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Europa en la cumbre

Gaspar Atienza

Artículo sobre la pasada cumbre de Bruselas de 2007 en el que se acordaron las bases de un nuevo tratado que reemplace el Tratado de Niza de 2001.

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Referencia

Gaspar Atienza, “Europa en la cumbre,” accessed March 29, 2024, http://repositorio.fundacionunir.net/items/show/2970.

Dublin Core

Title

Europa en la cumbre

Subject

El rol de la unión europea

Description

Artículo sobre la pasada cumbre de Bruselas de 2007 en el que se acordaron las bases de un nuevo tratado que reemplace el Tratado de Niza de 2001.

Creator

Gaspar Atienza

Source

Nueva Revista 112 de Política, Cultura y Arte, ISSN: 1130-0426

Publisher

Difusiones y Promociones Editoriales, S.L.

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Nueva Revista de Política, Cultura y Arte, All rights reserved

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es

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EL ROL DE LA UNIÓN ¿Europa en la cumbre? GASPAR ATIENZA ANALISTA INTERNACIONAL uando los resultados de la cumbre europea celebrada en Bruselas el Cpasado mes de junio ocupaban las portadas de los principales periódicos europeos, la principal noticia europea del Washington Post y del New York Times trataba de la sucesión de Putin en la presidencia rusa. Decía Timothy Garton Ash en El País del pasado 22 de junio que es muy fácil seguir la evolución de la Unión Europea en los medios de comunicación americanos simplemente «porque no hay nada»; y con razón, podríamos añadir, puesto que, con permiso de los europeístas, en la Unión Europea apenas pasa nada que pueda ser relevante a escala mundial. Esta cumbre de Bruselas, pensarán los pocos americanos que se hayan enterado de ella, no es más que la continuación del entramado burocrático europeo. El principal objetivo de esta cumbre no ha sido profundizar en la integración de Europa desde lo pactado en el texto constitucional ratificado, entre otros, por España, sino acordar las bases de un nuevo tratado —aunque fuera un acuerdo de mínimos (éste era el principal objetivo de Merkel)— y reavivar las instituciones europeas tras la parálisis producida por el descalabro constitucional. El éxito de la cumbre no dependía de encontrar nuevos acuerdos que contribuyeran a una Europa más fuerte, si no de si la UE sería capaz de superar dos años de complicaciones institucionales que, de haber continuado, habrían supuesto un duro golpe a sus aspiraciones de jugar un papel más importante en el orden mundial. Se han acordado los principios No se duda si es necesario que deben presidir el futuro tratado una política exterior común, que reemplace el Tratado de Niza se duda si todos quieren una de 2001, y en este aspecto las mate .,•• . política unificada. rias mas relevantes y discutidas han sido los derechos de voto de los Estados miembros y la política exterior, caballos de batalla en todas las cumbres europeas desde hace años. En lo referente a la acción exterior de la Unión, y a salvo de intereses políticos de algunos líderes europeos, existe cierto consenso general de que Europa necesita un representante unificado común si quiere reforzar su lugar en el mundo y su capacidad negociadora frente a Estados Unidos, Rusia o China. Pero cada paso hacia la creación de un servicio exterior europeo puede tener un precio político para aquellos que mas quieren defender, y se ven obligados a ello por su electorado, su independencia en materia exterior, principalmente para ingleses y franceses. De hecho, no se duda si es necesario una política exterior común, se duda si todos quieren una política unificada. Ante esta situación, nada novedosa, no es de extrañar que el acuerdo en materia exterior haya sido el más discutido —con permiso de los gemelos polacos y los derechos de voto de los Estados miembros—. En la cumbre de junio se ha acordado que en lugar del ministro de exteriores europeo que se pretendió instaurar en la tentativa constitucional de 2005, se creará un Alto Representante para Política Exterior —cambio nominativo— que será también vicepresidente de la Comisión Europea pero que no podrá perjudicar la política exterior de cada Estado miembro, su política de seguridad y defensa. Es la continuación de la vieja lucha por la centralización o descentralización del poder europeo. La centralización del poder exterior en Bruselas dota a Europa de más recursos en su acción exterior y mejora su capacidad de respuesta frente a los conflictos y avatares del siglo XXI, tanto