Nueva Revista 127 > Musica para sordos

Musica para sordos

File: Musica.pdf

Archivos

Referencia

“Musica para sordos,” accessed November 22, 2024, http://repositorio.fundacionunir.net/items/show/1981.

Dublin Core

Title

Musica para sordos

Source

Nueva Revista 127 de Política, Cultura y Arte, ISSN: 1130-0426

Publisher

Difusiones y Promociones Editoriales, S.L.

Rights

Nueva Revista de Política, Cultura y Arte, All rights reserved

Format

document/pdf

Language

es

Type

text

Document Item Type Metadata

Text

MÚSICA PARA SORDOSFelipe SantosPERIODISTA Y CRÍTICO MUSICALEl ruido eterno. Escuchar al sigloXXa través de su música,de Alex Ross.Traducción de Luis Gago. SeixBarral, 2009, 799 pp.Sinfonía para mezzosoprano y pequeña orquesta, de Hans Krása. Eva Vogel (contralto).Sinfonía de Cámara n.º 1,de Arnold Schoenberg.Sinfonía n.º 2, de Johannes Brahms.OrquestaAcademia de la Filarmónica de BerlínOrquesta Filarmónica de Berlín, Sir Simon Rattle (dir.)Philarmonie, Berlín, 31.10.09Transmisión en directo a través de Digital Concert Hall, el canal de conciertos de la Filarmónica de Berlín por Internet: http:dch.berlinerphilharmoniker.deOCURRIÓ HACE POCOS MESES EN EL TEATRO REAL DE MADRID. TRAS AGUANTAR EL PRIMER ACTO, UNA GRAN PARTEDE LOS ESPECTADORES QUE ASISTÍA A LAS REPRESENTACIONES DECIDÍA ABANDONAR EL TEATRO AUN CUANDO LA REPRESENTACIÓN DEBÍA PROSEGUIR CON DOS ACTOS MÁS PORDELANTE. ALGUNOS DE ELLOS LO HACÍAN UFANOS, CON LAMEDIA SONRISA DEL QUE YA NO ESTÁ PARA MUCHAS BROMAS, OIGA, QUE YO HE VENIDO A VER ÓPERA, PERO UNA DEVERDAD, NO ESTE PESTIÑO QUE ENCIMA DURA MÁS QUE UNDOLOR DE MUELAS.nueva revista· 127168Aquella ópera que tanto horror causó a buena parte de laplatea del Real era Lulu, compuesta por Alban Berg en losaños treinta y que se estrenó tras su muerte, en 1935. Discípulo de Arnold Schoenberg, ya había despuntado conWozzeck(ver Nueva Revista, n.º 111) en una demostraciónde cómo podían concitarse las formas clásicas con los nuevos derroteros de la atonalidad. La siguiente ópera abrazó elnuevo credo de su maestro, el dodecafonismo, pero sin renunciar a todo lo anterior. Basada en la obra de teatro deFranz Wedekind, La caja de Pandora, Berg conformó unfresco implacable donde se puede adivinar la zozobra en quese hallaba la sociedad europea de aquellos años. «No puedovender la única cosa que jamás he tenido», dice con rabiacontenida la protagonista, en medio del caos de la Gran Depresión del 29, que se cuela en el escenario directamentedesde los periódicos que leía el compositor, donde nada valeya lo que parece. Hoy, en medio de una crisis económica almenos tan grave como la que gravita sobre Lulu, un público en general preparado y, frecuentemente, con trabajos quenecesitan una alta cualificación, fue incapaz de encontrarun nexo de unión con lo que ocurría en el escenario. Ni conla historia, ni la escena y mucho menos con la música.Cuando en 1928 el compositor norteamericano GeorgeGershwin visitó Viena, recaló en casa de los Berg. Allí escuchó algunas canciones, tocadas al piano, del autor de laSuite lírica, una obra por la que sentía una gran devoción.En mitad de la velada fue invitado a sentarse al piano y deleitar a los presentes con alguna de sus composiciones.Hasta el corazón del antiguo imperio austrohúngaro habíanllegado los ecos que ensalzaban su Rhapsody in Blue, unanueva revista· 127169felipe santoscomposición que esconde un pulso interno de la mejor música negra sobre la que vuela una orquesta de aires europeos. Pero aquello no tenía nada que ver con la música quesalía de la pluma del hombre que tenía