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España 1999, bases de un proyecto compartido
José María Michavila
Se trata de un texto que aborda los siguientes temas, 1898-1998: del fracaso al éxito colectivo, un proyecto posible para España, la relación estado-sociedad, cohesión-modernización, lo global; lo local y el diálogo como herramienta.
File: España 1999, bases de un proyecto compartido.pdf
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Referencia
José María Michavila, “España 1999, bases de un proyecto compartido,” accessed November 22, 2024, http://repositorio.fundacionunir.net/items/show/1359.
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Title
España 1999, bases de un proyecto compartido
Subject
Universal concreto
Description
Se trata de un texto que aborda los siguientes temas, 1898-1998: del fracaso al éxito colectivo, un proyecto posible para España, la relación estado-sociedad, cohesión-modernización, lo global; lo local y el diálogo como herramienta.
Creator
José María Michavila
Source
Nueva Revista 063 de Política, Cultura y Arte, ISSN: 1130-0426
Publisher
Difusiones y Promociones Editoriales, S.L.
Rights
Nueva Revista de Política, Cultura y Arte, All rights reserved
Format
document/pdf
Language
es
Type
text
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Text
ESPAÑA 1999: BASES DE UN PROYECTO COMPARTIDO JOSÉ MARÍA MICHAVILA Una versión ampliada de este texto fue redactada para pronunciar una conferencia el 7 de mayo de 1998 en el Club Siglo XXI de Madrid. El autor decidió suspender el acto público al ser asesinado, ese mismo día en Pamplona, el concejal de Unión del Pueblo Navarro, Tomás Caballero Pastor. L PRIMER DOMINGO DE MAYO DE 1998, España participó, junto con otras diez naciones europeas, en el arranque de una nueva página de nuestra Ehistoria. Un siglo antes, en el primer domingo de mayo de 1898, la Escuadra española era derrotada en la bahía de Cavite y el coronel Villamil escribía al Almirante Cervera, jefe de la Armada: «Pobre patria merecedora de otra suerte que la deparada por nuestros Gobiernos a finales de este siglo». 1 8981 998: DEL FRACASO AL ÉXITO COLECTIVO Si entonces, en mayo de 1898, se pintó el cuadro final de una tragedia iniciada con el siglo, y el principio de una era de aislamiento internacional de España, el primer domingo de mayo de 1998 fue, sin duda, símbolo evidente de una situación diametralmente opuesta. Hoy España no se bate en retirada ni se aisla. Hoy nuestro país está en la vanguardia y es protagonista de una de las transformaciones más ambiciosas y prometedoras de la institución política que por excelencia ha vertebrado la convivencia de los europeos desde el siglo XVI: el Estado. El monopolio sobre el derecho de acuñar moneda, y todo lo que ello supone, ha venido siendo durante estos cinco siglos uno de los símbolos más nítidos del moderno Estado europeo. El primer símbolo de que un territorio se integraba en alguna nación moderna era, junto al ondear de la bandera, la circulación de la moneda. Hoy, España, sin renunciar a seguir siendo, ahora más que nunca, España, comparte su moneda, la integra en una más amplia y fuerte. Como ha escrito Marcelino Oreja: «El euro será el ejercicio más importante de soberanía compartida que vivirá la Europa Comunitaria, desde que vio la luz». El fin del colonialismo vino a suponer el final de un modo de concebir el Estado como imperio, como sumisión a una metrópoli. Como señala Carmen Iglesias, el llamado año del desastre «se vivió en los lustros siguientes como el fin no de una época, sino en algunos casos de una nación». Por el contrario, la moneda única es el principio de un renovado concepto del Estado como empeño de colaboración, de cooperación, de suma de esfuerzos entre naciones. Como afirma Oppenheimer, el euro permitirá a Europa abordar su integración en el siglo XXI. España ahora no pierde. España suma y, por lo tanto, gana. La moneda única aporta un horizonte de confianza, estabilidad en el crecimiento y generación de empleo, en definitiva, un impulso a nuestra calidad de vida. Esta coincidencia de fechas permite contraponer en la historia de España, el fracaso colectivo y de tintes oscuros con que cerró sus puertas el siglo XIX, con el éxito colectivo que ha supuesto poner a nuestro país en condiciones de ingresar, por derecho propio, en una de las más prometedoras aventuras del continente europeo. España finaliza el siglo XX abriendo la puerta al siglo XXI, un siglo que vamos a construir sobre sólidos cimientos de progreso. Un siglo donde, recordando la expresión de Unamuno, ya no sólo inventan ellos, sino que inventamos todos algo llamado Europa. UN PROYECTO POSIBLE PARA ESPAÑA Hoy la situación es bien distinta. Europa es una oportunidad de progreso basado en la fuerza de la unión. En este escenario europeo, España puede ocupar una posición estratégica porque cuenta para ello con: Un proyecto definido, compartido y posible. Un motor que es una sociedad que cree de nuevo en sí misma. La herramienta adecuada: una mayoría política dispuesta y capaz. En 1998, los españoles tenemos un proyecto definido. España sabe dónde quiere ir. Sus tres grandes objetivos nacionales son: Una presencia estratégica en Europa. Un impulso de modernización. Hacer que el Estado funcione al servicio de la sociedad del bienestar. Se trata de un proyecto compartido. Una de las manifestaciones más claras del 98 en España fue, precisamente, la existencia de una sociedad