en los acuerdos bilaterales que tenga que negociar como en el seno de organizaciones, cumbres o reuniones internacionales. Pero crear un servicio exterior independiente de los Estados miembros no es del agrado de todos. Los británicos, liderados por última vez por Tony Blair, han obstaculizado la creación del ministerio de exteriores europeo independiente y nada hace pensar que Gordon Brown, su sucesor como primer ministro, vaya a cambiar de postura. A pesar de su euroescepticismo, o quizás gracias a ello, los británicos consiguen prevalecer en las cumbres europeas. Además, los conservadores británicos, liderados por David Cameron, son del mismo parecer. Por ello Cameron, en un artículo del 22 de junio en el Telegraph defendía la descentralización del poder de Bruselas. Los ciudadanos europeos, argumentaba, no quieren más concentración de poder, «They want to control their government, not be controlled by it. That is why I have been arguing for a great transfer of power and responsibility away from central government and towards communities and individuals»1. En definitiva los británicos, laboristas y conservadores, son partidarios de una Europa limitada que no reste poder ni protagonismo al Reino Unido. Pero es en temas como el cambio climático, en los que David Cameron ha hecho mucho hincapié (con gestos como el de ir en bicicleta al Parlamento), en los que la Unión Europea podría adoptar una posición de liderazgo si actuara con una sola voz. A principios de junio, en la cumbre del Grupo de los Ocho países más industrializados celebrada en Alemania (el G8), la canciller Merkel consiguió arrastrar a Estados Unidos hacia un compromiso por el cambio climático y la reducción de emisiones contaminantes gracias, en gran medida, al apoyo prestado por Tony Blair y Nicolas Sarkozy, a la actuación conjunta de ingleses, franceses y alemanes. Ha sido una muestra, y no es la primera, de que cuando el eje francoalemán, impulsor de Europa, trabaja junto al Reino Unido, adquiere mucho más peso y relevancia internacional que cuando se actúa solo frente al imperio americano u otra potencia mundial. El compromiso de EEUU en torno al cambio climático, aunque insuficiente según la mayoría de los medios de comunicación porque Estados Unidos no se ha comprometido a ningún límite de emisiones en particular, constituye un paso importante en la dirección correcta. La cumbre ha puesto de manifiesto que el cambio climático es un objetivo primordial de los países más ricos para que antes de 2009, en el seno de Naciones Unidas, se llegue a un acuerdo global que sustituya a Kioto. Si Alemania, Francia y Reino Unido juntos han logrado convencer a Estados Unidos, cabría preguntarse si toda la potencia de los 27 miembros de la Unión Europea reunida podría llegar aún más lejos. El renacimiento del poder europeo es consecuencia lógica del cambio de líderes en sus Estados más fuertes. Según citaba el Financial Times, el ambiente relajado en el Báltico en la cumbre del G8 gracias a la ausencia de Jacques Chirac y Gerhard Schröder ha favorecido decisivamente la consecución de los acuerdos finales. Además, la personalidad de los líderes participantes, su actividad, pasividad, hostilidad o simpatía, suelen verse reflejados en los resultados de las cumbres. Y la cumbre del G8, al igual que la cumbre europea de junio, ha contribuido a hacer de Merkel y Sarkozy los nuevos líderes de una Europa diferente, joven y dinámica. Si tras la cumbre del G8 la canciller alemana fue bautizada como Miss Mundo, tras la cumbre europea los periódicos alemanes se han referido a ella como Miss Europa, creando a su paso la imagen de gran estadista. Por su parte, la entrada de Sarkozy ha sido fulgurante. En apenas un mes se ha erigido como gran negociador en Europa, ha conseguido eliminar del tratado europeo la referencia a libre comercio (por lo que aparece como impulsor de una nueva Francia pero sin perder de vista el carácter proteccionista de su economía) y podrá vender a su electorado un tratado simplificado respecto la versión constitucional que los franceses rechazaron en 2005. A la espera de la aparición de Gordon Brown —que no es probable que supere el euroescepticismo propio de los británicos— en la escena europea, parece que los próximos años estarán liderados por Merkel, Sarkozy y Brown y que éstos tienen la oportunidad de reanimar la Europa paralizada por los gobernantes del pasado inmediato. Recientemente un artículo de The Economist2 debatía sobre la relevancia de la personalidad de los líderes políticos en las cumbres estatales. Un líder recién