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Esperanzas cumplidas

Arturo Moreno Garcerán

Reseña biográfica de Antonio Fontán en lo político, su papel en la España democrática, su trayectoria ejemplar, su apoyo a la Monarquía, etc.

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Referencia

Arturo Moreno Garcerán, “Esperanzas cumplidas,” accessed April 19, 2024, http://repositorio.fundacionunir.net/items/show/145.

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Title

Esperanzas cumplidas

Subject

Navegación de altura

Description

Reseña biográfica de Antonio Fontán en lo político, su papel en la España democrática, su trayectoria ejemplar, su apoyo a la Monarquía, etc.

Creator

Arturo Moreno Garcerán

Source

Nueva Revista 089 de Política, Cultura y Arte, ISSN: 1130-0426

Publisher

Difusiones y Promociones Editoriales, S.L.

Rights

Nueva Revista de Política, Cultura y Arte, All rights reserved

Format

document/pdf

Language

es

Type

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Esperanzas cumplidas por ARTURO MORENO GARCERÁN o es necesario remover los trasteros de mi memoria para enconNtrar algún vestigio que me haga recordar mi relación con don Antonio Fontán. Ese no es el caso, pues a lo largo de veinticinco años de amistad, con la frecuencia e intensidad que los vaivenes profesionales, o las meras oportunidades marcaban, hemos mantenido una relación plenamente actualizada, viva, sustentada sobre el valor de la confianza, amplia y libremente ejercida, pero inalterable en cuanto a su caudal y equilibrio, y que no ha tenido necesidad de estar sometida, permanentemente, a procesos de contabilidad analítica (beneficioso por el ahorro de papel y para el mantenimiento de la salud de los concernidos). Pero soy yo el que tiene que dar las gracias, soy yo el que ha aprendido de Fontán. Don Antonio ha sido para mí (y creo que para otras personas de mi generación) un referente vital, un maestro incansable y paciente que alentó e impregnó mi incipiente y desarticulada conciencia política de conocimiento, de experiencia, de protagonismo temprano, de entusiasmo, de proyectos y de sueños. Dedicó, con generosidad encomiable, su tiempo a los jóvenes, enseñándonos a navegar en el mundo complejo de la política. Aprendí a analizar la actualidad pero dentro de los complejos contextos que se ven condicionados por las circunstancias personales, históricas o globales; compartió abiertamente sus reflexiones y respetó siempre los comentarios e ideas que se le sugiriesen, desde la más pura igualdad liberal, sin recurrir a la graduación estamental y al desdén despectivo a pesar de la carga de inmadurez y superficialidad que en ocasiones denotaba en consonancia coñ mi inexperiencia. Siempre ha sido indulgente con los errores de los demás, respetuoso con las decisiones ajenas, con un esfuerzo de comprensión, condescendencia y tolerancia, que siempre ha significado una bondad infinita y un sumo respeto hacia la vida y la libertad de los hombres y su pleno desarrollo por encima de intereses, conveniencias o autojustificaciones. Pero su legitimidad, y el respeto que ha agrupado en todos estos años, radica en que, al mismo tiempo, ha sido muy exigente consigo mismo, desplegando una energía infatigable, mostrando una generosidad sin límites y ejerciendo su responsabilidad cívica y personal sin pausas ni desmayos. Estamos ante un hombre bueno e inteligente en toda la extensión de ambos conceptos. Y por lo tanto debemos ajustamos a esta calificación. Fontán ha sido y es una persona siempre bienintencionada y biempensante, lúcida, tolerante, profunda, sensible, justa, religiosa, coherente, liberal y culta. Estas son algunas de las cualidades que yo he aprendido a lo largo de mi relación con don Antonio Fontán, pero todas ellas y muchas otras adquieren plena relevancia si éstas se ponen al servicio de España. Porque es muy difícil encontrar sentido a tanto esfuerzo, y a tanta responsabilidad, sin identificar cuál ha sido el móvil de la vida de don Antonio Fontán. Éste se ha basado en el sentido del deber y su objetivo ha sido una España democrática y moderna encarnada en una Monarquía Constitucional y Parlamentaria. A ello ha dedicado su vida. A lo largo de estos últimos años he comprendido que, en la vida de un hombre, lo importante viene a ser, al fin y al cabo, su trayectoria. La valoración y el reconocimiento se fundamentan indisolublemente en el largo camino que recorre un ser humano, en su ejemplo y en la fecundidad de sus acciones. Las trayectorias que perviven a la maldad humana, que sin duda existe; a las murmuraciones, a las injurias, a los egoísmos y también a nuestras flaquezas, errores, omisiones, futilidades y desencuentros, ésas son las que duran y se recuerdan. Son los surcos arados contra el viento y la marea, en días de desaliento y duda, o de alegría radiante, por los hombres a lo