frente a él. Lo intentó, pero no pudo. Rendido, dijo en voz baja que, despuésde lo que había oído allí esa noche, se sentía incapaz detocar nada. Alban Berg, al tiempo que le ponía la manosobre el hombro, dejó caer una enigmática frase, casi amedio camino entre el consuelo y el reproche: «SeñorGershwin, la música es la música».Pasajes como éste, conectados entre sí de manera inescrutable a lo largo de todo un siglo, pueden leerse en Elruido eterno, el ambicioso y apabullante ensayo que acabade publicar el crítico musical de The New Yorker, AlexRoss, en nuestro país.Más de quince años de trabajo seesconden tras las casi ochocientas páginas de este libro,XXa través de su músique se propone «escuchar al sigloca». En esos más de cien años, desde los primeros compases de Salomé, de Richard Strauss, hasta Nixon in China,de John Adams, nos encontramos con un arte inabarcable,exasperante y arrebatador a la vez. «La belleza nos puedeatrapar en lugares inesperados», nos dice el autor. Al final,«Berg estaba en lo cierto: la música se despliega a lo largode un continuumininterrumpido, por dispares que seanlos sonidos a primera vista. La música está siempre desplazándose desde su punto de origen hasta su destino en elmomento fugaz de la experiencia de alguien: el conciertode anoche, el paseo solitario de mañana».Uno de ellos fue el concierto que ofreció la OrquestaFilarmónica de Berlín y su OrquestaAcademia casi unnueva revista· 127170música para sordosmes después que se produjera laespantada del público del TeatroReal de Madrid. El director sirSimon Rattle propuso para aquellavelada un viaje que arrancaba en1923 y terminaba en 1877. Enefecto, un salto en el tiempo haciael pasado, que trataba lo más cercano como clásico y lo clásicocomo renovación. La OrquestaAcademia de la Filarmónica deBerlín demostró en la primera obraque ya destila ese sonido diamantino, que siempre suena tan rotundoy apolíneo en su hermana mayor. Elorden y el concierto en esta Sinfonía para mezzosoprano y pequeña orquestalo aventa Rattlea unos jóvenes virtuosos donde destacan las solistas decuerda. Es una obra delicada, donde advertimos la influencia de Schoenberg, pero que no puede escucharse sinsustraernos a la suerte que corrió su compositor, el checoHans Krása, que terminó en una cámara de gas del campode concentración de AuschwitzBirkenau. Como si anticipara su destino, esta pequeña sinfonía incluye un poemade Rimbaud que evoca la nostalgia de las sensaciones quequedaron enterradas para siempre en la infancia. «En suespíritu el vino de la pereza sube,suspiro de una armónica inclinada al delirio; con las lentas caricias el niño siente en él morir y renacer un deseo de llanto», canta conemisión amplia, suave y generosa la contralto Eva Vogel,nueva revista· 127171felipe santoshasta que la música cesa de repente, en un final abrupto einesperado.Encuentra Alex Ross en la Sinfonía de Cámara n.º 1, deArnold Schoenberg, algunos aspectos de la «tonalidad dislocada» con que abre Richard Strauss su ópera Salomé. Elruido eternositúa en aquel 16 de mayo de 1906 el detonante de la nueva música que se abriría camino a lo largodel siglo. Quizá Ross sacraliza en exceso este punto de partida, porque el Tristánwagneriano ya había contribuido losuyo a la apertura y la liberación de la rigidez en la armonía. Pero su omnipresencia como compositor fue tal en laXIXque resultó el modelo a batir,segunda mitad del siglola música que debía ser superada. En la obra de Schoenberg que interpretó la Filarmónica de Berlín, compuestapocos meses después de aquel estreno en Graz, muestraya esa tensión interna por liberarse de las ataduras de latonalidad. Se trata de una música bellísima, desde los primeros pasajes de corte tardorrománticohasta esa incipiente búsqueda de nuevos horizontes. El concierto concluyócon la Sinfonía n.