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Se la juega el presidente

Pablo Hispán

Sobre las futuras elecciones de Estados Unidos, de cómo las anteriores estuvieron dominadas por el impacto del terrorismo en la opinión pública norteamericana y en esta agenda se plantea la recuperación económica y la reforma del Medicare.

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Pablo Hispán, “Se la juega el presidente,” accessed November 22, 2024, http://repositorio.fundacionunir.net/items/show/243.

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Se la juega el presidente

Subject

Elecciones en Estados Unidos

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Sobre las futuras elecciones de Estados Unidos, de cómo las anteriores estuvieron dominadas por el impacto del terrorismo en la opinión pública norteamericana y en esta agenda se plantea la recuperación económica y la reforma del Medicare.

Creator

Pablo Hispán

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Nueva Revista 091 de Política, Cultura y Arte, ISSN: 1130-0426

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Difusiones y Promociones Editoriales, S.L.

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Nueva Revista de Política, Cultura y Arte, All rights reserved

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2 004, ELECCIONES EN ESTADOS UNIDOS Se la jyega el presidente por PABLO HISPÁN esde el mes de junio del pasado año 2003 la maquinaria electoral y recaudatoria de los partidos políticos en Estados Unidos está en pleno Dfuncionamiento. Aunque las primarias demócratas y la campaña de búsqueda de fondos del actual presidente, centra hoy toda la atención, la primera cita llegará el próximo mes de febrero, cuando toque renovar la Cámara de representantes y un tercio de los miembros del Senado. Y es mucho lo que está en juego con esas primeras elecciones. En la Cámara de Representantes se da por descontada la mayoría republicana, pero en el Senado el resultado es más incierto. En estos momentos hay 51 senadores republicanos y 49 demócratas. Por vez primera en más de cincuenta años, el partido del actual presidente controla ambas Cámaras, aunque es sabido que no existe disciplina de voto y que, para cada ley, el Ejecutivo tiene que negociar con los senadores de ambos partidos. Las anteriores elecciones al Senado y al Congreso estuvieron dominadas por el impacto del terrorismo en la opinión pública norteamericana. A diferencia de entonces, y aunque el tema de Iraq está muy presente en los medios de comunicación, el resultado va a depender en mayor grado de la aceptación o no de la agenda nacional del presidente. LA AGENDA NACIONAL Esta agenda ha estado centrada principalmente en: la recuperación económica y en la reforma del Medicare, que es una parte del sistema de salud americano. Los últimos datos confirman la sostenibilidad del crecimiento económico y el éxito de los polémicos recortes de impuestos, llevados a cabo por la Administración. La creación de empleo, el alza de Wall Street y la confianza imperante, sólo sacudida por la incertidumbre que conlleva el terrorismo, están jugando una baza muy importante para el equipo de Bush. El punto negativo en este paisaje es el espectacular déficit presupuestario, que llega a los 400.000 millones de dólares. Aun así, la depreciación del dólar frente al resto de monedas, especialmente frente al euro, hace sostenible este problema. La cuestión económica ha sido uno de los puntos que más ha angustiado a esta Administración. Con el precedente de la derrota de su padre, George Bush, en 1990 por, entre otras razones, atajar tarde la recesión económica. De hecho, uno de los lemas que utilizó Clinton durante la campaña fue el conocido «Its economy, stupid». A pesar de este precedente, la Administración Bush ha estado navegando un poco a la deriva, hasta la llegada de Gregory Mankiw como director del Consejo de Asesores Económicos, y John Snow como secretario del Tesoro en enero de 2003. Ambos introdujeron el sosiego y conocimiento necesarios para recuperar la confianza en la economía americana. Si en el terreno de las políticas económicas la situación es favorable para la Administración Bush, las elecciones de 2004 serán un test para las políticas sociales. La reforma del Medicare, que aseguraba la cobertura farmacéutica y que pretende hacer sostenible un sistema de salud ante la inminente ancianidad de las primeras promociones de baby boomers, ha levantado una enorme controversia política. Finalmente, el apoyo explícito de la muy influyente