largo de su vida; unas veces sobre tierra yerma, otras en terreno abonado, con éxitos y con fracasos, pero siempre de pie: ellos son los que constituyen y delimitan el caudal de la aportación de cada lance a las buenas causas. En el conjunto de las trayectorias de determinadas personas hay un espíritu que las trasciende. En ese sentido, la trayectoria de don Antonio Fontán es ejemplar y digna de admiración. Porque está trazada sobre la línea recta de una inquebrantable voluntad, de un esfuerzo permanente, de una visión de la misión a realizar y de la ruta a seguir clarividente,.de una fe siempre erguida merced a la vocación política y la esperanza y, además, por un entusiasmo no ajeno a la más envidiable de las inocencias y a las convicciones y valores que idealizan los retos y dan sentido a las cosas. Antonio Fontán nació en Sevilla en 1923, un mes después de iniciarse la dictadura de Primo.de Rivera. En plena adolescencia, conoció y sintió el horror de la guerra civil. Completó una formación erudita con el estudio de los clásicos, alcanzando su cénit, como se sabe, con la cátedra de Filología latina. Pero en la España, clausurada y hermética, de las postrimerías de la década de los cuarenta y de los inicios de los cincuenta, el ejercicio y la docencia de la profesión periodística eran no sólo lo más similar a la política, sino además, y si atendemos a las motivaciones de la vida de don Antonio, la función más útil en esa irrevocable dirección que es, en definitiva, la de ir creando una opinión pública con conciencia democrática —formando a jóvenes periodistas que fueran aportando criterio y extendiendo el paupérrimo tejido democrático de esos años—. La elevada formación de Antonio Fontán, antes brevemente apuntada y su activismo en el periodismo con finalidad política (no sólo docencia y ejercicio profesional sino la creación y dirección del diario Madrid), suplieron más que suficientemente la frustración, el vacío que significaba la imposibilidad de poderse dedicar, a plena luz, activamente, a la política, como sucedía en cualquiera de los países democráticos de aquellos años. Ha sido paradigmático en la vida de don Antonio su entrega a la causa monárquica, la lealtad y el servicio a don Juan y su familia; pero la falta de expectativas de cambio durante el régimen de Franco —un desierto perenne en el que, durante años y lustros, no se movía una hoja— hacía aconsejable dedicar la mayor cantidad posible de tiempo a ejercer la oposición desde donde fuera más eficaz. Fontán ha conocido muy bien, qué duda cabe, la historia de nuestro país. Es verdad que la mesura y la equidad adquiridos con el conocimiento y la cultura de sus aplicados estudios, con su curiosidad intelectual o con el contraste de opiniones en aquellos años, especialmente en el ámbito universitario, han actuado como un cierto bálsamo en su ánimo cuando se dispone a enjuiciar la historia, pero ello no empece para que la pasión política de Fontán, la formación de su conciencia política —que quedó forjada en su juventud, es decir, durante y después de la guerra civil—, no sólo no haya sido y sea ajena, sino que está toda ella imbuida por la percepción de la injusticia, la pobreza, las persecuciones, la desolación y la destrucción qué conlleva una guerra, sobre todo si ésta es entre hermanos y a cada paso se siente lacerante la división abrupta de una nación! Fontán ha dedicado su vida a crear, codo con codo con otras personas, las condiciones para que ese fracaso colectivo que fue la guerra civil española nunca más se volviese a producir. Desde la firme convicción de que España es una unidad histórica y cultural y además un país, es decir, la nación de sus antepasados, de generaciones familiares futuras, trabajó para que un día, España fuera un país democrático donde las libertades, los derechos políticos y la prosperidad social fueran el termómetro de la normalidad. Y así ha sucedido. • Por ello y con objeto de llevarlo a parangón posteriormente con la inmensa tarea realizada y culminada con éxito por los hombre de la transición democrática en España, me gustaría referirme, desde la propia reflexión personal, a los errores que se cometieron a lo largo del siglo XIX y la primera mitad del XX y que llevaron a la guerra civil. La falta de institucionalización de la democracia, raptada por la oligarquía y el caciquismo; una clase media («nervio y tuétano de la Patria», según Unamuno) adherida a la meritocracia política y por lo tanto formando parte el sistema, con abdicación de su reforma completa, o bien quedando al margen de la misma; una España desarticulada con un régimen democrático artificial, amurallada respecto a los conceptos de representatividad y parlamentarismo; una ausencia (aislamiento) del escenario internacional, perdidas las colonias; una España radicalmente desequilibrada socialmente; una clase política cainita, incapaz de