º 2, de Johannes Brahms, donde asistimos a una lectura cercana, contemporánea. Desde el excelso solo de trompa que surge del primer movimiento,Rattle buscó la profundidad en la paleta sonora que ponea su disposición los integrantes de la centuria berlinesa.Volvemos a oír la trompa en medio del arrullo y la quietudcon que discurre el segundo movimiento hasta desembocar en los dos movimientos finales, que culminaron conun crescendoque surge majestuoso del fondo de ese sonido construido desde el comienzo de la obra, tan añejo ytan nuevo a la vez.nueva revista· 127172música para sordosUn arte siempre inacabado, que se alimenta de las mássorprendentes combinaciones. Ross cuenta cómo GyörgyLigeti se sorprendió cuando escuchó un buen día en elpub donde se juntaban profesores y alumnos de la Schlosskeller de Darmstadt, la cuna de la vanguardia musical enla posguerra, el sorprendente parecido de los sonidos quesalían por los altavoces del local con los experimentos másnovedosos de la escuela. Aquella noche de 1967 lo que estaba girando bajo la aguja de aquel garito alemán era Sgt.Pepper’s Lonely Hearts Club Band, el nuevo disco de TheBeatles. Y es que Paul McCartney había estado revisandovarias obras de Stockhausen el año anterior y decidió incluir algunos de aquellos efectos de sonido en cancionescomo A day in the Life. En realidad, ya aparecieron en Tomorrow never knows, incluida en el disco anterior. Y allíapareció el compositor vanguardista alemán, fotografiadocon la mano en la barbilla en una de las múltiples carasque pueblan la carátula del disco, entre los cómicos LennyBruce y W.C. Fields, y a no mucha distancia de la exuberante Mae West. En el extremo contrario se encuentra BobDylan, con su gesto pensativo característico, quizá elmismo que paseó cinco años antes, al salir de un teatro delGreenwich Village neoyorquino, mientras repasaba una yotra vez aquella canción que había quedado aprisionada ensu mente. Era Pirate Jenny, entresacada de La ópera decuatro cuartos, compuesta en el Berlín de los años veintepor Kurt Weill y con letra de Bertolt Brecht.Y si todo está tan conectado, ¿por qué existe esa desconexión del gran público con la creación contemporánea? Quizá porque se ha perdido ese deseo por lo nuevonueva revista· 127173felipe santosque caracterizaba a las audiencias de principios de siglo.Luego podía expresarse el disgusto, como ocurrió enParís con La consagración. Pero en música, lo que unavez fue escándalo puede no llegar a serlo la siguiente vezque se interprete. Casi ninguna forma de hacer músicapermanece inalterable a lo largo del tiempo. Quizá radique en la naturaleza fugaz de sus notas, en que las obrasmusicales pueden escucharse una sola y única vez. Ninguna será nunca igual. Ni siquiera con la música grabada. Cambian los estilos, pero también cambiamos nosotros, «hasta que vives la música desde dentro y lasensación es que media hora pasa en diez minutos»,como decía aquel joven en la película Rhythm is it!(Ver«Elogio del ocio estudioso», en Nueva Revista, n.º 113).Hace bien Alex Ross en recordarnos que la música es«capaz de asimilar cualquier cosa nueva porque ya lo haasimilado todo en el pasado». Por eso hay que recuperarnuestra capacidad de asombro, el anhelo de hallar la belleza y de querer y dejarse sorprender. Tan sólo entoncesllegaremos a escuchar de veras. nueva revista· 127174