Nueva Revista 073 > Hondo y digno, Alfonso Albalá

Hondo y digno, Alfonso Albalá

Enrique Andrés Ruiz

Se habla sobre el escritor Alfonso Albalá, sus libros: "Desde la lejanía", "Umbral de la armonía", "Adonais, el friso", "Sonetos de la sed" y a su poesía escasa y olvidada.

File: Hondo y digno, Alfonso Albalá.pdf

Referencia

Enrique Andrés Ruiz, “Hondo y digno, Alfonso Albalá,” accessed November 22, 2024, http://repositorio.fundacionunir.net/items/show/1595.

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Hondo y digno, Alfonso Albalá

Subject

Hondo y digno, Alfonso Albalá

Description

Se habla sobre el escritor Alfonso Albalá, sus libros: "Desde la lejanía", "Umbral de la armonía", "Adonais, el friso", "Sonetos de la sed" y a su poesía escasa y olvidada.

Creator

Enrique Andrés Ruiz

Source

Nueva Revista 073 de Política, Cultura y Arte, ISSN: 1130-0426

Publisher

Difusiones y Promociones Editoriales, S.L.

Rights

Nueva Revista de Política, Cultura y Arte, All rights reserved

Format

document/pdf

Language

es

Type

text

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Hondo y digno, Alfonso Albalá Enrique Andrés Ruiz comenta la reciente edición de Poesía Completa, de Alfonso Albalá (Ayuntamiento de Coria, Colección Temas Caurienses, 1998). or un momento, avanzando hacia el fin de los años cuarenta, y una vez Pque en 1944 Dámaso Alonso publicase el desgarro expresionista que viene a ser Hijos de la ira, con su insólita aleación de poesía inglesa y de autoflagelación mística, la poesía española no parecía que pudiera heredar el sentimiento y el pensamiento religiosos tal y como habían llegado a constituirse en algo más que un asunto con Unamuno (su Cristo de Velázquez), con Antonio Machado (su Dios entre la niebla) o como habrían de hacerlo todavía en el Dios deseado y deseante del Juan Ramón final. Los poetas que estaban por llegar en los años cincuenta no parecían, por lo general, sentir—de eso se trataba, de sentir— como detonante poético algo que más bien les venía a parecer un tema propio del «arraigo» rehumanizador de la primera posguerra. Un temprano Cántico espiritual —de 1942— de Blas de Otero, o el Arcángel de mi noche, de Vicente Gaos, de 1944, frutos ambos de poetas de una generación intermedia, mostraban cómo en España, el planteamiento de lo religioso no podía ser, de momento, el que Eliot habría de hacer en su célebre ensayo sobre Dante, desligando creencia y emoción, y cómo no parecía haber otra realidad que la escisión inconciliable entre el desarraigo espiritual y la poesía más bien devocional de, por ejemplo, Gerardo Diego. Así las cosas, había pocas posibilidades de que algún poeta nacido por los años veinte cuajara en continuador de los tonos de Panero, de Vivanco o de Muñoz Rojas. Y, sin embargo, dos poetas extremeños, de la misma promoción de quienes a comienzo de la década del cincuenta intentaban dar más vuelo a una poesía no sólo social, parecían dispuestos a esa continuidad, digamos (con la andadera de Dámaso Alonso) que arraigada. Uno, José María Valverde, cuyo libro Hombre y Dios, de 1947, fue saludado muy pronto con elogios (hasta de Juan Ramón). El otro, más oculto, más perdido en años poco propicios a su fidelidad devocional, menos rentable, claro, para los avatares posteriores, el hondo y digno Alfonso Albalá. El primer libro de Albalá, Desde la lejanía (1949), guarda los timbres machadianos de aquella generación partida que ya no era la suya, y entre cantos de nostalgia a su tierra, muy entrañados, muy veraces, suenan por aquí y por allá algunos ecos posmodernistas de estampa de verano antiguo. Pero el camino a seguir no iba a ser, claro, ése, sino el trazado en el ahondamiento de la pasión y la emoción por la ausencia y la presencia de Dios, tal y como ya se anuncia allí («¡Toda la tierra es camino para salir de la tierra»), el que la sed de armonía invita a tomar hacia lejanías señaladas por la misma y cierta noticia terrestre de Dios. No hace falta decir que la noticia de la que habla Albalá no tiene lo que de oscuro tenía la de Dámaso Alonso, y que, a esa noticia segura y clara que vislumbra en la belleza de lo que vive, el poeta sólo puede contestar con un canto de agradecimiento, tal y como lo hace al comenzar su segundo libro, Umbral de la armonía (1952), en un soneto precisamente dedicado a su amigo Valverde. Algunos romances un poco juanramonianos, un poco alucinatórios, dan el tono —más despojado, más abstracto, quizá, más transparente— de ese libro tras el que esperaba un largo silencio poético prolongado hasta 1966, que es el año en el que publica, también en Adonais, El friso, un largo y meditante poema de tono funeral en el que continuaba su alucinación anhelante de trascendencia. Alfonso Albalá murió en 1973. En 1979 se publicaron los Sonetos de la sed y otros poemas, entre los que se incluyó El mendigo, dedicado a Aranguren. Su poesía, escasa y olvidada, no merece ser despachada como la propia —ya decíamos— de un tema poético que, al parecer, un buen día desapareció de la poesía española. A la lectura de El friso —quizá su mejor y más problemático poema—, uno puede recordar, entre muchos versos emocionados y otros emocionantes, aquellas palabras con las que Bergamín venía a aclararnos el hondo sentir lírico de quien sabe del demonio que habita en la certeza, porque, en la duda, lo que está es la fe. S« ENRIQUE ANDRÉS RUIZ