Nueva Revista 083 > Un clásico de lo abstracto

Un clásico de lo abstracto

Alfonso López Perona

Reseña biográfica del pintor Luis Feito considerado uno de los máximos exponentes de pintura abstracta del país.

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Alfonso López Perona, “Un clásico de lo abstracto,” accessed March 29, 2024, http://repositorio.fundacionunir.net/items/show/2843.

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Title

Un clásico de lo abstracto

Subject

Luis Feito

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Reseña biográfica del pintor Luis Feito considerado uno de los máximos exponentes de pintura abstracta del país.

Creator

Alfonso López Perona

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Nueva Revista 083 de Política, Cultura y Arte, ISSN: 1130-0426

Publisher

Difusiones y Promociones Editoriales, S.L.

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Nueva Revista de Política, Cultura y Arte, All rights reserved

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es

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LUIS FEITO Un clásico de lo abstracto Luis Feito ha sido considerado uno de los máximos exponentes de ia pintura abstracta contemporánea en España. Hasta finales del pasado mes de agosto, en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía de Madrid, se ha podido visitar la exposición retrospectiva «Feito: 19522002». Alfonso López Perona explica que, pese a io reducido del número de obras de la muestra (unos 90 lienzos y otros tantos dibujos} en relación a la imporLuis Feito tancia de un período tan dilatado, ha resultado una buena oportunidad para evaluar la obra de un pintor puro en su vocación y en su lenguaje, que no es otro sino el de la pintura: el espacio, eí color, ¡a línea y la forma. ntre las novedades más importantes del siglo XX figura la aparición Edel arte abstracto, como vanguardia primero y más tarde como forma de expresión que se ha adueñado de las artes plásticas. Por más que la abstracción haya hecho evolucionar notablemente la teoría estética, y con ella la manera de acercarse a la obra de arte y contemplarla, sigue representando un arcano para el gran público en la medida en que éste asocia indisolublemente el concepto de arte con el de representación de la Naturaleza, pues la estética aristotélica sigue vigente como idea popular de Arte. La Ilustración partía de la premisa de que toda verdadera obra debe ser entendida por todos sin esfuerzo, ya que el hombre posee naturalmente una capacidad de distinguir y apreciar lo bello. Para esta concepción, la incomprensión de la obra artística por parte del observador debe ser culpa del autor, en la medida en que éste se habrá desviado de lo sencillo y lo natural, categorías que deben concurrir, según los ilustrados, en toda producción artística. Por el contrario, en la abstracción ese canon es mucho menos obvio. Contrariamente a lo que pensaba la Ilustración, la apreciación de cualquier obra de arte precisa siempre de una sensibilidad educada y de un esfuerzo de contemplación y discernimiento. Cuando, como sucede con la abstracción, se ha prescindido de toda referencia evidente, la aproximación del espectador al Arte se puede hacer aún más difícil. A partir de ahí, la personalidad del autor, su subjetividad y sus claves biográficas parecen cobrar mayor importancia. Con independencia del sentimiento que la obra en sí provoque, da la impresión de que no cabe su comprensión cabal sin tener alguna noticia del creador. Quizá ello explique por qué el siglo XX, con su incorporación de la idea de «cultura de masas», ha generado una nueva consideración del artista como figura pública y mito colectivo, todo al mismo tiempo, por lo que en no pocas ocasiones se ha exaltado una obra mediocre tan sólo porque la personalidad de su creador no lo era. Me interesaba señalar todo lo anterior para poner de manifiesto que no siempre ése es el caso. Tengo el privilegio de que el parentesco, trayectorias vitales y afinidades electivas me han permitido estar cerca de la persona y de la obra de Luis Feito, uno de los máximos exponentes de la pintura abstracta contemporánea en España. Feito, nacido en Madrid en 1929, se formó en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, donde aprendió todas las técnicas que un artista precisa conocer y dominar. Sus primeras obras de los años cincuenta son de clara inspiración cubista y figurativa, pero la exposición del Museo Reina Sofía arrancaba de un momento posterior, cuando a partir de ahí empezó a desarrollar una expresión propia, hecha de rugosidades y materia resultante de la combinación de óleo y arena. Esta época de «cuadros matéricos» abarca desde fines de los años cincuenta a principios de los El conflicto entre su cultura de años sesenta, época en que Feito se origen y la francesa ayudó a había instalado ya en París, gracias Feito a ser más consciente de sus a una beca del