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La reconstruccion

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“La reconstruccion,” accessed April 25, 2024, http://repositorio.fundacionunir.net/items/show/1975.

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La reconstruccion

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Nueva Revista 127 de Política, Cultura y Arte, ISSN: 1130-0426

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Difusiones y Promociones Editoriales, S.L.

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Nueva Revista de Política, Cultura y Arte, All rights reserved

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es

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LA RECONSTRUCCIÓN FALLIDADEIRAKJosu LapresaPERIODISTAESTÁ A PUNTO DE ESTRENARSE GREEN ZONE, UNA PELÍCULADE PAUL GREENGRASS PROTAGONIZADA POR MATT DAMONQUE RECONSTRUYE LOS PRIMEROS DÍAS DEL EJÉRCITO ESTADOUNIDENSE EN IRAK. ESTÁ BASADA EN UN PREMIADO LIBRODE RAJIV CHANDRASEKARAN, PERIODISTA DE THE WASHINGTON POSTQUE VIVIÓ EN LA LLAMADA ZONA VERDE, SOBRE ELTRABAJO DE PAUL BREMER III Y SU EQUIPO POR RECONSTRUIRBAGDAD. HABLAMOS CON ÉL DE AQUELLA EXPERIENCIA.«En el jardín posterior del Palacio Republicano, en plenocorazón de la Zona Verde, un grupo de jóvenes bronceados,musculosos y con los antebrazos tatuados se bañaban en unapiscina grande como la de un balneario. Otros, vestidos conbermudas y con los ojos bien protegidos bajo gafas de sol,yacían despatarrados en las tumbonas a la sombra de unaspalmeras altísimas, comiendo Doritos y bebiendo té helado. A un lado, unos hombres vestidos de caqui y unas mujeres con vestidos de verano se relajaban bajo una glorietade madera. Algunos leían novelas baratas, otros se servíannueva revista· 127162comida de una mesa bufé. Un enorme radiocasete emitíaa todo volumen música hiphop. De vez en cuando, una docena de iraquíes desgarbados, todos ellos idénticamente vestidos con camisa y pantalones de color azul, pasaban por allípara ir a barrer la terraza, podar los arbustos o regar las plantas. Se movían en fila india detrás de un corpulento y bigotudo capataz norteamericano. Desde cierta distancia, parecían una cadena de presos».Sólo es el primer párrafo del prólogo de Vida imperialen la ciudad esmeralda. Dentro de la Zona Verde de BagRBA, 2008), pero el apunte periodístico es preciso ydad(muy revelador: es junio de 2004, a menos de un mes deque termine el gobierno estadounidense en Irak, y RajivChandrasekaran, redactor jefe del periódico The Washington Post, entonces enviado especial en Bagdad, asisteal caos —cuando no desidia— organizativo en el que se hasumido la misión estadounidense de reconstrucción deIrak. Dentro de la Zona Verde, el recinto fortificado queAPC),albergaba a la Autoridad Provisional de la Coalición (Chandrasekaran emite en su libro un severo juicio sobrela actuación del gobierno liderado por L. Paul Bremer IIIy el ejército de empresarios o técnicos que había acudidoa Bagdad para empezar a hacer carrera. El periodista revela la nula interacción entre los norteamericanos residentes en la Zona Verde y la población de Bagdad, en sumayor parte por culpa del desinterés de los primeros ymenos de la enemistad de los segundos. De hecho, son lossoldados que salen de la Zona Verde y tratan con los iraquíes, comen en sus casas, compran en sus mercados,los que empiezan a llamar de manera despectiva Ciudadnueva revista· 127163josu lapresaEsmeralda a la Zona Verde —a la que Chandrasekarancompara con un Versalles en el Tigris—, compuesta por elantiguo Palacio Republicano en el que residía Sadam Hussein y los aledaños poblados de chalés y comercios y piscinas y un intento concienzudo de recreación del American way of life—el periodista habla incluso de un «oficialpara levantar la moral» que organizaba clases de salsa oyoga y pases de películas en el cine del palacio—.Rajiv Chandrasekaran ya conocía Irak. Había estado enel país en septiembre de 2002, cuando el equipo dirigido porHans Blix todavía trataba de probar si en Irak existían o nolas famosas armas de destrucción masiva. La siguiente vezque puso un pie en Bagdad fue el día después de que los soldados norteamericanos derribaran la gigantesca estatua deSaddam Hussein. ¿Cuánto tardó el periodista en darse cuenta de que las cosas no se estaban haciendo del todo bien?