generar consensos que hicieran posible asimilar las cuatro cuestiones básicas enquistadas políticamente —agraria, religiosa, militar y territorial—; unos partidos políticos que obedecían a personalismos sin anclaje en la opinión; y ya en los años previos, en los que se incubaba la guerra civil, una España sin un partido de centro que tendiera puentes ante unos partidos básicos cada vez más radicalizados y polarizados; esos son, a mi juicio, vuelvo a repetirlo, algunos de los errores políticos que tan caros tuvo que pagar España. No olvidemos tampoco, finalmente, el repetido recurso al Ejército como único garante de la unidad nacional a lo largo de la historia de la España moderna, ni la provisionalidad, ineficacia y artificialidad de las Constituciones vigentes a lo largo de los siglos XIX y XX, ni las continuas bancarrotas financieras del Estado en estos siglos, fenómenos todos ellos esenciales para explicar el cuadro dramático al que he hecho referencia. Si confrontamos ahora la transición política a la democracia con estos elementos recurrentes y estructurales que, en mi opinión, condujeron a la guerra, y que desde la muerte de Franco se evitaron o se intentaron evitar, podremos ver el valor de esa transición en toda su amplitud. Es verdad asimismo que la estructura social y educativa existente en España tras la muerte de Franco, si no estaba en niveles homologables con la de los países europeos, era en todo caso completamente diferente a la asoladora de los años previos a nuestra guerra, pues existía sin duda el llamado «colchón de la clase media», variopinta y no homogénea culturalmente, pero próspera y con cierta memoria histórica. Los objetivos que se había marcado a lo largo de su vida Antonio Fontán —y, naturalmente, desde distintas prioridades y concepciones otros muchos españoles— eran ya posibles. Se imponían la moderación y la generosidad; la reconciliación nacional, la Monarquía asociada a la causa democrática; las elecciones libres y democráticas; una Constitución para la concordia; partidos democráticos como cauces de participación ciudadana, etc. Desde la responsabilidad, como desde la lección aprendida de la historia y desde el buen sentido, la estabilidad democrática, que entonces era una esperanza, es hoy una realidad. En el seno de la Unión de Centro Democrático (UCD) —el partido en que militó Antonio Fontán, síntesis política de los reformadores del régimen anterior, encabezados por el presidente Suárez y los sectores políticos llamados de la oposición moderada al franquismo (liberales, demócratacristianos y socialdemócratas), partidarios de la reforma política y no de la ruptura— se resolvieron y encauzaron muchas de las demandas democráticas comunes a todos los ciudadanos. No me extenderé más en el contenido político de esos años porque me imagino que habrá varios artículos en este número de Nueva Revista que desarrollan este tiempo histórico. Sí diré que conocí en aquellos años a Antonio Fontán y tuve el honor de colaborar con él y, sobre todo, de aprender de su experiencia política y de su sentido del Estado. Aquellos años constituyeron, quizá, la etapa política de mi vida más intensa (no desde funciones profesionales, pues coincidió con mis estudios universitarios). Desde el año 1978, en el que fuimos presentados por Pablo Caldés, he acudido a su casa en muchas ocasiones, junto con Miguel Ángel Cortés, a oír sus comentarios de la actualidad política. Cuando tenía responsabilidades políticas, siendo presidente del Senado en la legislatura constituyente, o luego, a partir de 1979, ministro de Administración Territorial; lo mismo que sin responsabilides directas en el gobierno, Fontán ha sido siempre el mismo: una fuente inagotable de conocimiento, proyectos, energía y amistad. Como, en mi vida laboral, he dedicado menos de un año a trabajar en la política profesional (los restantes veinte los he dedicado al mundo empresarial desde distintas responsabilidades), mis comentarios políticos se basan en lo que he vivido, en las muchas horas de reflexión, lectura y conversaciones que he podido compartir con Fontán y con otros amigos que he ido conociendo a lo largo de estos veinticinco años. No quería dejar de aportar mi colaboración a este número de Nueva Revista, respondiendo a la invitación que me ha dirigido su director, sobre la persona y la significación de don Antonio Fontán. En esta España vital del 2003, moderna y relevante, don Antonio puede ver la culminación de muchos de los anhelos que han constituido la razón de su vida. Ahora seguiremos viéndole, seguiremos hablando con él, ya desprovisto y muy merecidamente de pesadas cargas asumidas sin descanso a lo largo de muchos años. En esta próxima etapa de su vida; más tranquila y retirada, vamos a continuar disfrutando del amigo y vamos a seguir admirando al gran hombre. Larga vida y gracias, don Antonio. ARTURO MORENO GARCERÁN