Gobierno francés. La raíces españolas y a profundiaproximación a las muestras más recientes y significativas de la pinzar en sus orígenes, de los que tura contemporánea que le brindaba no se ha desprendido nunca el París de los años cincuenta le animó a quedarse allá por sus propios medios. Como él mismo confesó a Francisco Calvo Serraller, el conflicto entre su cultura de origen y la francesa le ayudó a ser más consciente de sus raíces españolas y a profundizar en sus orígenes, de los que no se ha desprendido nunca. En esos años hay otros dos acontecimientos dignos de reseña. De un lado, la creación en 1957 del Grupo El Paso, en la que Feito participa en conjunción con otros pintores y artistas como Canogar, Millares o Saura. En una entrevista muy posterior a esa época con el crítico Fernando Huici, Feito señalaba que El Paso nació para impulsar una creación artística de carácter contemporáneo en España. La joven pintura española fue toda una revelación en la Bienal de Venecia de 1958, en la que nuestro pintor estuvo presente con otros compañeros de su generación. En la edición siguiente, la de 1960, Feito obtuvo el reconocimiento de la Bienal mediante la concesión del Premio David Bright, como galardón a una obra ya con plena madurez expresiva. De esta época la exposición del CARS mostraba una sala de cuadros «blancos y negros», que se cuentan entre los más bellos de toda su producción. Me permitiría resaltar, entre ellos, una espléndida tela, propiedad del Guggenheim Museum de Nueva York. Siguiendo con el orden de aquella exposición, hubo otra sala dedicada monográficamente al período «rojo y negro», uno de los más dramáticos de su obra. Ya avanzados los años sesenta, aparecen en sus telas formas bulbosas como evolución de las manchas circulares del período anterior en las que, junto a la gama cromática que ya había trabajado, aparecen otras nuevas. Como en los casos anteriores, saben a poco los escasos cuadros que se presentan de esa época. Está prácticamente ausente y sin representación el período correspondien te al decenio del setenta, el último en que trabaja en París. A lo largo de los años 80, Feito emprendió una nueva etapa, que Calvo Serraller ha caracterizado como un «renovado juego de tensiones». En ella se enfrentan «mallas de líneas geométricas» a «manchas cromáticas de gestualidad libre», al tiempo que la dialéctica del color se establece entre tonalidades pardorojizas y blanquecinas. Esta etapa corresponde a su instalación en el continente americano, en Montreal en concreto. Como ha dejado anotado en su discurso de ingreso en la Real Academia de San Fernando, «Notas sobre un Itinerario», América le perturbaba por su ausencia de pasado y por su falta de lastre histórico y de raíces, a la vez que le atraía por ese vitalismo desbordante que caracteriza al Nuevo Mundo. En Canadá, su obra se amplió a otras formas de expresión realizando una serie de pequeñas esculturas en madera, acero y bronce que se fueron dispersando sin haber sido nunca exhibidas en nuéstro país, así como una escultura monumental por encargo de la Opera de Montreal. Dentro de esta tónica de diversificación, diseñó joyas e ilustró un libro de tradiciones orales y cuentos de las tribus indias del noroeste canadiense, quizá como tributo a esas culturas primitivas que tanto admira, y cuya influencia sobre el arte del siglo XX ha sido decisiva desde la aparición del Cubismo. Unos años después, una nueva peripecia vital le llevó a Nueva York, ciudad que él mismo ha definido como «la exasperación de cuanto define a nuestra época». Nuestro pintor ha confesado que la crudeza deslumbrante de esta Meca de la civilización contemporánea representó para él la expresión desinhibida de un poderoso enfrentamiento entre la anarquía y el orden en todo su rigor. La experiencia neoyorkina duró hasta 1993, cuando decidió reencontrarse definitivamente con su país y trasladarse a Madrid. Finalizaba así una etapa cosmopolita que le había enriquecido en lo personal a costa, quizá, de apartarle un tanto del panorama artístico español. Feito no es un pintor fácil ni accesible. Su misma personalidad, mezcla de timidez y de un cierto recogimiento interior, se plasma en una obra en la que las contradicciones y el lirismo constituyen las notas más destacadas. En la pintura de Feito se aprecia una cierta tensión entre lo racional y lo instintivo, entre el espacio vacío y la concentración de materias, entre colores contrapuestos y dramáticos (el blanco y el negro o el rojo y el negro, principalmente); en suma, entre la rigidez geométrica y el gesto espontáneo. Estas contradicciones están presentes en su método de trabajo que, en sus conversaciones con Juan Manuel Bonet, ha descrito de la siguiente manera: «cuando pinto, ataco la tela de lleno, sin plan preconcebido... empiezo por el caos total, por el defoulement. Es una manera de echarse al agua, de abrir el fuego, de quitarse el miedo. Luego, voy organizando