«Enseguida —explica Chandrasekaran—, la primera evidencia fue el saqueo. Prácticamente todos los edificios gubernamentales fueron destruidos por los saqueadores mientras los soldados norteamericanos simplemente miraban.Debería haber habido planes para mantener el orden público, pero no los hubo. Y, a partir de ahí, las cosas solo fuerona peor».Entonces fue cuando el periodista del Washington Postentró en la Zona Verde y pasó a ser testigo, y luego relator,de los esfuerzos no siempre bien encaminados llevados acabo por los norteamericanos para reconstruir Irak. «En elmomento álgido de su actividad —cuenta ChandrasekaAPCtenía más de mil quinientos empleados en Bagran— la dad, la mayoría estadounidenses. Era un grupo variopinto:nueva revista· 127164la reconstrucción fallida de irakhombres de negocios que militaban en el partido republicano, jubilados que buscaban paladear por última vez elsabor de la aventura, diplomáticos que habían estudiadosobre Irak durante años, graduados recién salidos de la universidad que nunca habían tenido un trabajo a jornada completa, funcionarios gubernamentales atraídos por el veinticinco por ciento de salario adicional que cobraban quienestrabajaban en una zona en guerra».Este grupo tan heterogéneo fue el que se encargó de intentar reconstruir un país literalmente en ruinas. PeroChandrasekaran es testigo de cómo, en muchas ocasiones,las cabezas pensantes dedicaban mucho tiempo a nuevasleyes de tráfico o de protección del diseño de microchipsen lugar de atender a las necesidades reales de los ciudadanos de Bagdad. Con todo, Chandrasekaran no se muesAPCen la Zonatra en contra de la concentración de la Verde, sino de su aislamiento: «Está claro que tenía quehaber un sitio en el que los norteamericanos vivieran y trabajaran, pero podría haber sido uno más pequeño y también podría no haber sido el antiguo palacio de Saddam. Elproblema, en cualquier caso, era que los norteamericanosno salieran a conocer el verdadero Irak, el Irak sin electricidad, sin seguridad y sin trabajo».Vida imperial en la ciudad esmeralda, un libro vibrantede buen periodismo que circula por la comedia negra peroque no está exento de escenas de acción, le valió a RajivChandrasekaran el muy prestigioso premio Samuel Johnson al libro de no ficción en 2007. Asimismo, fue finalistapara el National Book Award y ahora se estrena una película —dirigida por Paul Greengrass, protagonizada pornueva revista· 127165josu lapresaMatt Damon— basada, con ciertas libertades, en el libroen cuestión. Irak sigue estando de actualidad seis años después de la última guerra, pero ya no queda nada de la administración Bremer. Queda el ejército, en cambio. «Estamos condenados de cualquier manera», dice Rajivrefiriéndose a Estados Unidos: «Durante mucho tiempo,los soldados norteamericanos han evitado que los suníes ylos chiíes se mataran entre sí. Pero nuestra presencia allíno da como resultado tampoco una reconciliación política.Así que estamos condenados, tanto si nos quedamos comosi nos vamos, siempre va a haber un problema».En cualquier caso, Chandrasekaran confiesa: «Aunque hubiéramos diseñado los mejores planes y hubiéramosenviado a la gente más preparada, estoy seguro de que también habría habido problemas. Eran y son muchos los iraquíes que no están de acuerdo con que haya soldados extranjeros en su tierra. Pero creo que si nosotros, losnorteamericanos, hubiéramos entrado en Irak de una manera más inteligente, con más planificación y con equiposde reconstrucción mejor entrenados, podríamos haber prevenido muchos problemas». Cita como errores claros haberdisuelto el ejército iraquí y haber apartado del poder y lasinstituciones a cualquier persona vinculada al partido Baaz,el hegemónico de Saddam.Vida imperial en la ciudad esmeraldano es en ningúnmomento, de ninguna manera, una crítica a la invasión deIrak, no se critica el fondo sino la forma, y la sensación quedeja la lectura del libro es de desilusión, de fastidio anteuna ocasión perdida para reconstruir un país asolado por laguerra y por tantos años de dictadura. Y esa sensación nonueva revista· 127166la reconstrucción fallida de irakle pertenece sólo a Rajiv Chandrasekaran, sino que se metíaen el cuerpo de los propios enviados norteamericanos, deesos empresarios o soldados o analistas o jóvenes meritorios. Aquello no funcionaba, y lo sabían. Basta este extraordinario párrafo del libro para comprobar cuál era el estado de ánimo y de (in)acción de la misión estadounidense:«La mayoría de los que estaban en el palacio simplemente habían desistido y se limitaban a buscar el solaz y laalegría un tanto decadentes que proporcionaba la piscina.Y cuando el sol se ponía, se retiraban al bar Sherezade delHotel alRashid a beber cerveza turca, vino libanés y whiskyescocés de tercera categoría. Compraban relojes, mecheros y viejos billetes de banco iraquíes con la cara de Saddam Hussein. Compraban camisetas con leyendas irónicascomo “¿Quién es tu Bagdaddy?”. Comían pizza en el GreenZone Café y pollo kung pao en cualquiera de los dos restaurantes chinos que había cerca del palacio. En el gimnasio hacían ejercicios bajo un póster de las Torres Gemelasdel World Trade Center. Llamaban gratis a sus amigos deEstados Unidos con teléfonos móviles a cargo del Gobierno. Organizaban sonadas fiestas de despedida y tenían unaúltima aventura. Mandaban correos electrónicos solicitando trabajo en la campaña para la reelección del presidente George Bush, para cuando volvieran a América. Y cuando se cansaban, se retiraban a sus habitaciones a mirarDVDpiratas —dos por un dólar— que vendían por lalos calle los emprendedores jóvenes iraquíes».nueva revista· 127167