American Association of Retired People (AARP), que incluso pagó una costosa campaña de comunicación para justificar su postura, consiguió la mayoría necesaria en el Senado. El propio presidente, que se encontraba en Londres durante los días claves para la votación, tuvo que llamar personalmente a numerosos senadores para pedirles su apoyo. Estos dos temas, junto con el anuncio de una ley sobre energía, que afecta a los votos en el interior del país, pues pretende apoyar la producción de combustibles derivados del maíz, así como el problema de la inmigración, van a dominar el debate político nacional. En lo referente al reconocimiento a las parejas homosexuales del derecho a contraer matrimonio, tanto los principales candidatos demócratas como el presidente se han manifestado abiertamente en contra. Podrían diferir, eso sí, a la hora de apoyar o no la introducción de una enmienda en la Constitución, que impida definitivamente esa posibilidad. Aun así, es distinta la sensibilidad ante este hecho entre un Howard Dean, que abrió en Vermont un registro de parejas de hecho, y un George W. Bush, que ha reafirmado su posición personal de que el matrimonio es una institución exclusiva para un hombre y una mujer. Al fin y al cabo, el hecho religioso y el hecho moral siempre han sido importantes en las campañas presidenciales de los Estados Unidos. Sin necesidad de remontarnos a las polémicas en torno al catolicismo del entonces candidato John F. Kennedy, el equipo del actual presidente ha hecho de la religión una de sus señas de identidad. Hasta tal punto es así, que uno de los comentarios de prensa de todos los lunes se refiere al servicio religioso que atendieron el día anterior los candidatos demócratas. LA AGENDA EXTERIOR Es evidente que la política internacional va a estar muy presente especialmente en lo que concierne a la seguridad de Estados Unidos. El anunciado traspaso de poderes a las autoridades iraquíes en el mes de julio indica el interés en evitar que la reconstrucción de Iraq se convierta en un tema en los últimos meses de la campaña. Aun así, el tono será muy diferente en función de quién sea el candidato demócrata. LOS CANDIDATOS DEMÓCRATAS Son nueve los contendientes, aunque aquellos que tienen posibilidades reales de lograr la victoria se reducen a cuatro: Howard Dean, ex gobernador de Vermont; John Kerry, senador por Massachusetts; el general retirado Wesley Clark y el representante por Missouri y durante más de diez años líder de los demócratas en la Cámara, Richard Gephart. Howard Dean ha sido el auténtico revulsivo de una campaña que se anunciaba mortecina. Ha sabido encontrar un discurso capaz de conectar con unas bases demócratas muy beligerantes, después de la forma en que Al Gore perdió la presidencia en 2000, y por la muy ideológica agenda llevada a cabo por la Administración Bush. Ante esto, Dean ha presentado un discurso de oposición a la intervención en Iraq, llegando incluso a decir que la captura de Sadam Husein no ha hecho más seguros a los Estados Unidos; y una oposición muy beligerante en contra de las políticas nacionales del presidente. El éxito de Dean ha radicado en su capacidad de movilización de recursos y de electorado, así como en el uso de las nuevas tecnologías durante la campaña. Además, el apoyo de Al Gore, a comienzos de diciembre, fue un hecho absolutamente inusual ya que los grandes líderes hábitualmente no se decantan hasta que el resultado sea inequívoco. A pesar de eso, del apoyo de George Soros y de la plataforma move on.org, y de que encabece con un margen amplio las encuestas tanto de recaudación como de intención de voto, Dean tiene una serie de handicaps que puede conducir al desinfle de su candidatura, tan pronto como se inicien en lowa las sucesivas elecciones que deben terminar en la nominación del candidato en el mes de julio, en Boston. El principal escollo que tiene es que el aparato del partido, controlado por el equipo de Bill Clinton, rechaza abiertamente su candidatura y se decanta más bien por la de Clark o por la de Kerry. Además, los medios de comunicación más cercanos a los demócratas, especialmente el The New York Times, tampoco creen en él. En toda esta oposición flota la posible candidatura de Hillary Clinton a las elecciones de 2008; pero además, el evidente conocimiento que las posturas radicales de Dean no podrán contar con el apoyo del centro político, que se inclinará por el continuismo si finalmente él fuera el candidato a la presidencia que se enfrentase con Bush. Junto a esto, el hecho de que su única experiencia