el caos. Empieza la reflexión». El Arte es para nuestro pintor un elemento esencial en la vida espiritual del Hombre. Su sensibilidad se identifica con una porción de objetos tales como máscaras africanas, kachinas de los indios Hopis del suroeste americano o piezas de arte esquimal, todas las cuales colecciona porque, como confiesa, en ellos es imposible separar estética y función: «la esté tica sola no sirve para nada si no es expresión de algo fundamental. No contemplo el arte primitivo desde un punto de vista decorativo. Me impresiona que objetos creados para ciertos ritos, para ciertas funciones, posean tal carga de universalidad». Entre los elementos esenciales de su pintura figuran la conjugación de elementos puramente pictóricos y el constante recurso a la misma gama cromática. En la lúcida interpretación de Juan Manuel Bonet, «los negros, las tierras, los rojos, marcan un clima de interioridad, de austeridad, de una cierta mística» de carácter hondamente español. Esta fuerte personalidad española de la obra de Feito ha sido reiteradamente apreciada por la crítica francesa. Como afirma bellamente Pierre Restany, Feito define en su pintura «un orden trascendental del Barroco, un lirismo de la materia bruta controlada por una organización poética, a la vez efectiva y racional, de la luz». Se trata de la expresión sensible de la vida interior del artista en la que, junto al goce que proporcionan la luz y el color, aparecen, con gran violencia, sensualidad y mística, materia y espíritu en una evocación clara del naturalismo español. Junto a su españolismo irrenunciable de fondo y a la admiración por la pureza de líneas, la geometría y la funcionalidad estética del arte primitivo, hay que hablar también de la pintura china y del arte Zen como uno de los acerbos y tradiciones artísticas que siguen influyendo poderosamente en su trabajo. Ello se debe a su concepción de la pintura que debe salir con naturalidad del interior del artista «por el brazo y la mano» con naturalidad, «con la fluidez con que corre un río, salvando obstáculos y pasando a través de ellos», como decía en sus «Notas sobre un itinerario», ya citadas. Los últimos cuadros de la exposición, correspondientes al trabajo que viene realizando en el presente, se inscriben dentro de una línea gestual y caligráfica acorde con esa estética oriental. CONFESIONES DE AUTOR Se ha dicho que hoy apenas existe un artista que pueda eludir el autocomentario de su obra. A través de numerosas conversaciones con los críticos, Feito ha ido desgranando los valores estéticos que le sirven de referencia y el significado que para él tiene la pintura. «La pintura no la concibo como una carrera de novedades, ni como un laboratorio de investigación, sino como algo clásico, consecuencia de toda una cadena de acontecimientos anteriores. No me interesa para nada que una obra sea avanzada o no. El único criterio válido me parece, en definitiva, lo bueno y lo malo, la buena pintura o la mala pintura». En unas recientes declaraciones al diario ABC y en línea con lo anterior, decía sobre la evolución de su obra: «No hay un solo salto, sino continuidad. Para mí, la palabra revolución en arte no tiene sentido; hay evolución». Feito rechaza la «originalidad» como un valor en Arte: «no existe en Arte la originalidad en lo absoluto, sino tan sólo aportaciones diferentes que amplían lo que hoy conocemos». En un sugerente párrafo de su discurso de ingreso en la Real Academia de San Fernando, en el que se condensa su pensamiento estético, dice: «toda creación precisa nutrirse de la experiencia y de la sabiduría adquirida por los que recorrieron el camino antes que nosotros. La condición humana necesita un ámbito temporal para transformarse y mejorarse y esa presencia de lo anterior es olvidar en perjuicio suyo por aquellos que consideran que la validez de la Obra depende exclusivamente de la ruptura con la sabiduría del pasado». En los últimos años, Feito se ha visto recompensado con numerosos honores y distinciones. Ingresó en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en 1998; recibió la Orden francesa des Arts et des Lettres en grado de Comendador así como la española Medalla de Oro de las Artes; Arco y Estampa, nuestros certámenes de Arte Contemporáneo más internacionales, le han galardonado en sus últimas ediciones con importantes premios. Sin embargo, Feito sigue con su trabajo callado, en el que se conjugan continuidad creativa y evolución al margen de modas imperantes. Quizá por ello resulta discordante en una época que exalta el efectismo intrascendente y el culto a lo efímero. Nuestro tiempo eleva lo mediocre a categoría de sublime a fuerza de mercadotecnia y margina necesariamente a quien no se somete a la tiranía del exhibicionismo mediático. Feito ha dejado dicho que «la obra debe existir por sí misma y, si no es así, por más explicaciones que nos den sobre ella, no existirá jamás». ALFONSO LÓPEZ PERONA