del arsenal nucíear francés y británico, sino a ía propia hegemonía alemana, hoy económica y so-cial y a la seguridad colectiva de todo el con-tinente, frente a sus propios desequilibrios y frente a terceros. Lo segundo —el mercado libre— convie-ne a los más fuertes de los europeos, a quie-nes aspiran a ser sus clientes privilegiados, los propios soviéticos, y a las grandes eco-nomías americana y japonesa en trance de Hacia un nuevo espacio europeo más extenso y asimétrico en economía y en estrategia: una Europa Continental y una Europa Atlántica. tomar posiciones en esta nueva zona franca. Es preciso notar que a ta hora de eiabo-La meditación «de Europa dubia» está aún rar su estrategia, calibrar el énfasis en el uso por hacer. de distintos instrumentos, y elegir sus tác-ticas en América Latina, la Unión Soviética LA URSS Y AMERICA Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón es doctor en De- h a distinguido Con bastante precisión entre recho, formado en Madrid, Oxford. Lovaina y París. Le- ^tintaí ; ÁrM< ; <j «ính rpninnpe ; F n u n oxtrp -trado del Consejo de Estado. Secretarlo general tócni- distinta s area s y SuD-regiones . t n un extr e code l Ministerio de Justicia, colaboró muy activamen- m o s e UDIca SU estrecna relación con UUoa, te en la primera amnistía de 1976, en la Ley para la Re- país situado en una zona de importancia es-forma Política y en la primera Normativa Electoral De- tratégíca para SU rival estadounidense, y CU-mocrática. Diputado de UCDde 1977 a 1981 y de APde y Q , ¡de r s¡empr e h a mantenido unas ambí-1982 a la actualidad, fue uno de los siete padres de la ' • • ,, „ _ _ .. . Constitución y ha sido portavoz en el Congreso de los Cl0ne s d e protagonismo, ya no continental Diputados tanto del partido del Gobierno (UCD) como sino global. Despues de un periodo de fuer-de la oposición (Alianza Popular). Estudioso del dere- tes tensiones durante los años 60, las reía-ctioconstitucional y las relaciones internacionales, ha ciones soviético-cubanas se consolidaron ^tr e 1970 y 1985, aumentando la convergen-del Partido popular. ci a enír e sus políticas y convirtiéndose la IS-la en pleno miembro del bloque a través de su colaboración militar y participación en los esquemas del Consejo de Asistencia Mutua Económica (CAME). Esta integración le per-mitió a Fidel Castro reclamar también una relación especial de seguridad con la Unión Soviética, recibir asistencia económica y subsidios masivos, y obtener un reconoci-miento especial por sus actividades «ínter-nacionalistas» en Africa y el Cercano Orien-te. Por otra parte, el proceso de acercamien-to soviético-cubano durante este período también redujo el espacio de maniobra po-lítica de Cuba y pavimentó el camino para el ejercicio de una más activa influencia por parte de la URSS en las decisiones econó-hk b \m m m m micas cubanas y en aquellas relacionadas F N yi n V con su política exterior. Siendo innegable * q u e | a economía cubana está en casi perma-_ _ _ • 4b , není e crisis y que no puede sobrevivir sin la BESAkHCjI _ U J masiv a infusión de ayuda soviética, tampo-hBA r co es sorprendente que Cuba se haya visto obligada a aceptar dentro del CAME un pa-Por Eusebio Mujnl-León peí relegado de productor agrícola y expor-Itador de bienes primarios, en particular de OS últimos 30 años han presenciado azúcar y níquel. La crónica incapacidad eco-una lenta pero sostenida expansión de nómica cubana a su vez ha afectado la poli-los intereses, presencia y en cierto mo- tica exterior de este país con respecto a La-do también influencia de la Unión Soviética tinoamérica, contribuyendo a su mayor mo-en América Latina. Desde los años 70 ha sí- deración en los años 80 y dándole impulso do en Centroaméríca y en la Cuenca del Ca- al esfuerzo de reestablecer relaciones diplo-ribe donde los acontecimientos han alimen- máticas y comerciales con un conjunto de tado una intensa controversia y debate acer- países, cuyos líderes y gobiernos eran bas-ca de este proceso, pero tal como indican ta hace poco vituperados, las aperturas diplomáticas y comerciales de Consciente del alto costo económico que la URSS con respecto a países tales como le representa su apoyo a Cuba y deseosa de Argentina. Brasil y México, la amplitud y pro- librarse de por lo menos una parte de esa fundidad de estas iniciativas se han exten- carga, en los últimos años la URSS ha alen-tído a lo largo de todo el continente, tado a Fidel Castro a que adopte no sola-LATINA: UNA RELACION