política se limite a la de gobernador de un pequeño Estado del norte, rural, blanco y poco poblado, hace que no conecte con los grupos de interés ni de la costa este, ni del sur del país ni, del interior. A pesar de ello, Dean marcha imparable, es el que domina la campaña, el que marca el debate y mientras su discurso es un ataque sistemático a las políticas de Bush, sus rivales se centran en criticarle a él. Aun así, Dean necesita para asegurar la victoria un apoyo sólido en el sur ya que, de lo contrario, una vez pasadas las primeras elecciones de Iowa y New Hampshire, su candidatura se puede venir abajo. Además, debe contar con un sólido refuerzo en materia de política internacional y de seguridad, que salve su inexperiencia en esos terrenos. Dentro de la necesidad de conjugar abiertamente los intereses ante un proceso político de esas características, las minorías raciales, especialmente los hispanos, son un elemento importante. Por esta razón, el gobernador de Nuevo México, Bill Richardson, un hispano que fue secretario de Energía de la Administración Clinton, es el compañero de cartel, en calidad de vicepresidente, máss deseado por todos los candidatos. Para evitar las presiones y tener que decantarse antes, Richardson buscó ser el presidente de la Convención Demócrata, lo que le obliga a mantener la imparcialidad durante las primarias. LA CAMPAÑA DE BUSH Por el contrario, la campaña de Bush va por un camino diferente. Hasta el momento, su papel se ha reducido a la búsqueda de fondos para financiar la campaña. Ha pulverizado todas los registros hasta el momento, gracias al eficaz sistema denominado pioneros, en el que, a través de una estrategia de red, se consiguen cien aportaciones de dos mil dólares por pionero. La contundencia de los números y de los apoyos han creado para Georges Bush una imagen de imbatibilidad. Si en el aspecto organizativo su campaña es ejemplar, en el aspecto político no lo es menos. A diferencia de lo que le ocurrió a su padre, Bush júnior ha sabido conjugar dentro de su equipo todas las tendencias existentes en el campo republicano. De ahí que sea poco menos que imposible que, en la convención de agosto, sobrevuele la sombra de ningún Ross Perot. A pesar del fuerte influjo Neocon de su Administración, éstos no son la única corriente en el seno de la misma. Junto a neocons como Wolfowitzy Perle, conviven antiguos colaboradores de Kissinger tales como Paul Bremer —administrador de Iraq— o Robert D. Blackwill —responsable de las relaciones con Iraq dentro del Consejo Nacional de Seguridad—; incluso asesores de política internacional de la Administración Clinton como Mitchell Reiss, que ha sido nombrado hace unos meses responsable de Planificación Política del Departamento de Estado. La propia recuperación política de James Baker III, con acceso directo al presidente, es un nuevo gesto a los republicanos tradicionales y a la posición de Powell, al que el presidente apoyó de modo público por el modo que estaba tramitando la crisis en Naciones Unidas. Con una estrategia cuidadosamente diseñada por su principal asesor político, Karl Rove, Bush marca el ritmo de los acontecimientos. La exigente actividad en el terreno internacional en todos los frentes —mundo árabe, Israel y Palestina, sida en África, amenaza nuclear, relaciones trasatlánticas con Europa, el ALCA y la agenda latinoamericana— le ha llevado a descuidar en modo alguno el aspecto nacional. De esta manera, si el 2003 ha sido dominado por el impulso a la actividad económica y la reforma del Medicare, el año que viene la inmigración y una ley de recursos energéticos mantendrán vivo el debate. Parece evidente que, en función de quién sea finalmente el candidato demócrata, Bush y su equipo pondrán el acento en un tipo u otro de políticas. En caso de que finalmente se confirmen las encuestas y el contrincante se llame Dean, el presidente traerá el escenario internacional al debate, de tal modo que quede en evidencia la debilidad e inexperiencia del aspirante demócrata. Por el contrario, si finalmente el general Wesley Clark consigue remontar en las encuestas, los temas nacionales serán en los que insista el presidente. Mucho tendrían que cambiar las cosas para que —a diez meses de las elecciones— Bush no consiga la reelección. Las buenas perspectivas, especialmente en el terreno económico, y una sabia administración del tiempo político (ejemplo de ello será el traspaso durante el verano del poder a las autoridades iraquíes), parece suficiente para asegurar un nuevo mandato. El indudable rechazo que