nombrado, argumentaba The Economist, es más fuerte que uno saliente o que uno que debe enfrentarse a unas elecciones nacionales en fechas próximas; las cumbres son muestras de la lucha por el poder, y el poder político no puede divorciarse de la personalidad. Pero, continuaba la publicación, «aunque el tamaño —potencia del Estado en cuestión— no lo consigue todo, sí importa». Y en cuestión de tamaño los Estados europeos, que juntos igualan el nivel comercial o económico americano, separados tienen poco que decir frente a EEUU o Rusia por mucho impulso que tengan sus nuevos líderes. Esta cuestión se hizo patente en la cumbre del G8, en la que pudimos observar la escasa influencia de Europa cuando rusos y americanos iniciaron y acapararon toda la discusión sobre la instalación de un escudo antimisiles en Polonia y la independencia de Kosovo, aunque estas cuestiones fueran, por razones territoriales, naturalmente europeas. En estos temas el poder de un Estado sí importa. En la cuestión de Kosovo, en la que Rusia teme encontrarse con un antecedente legal que le perjudique frente a territorios que no se independizaron de Rusia tras la caída del muro de Berlín y desintegración de la extinta URSS (Abjazia, Osetia del Sur, Alto Karabaj y Transdniéster), Putin no dudó en rechazar la propuesta de Sarkozy de otorgar a serbios y albanos seis meses más para negociar (en base, en buena medida, a las vigentes resoluciones del Consejo de Seguridad) o de mostrar su malestar con EEUU por la oferta de éste de apoyar la entrada de Serbia en la OTAN y en la UE si aceptaba la independencia de Kosovo. No obstante, a pesar de la reticencia serbia y rusa a apoyar la independencia kosovar, según Mira Milosevich, profesora del Instituto Universitario Ortega y Gasset, la independencia de Kosovo es inevitable por dos razones principales: «Porque es la voluntad de EEUU, o sea, del país más poderoso del mundo y de su presidente, o porque los albanokosovares proclamarían la independencia si el Consejo de Seguridad de la ONU no adoptara una resolución que anulase la anterior, 1.244, que garantizaba la integridad territorial de la República de Serbia». En cualquier caso, concluía la profesora Milosevich, «EEUU es el factor externo imprescindible para la creación de un nuevo estado independiente sobre las ruinas de la antigua Yugoslavia»3. Es decir, la independencia de Kosovo, si se independiza, la lidiarán entre EEUU y Rusia, Serbia y los albanokosovares; pero no Europa, según parece. Ante esta situación, entre la influencia americana y la amenaza de veto rusa en el Consejo de Seguridad, ¿no deberíamos preguntarnos por qué no somos los europeos un factor determinante de la independencia de un Estado o una región que se encuentra en Europa? Más aún, cuando Bush ofrece a Serbia su apoyo para que ésta se integre en la Unión Europa a cambio de aceptar la independencia de Kosovo, ¿no deberíamos sentirnos ofendidos porque los americanos dibujen el mapa de nuestras fronteras? Una pregunta muy similar podríamos hacer sobre el nuevo escudo antimisiles propuesto por los americanos: si EEUU quiere instalar interceptores en Polonia y construir un nuevo radar en la República Checa — ambos países Estados miembros de la Unión Europea—, ¿por qué es Rusia el que, con gran habilidad diplomática, deja fuera de juego a los americanos ofreciendo compartir el radar de Gabala situado en Azerbaián? ¿No tiene Europa nada que decir al respecto? El problema no es que militarmente la Unión Europa se encuentre a una enorme distancia de EEUU, el problema es ver cómo Rusia y EEUU discuten sobre la instalación de un escudo antimisiles en el corazón de Europa como si Europa no existiera. En los próximos años la Unión Europea tendrá que volver a discutir el papel que desea adquirir en el orden mundial. Si la UE decide que quiere actuar como una potencia de primer orden mundial tendrá que hacerlo de forma unificada, incrementando así su poder, su capacidad diplomática y con ello su influencia en el mundo. Si, por el contrario, no quiere contribuir con los grandes a dibujar el mapa mundial o a pacificar Oriente Medio, no tiene más que permitir que los servicios exteriores nacionales sigan prevaleciendo sobre el común, que la Unión, como tal, no pueda influir en la política de defensa y seguridad de cada Estado miembro. «• GASPAR ATIENZA NOTAS 1 Cameron, David. «EU must stop navelgazing and think big». www.telegraph.co.uk; 22 Junio de 2007. 2 «Charlemagne. The summit dances». The Economist. 23 Junio 2007. 3 Milosevich, Mira. «Cuando los grandes juegan a la guerra». El País, 23 Junio 2007.