despierta su figura entre sus oponentes trae a la memoria los precedentes de Richard Nixon, Ronald Reagan o de Bill Clinton, presidentes que ^consiguieron la reelección a pesar de la reacción extremadamente negativa de sus rivales. Presidentes con un menor nivel de rechazo como Cárter o Bush padre, fracasaron en su intento. LA MINORÍA HISPANA De cara al mundo hispano, Bush ha sido un presidente sensible. Es consciente del importante papel de esta minoría, así como de la pluralidad y heterogeneidad de la misma. No son los mismos los intereses de los cubanos de Miami o los puertoriqueños de Nueva York y los de los mexicanos de California o Chicago o los de los salvadoreños de Washington D.C. Al contrario que la política tradicional de los demócratas, que incidía en el aspecto asistencial de las políticas hacia esta comunidad, los hispanos en la Administración Bush han desempeñado un importante papel político. Si en Asuntos Hemisféricos, dentro del Departamento de Estado, han sido dos hispanos —Otto Reich y Roger Noriega— los máximos responsables, el propio Reich juega en la actualidad un importante papel en la Casa Blanca dentro del Consejo Nacional de Seguridad. Otro hispano —Mel Martínez— ha sido el secretario de Vivienda y numerosos hispanos han ocupado importantes puestos de segunda línea en varias secretarias. Es decir, que además de gestos como intentar hablar en castellano, George W. Bush ha sido el presidente que ha llevado a más hispanos a los auténticos puestos de decisión política del país. Aunque todavía un porcentaje muy alto los hispanos continúan votando al partido demócrata, este hecho comienza a cambiar. Las segundas generaciones ya no actúan de la misma forma que sus predecesoras, y algunas minorías, especialmente la de los cubanos, se inclinan mayoritariamente por el partido republicano, con toda la importancia política que eso conlleva. No olvidemos que, por el peculiar sistema electoral americano, el final de la batalla política se centra alrededor de quince Estados, en los que el resultado esta más ajustado, y que Florida es uno de ellos. UNA PRESIDENCIA POR ESCRIBIR En cuatro años el mundo ha cambiado de un modo sorprendente y el discurso político de Estados Unidos también. Si la pretensión inicial de Bush en política internacional fue mantener la tradición aislacionista de las administraciones republicanas a la hora de solventar los problemas de seguridad —el programa del escudo antimisiles proporcionaba el mejor ejemplo—, el 11 de septiembre de 2001 obligó a dar un giro copernicano a esta tendencia. El cambio que ha supuesto en materia de política internacional la toma de conciencia de que, en la era de la globalización, es necesario anticiparse al golpe del enemigo y que ello obliga a asumir una muy activa responsabilidad y presencia internacional, es una ruptura similar a la que produjo la I Guerra Mundial en Inglaterra y en su tradicional política de equilibrio de poder en la Europa continental. Noviembre de 2004 es, pues, la meta de una carrera por una presidencia distinta. Una presidencia que tendrá que recomponer la relación con una parte de Europa, incapaz de entender que el rol del viejo continente no está en ser balanza sino socio leal y fiable. Una presidencia que tendrá que afrontar el peligro de las armas nucleares, especialmente en Corea del Norte, pero también en Irán. Una presidencia que deberá recomponer, sobre nuevas bases, una difícil relación con un mundo árabe dividido y con unos conflictos internos políticos y sociales, que nada tienen que ver con Estados Unidos y sí con el fallido paso a la modernidad de esos países. Una presidencia que tendrá que demostrar que es posible pasar de un régimen integrista —Afganistán— o de una feroz dictadura panarabista —Iraq— a una democracia pluralista que integre las diferentes tendencias de esas sociedades fragmentadas. Una presidencia que deberá abordar el caso del conflicto de Israel y Palestina, que parece que llega a su recta final. Una presidencia finalmente, que tiene que afrontar la creación de un ALCA, en una región de creciente inestabilidad política, económica y social y en el que el socio más fiable, Brasil, es también el gran rival ideológico. Si esto se presenta en el terreno internacional, en el nacional hay retos no menos interesantes: sostenibilidad del crecimiento, reformas sociales especialmente en el terreno educativo y continuar buscando soluciones al problema de una inmigración creciente. Será, ppr tanto, una época apasionante en la democracia más antigua del mundo.o» PABLO HISPÁN