dividida entre sí y de espaldas a su representación política. Hoy en España la mayoría de la sociedad apuesta por este proyecto y, en consonancia, la inmensa mayoría de las fuerzas políticas con representación parlamentaria coinciden en él. En estos años, los españoles han puesto en marcha el motor más poderoso con el que cuenta un país para superarse a sí mismo: confiar en sus propias capacidades para poner los cimientos de una España en progreso. La sociedad española vuelve a ser pujante. No padece, como dijera Cánovas, de «anemia civil». España ha superado el 98 en positivo. Los índices de confianza en la situación política y económica y en nuestras expectativas de futuro alcanzan niveles hasta ahora desconocidos. Baste recordar que, al hacer balance del año 97, un 75% de los españoles manifestaba encontrarse satisfecho con su nivel de vida, un 60% declaraba que les había ido bien o muy bien ese año. No es una foto fija. En 1995, en relación con la situación política y económica, por cada 9 pesimistas sólo se encontraba 1 optimista; hoy los optimistas duplican a los pesimistas. Algo ha cambiado. En estos años no sólo ha habido un cambio de personas. Ha cambiado el escenario. Esas nuevas personas y su proyecto han ido recibiendo un caudal creciente de confianza de los españoles. Ese es el motor que impulsa hoy nuestro progreso. Una cierta visión romántica de la acción política permitió que cuajara en las democracias occidentales la idea de que el patrimonio del progreso estaba en el terreno político de la izquierda. La caída del muro del Berlín rompió en pedazos los pocos restos de utopía. Hoy en toda Europa es obvio que el progreso no es una cuestión de apropiaciones semánticas, de facilidad en la retórica, ni de abundancia en las promesas. El progreso, como en el dilema de Hamlet, es o no es. Si la utopía de la izquierda se ha derrumbado, en cambio, el liberalismo ha sabido renovarse, adaptarse, adecuarse a las necesidades de la sociedad, incorporando, desde el humanismo, la sensibilidad por lo social y el compromiso con la equidad y la igualdad de oportunidades. Ha evolucionado hasta llegar a ser un liberalismo centrado, creador de riqueza, eficiente y eficaz, integrador, abierto y tolerante, solidario y moderno. Este liberalismo centrado se caracteriza por las siguientes claves de progreso: 1 Poner el Estado al servicio de la sociedad: déficit público cero; retirar al Estado de donde no sirve y fortalecerlo donde es imprescindible; entender al ciudadano como cliente. II Vertebrar la sociedad del bienestar: recuperar la ética del trabajo; apostar claramente por una economía abierta; poner énfasis en la formación y en la innovación. Sobre estas claves se ha ido conformando desde 1990 el programa del Partido Popular, hasta asentarse en la vía del centro. Este mismo espacio ideológico es polo de atracción para las formaciones políticas modernas y que funcionan. Característica común de las formaciones políticas que hoy representan en Estados Unidos, Inglaterra o España la tercera vía, que nosotros denominamos vía del centro, es el haber pasado por un largo periodo de fértil oposición, durante el que una sociedad que iba por delante de ellos les ha obligado a renovarse. En efecto, procediendo de posiciones políticas distintas y, sin renunciar a los principios y valores que le son propios, se ha llegado a un punto de definición de proyecto coincidente. El partido Laborista, procedente de la izquierda, se ha convertido en el Nuevo Laborismo después de 18 años de oposición. El partido Demócrata pasó a ser el nuevo partido Demócrata tras 12 años de oposición y Alianza Popular, procedente de la derecha, pasó a convertirse en el Partido Popular de centro tras 14 años de oposición. Un consciente y acertado proceso de diálogo interno permitió que ya en 1993 y, sobre todo, en 1996 se presentara ante los ciudadanos un proyecto y una ideología con seña de identidad propia en cuya elaboración contribuyeron harinas de diferentes costales que fermentaron juntas durante años, formando la misma masa. Liberales, democristianos, herederos de la tradición conservadora española e, incluso social demócratas, hornearon juntos el proyecto de centro. LA RELACIÓN ESTADOSOCI EDAD Desde 1921 hasta 1996, España ha vivido 75 años en los que, sin solución de continuidad, ha primado un mismo concepto en las relaciones entre el Estado y la sociedad. Quiero que se me entienda bien. La transición de nuestro país desde la dictadura a la democracia se realizó en el ámbito de las instituciones políticas con tino y rapidez. La transición social se había iniciado ya antes de que finalizara la dictadura y aceleró su ritmo de cambios con la transición política. La apertura internacional siguió el mismo curso. Ha habido, sin embargo, un aspecto en el que la transformación se ha realizado más lentamente, el del papel del Estado en las democracias modernas. El mayor reproche de calado histórico que podrá hacerse por quienes en el futuro hagan la historia política de la España de los últimos 15 años, será que el partido en el Gobierno, que del 82 al 89 tuvo importantes aciertos en el progreso económico y social de nuestro país, sin embargo, mantuvo a España anclada en las mismas y vetustas estructuras de la relación del Estado con los ciudadanos. Lo que Silvela calificó ya en su época como «abrumadora sumisión al Gobierno». Es necesario superar tanto el paternalismo franquista como el intervencionismo que marcó la década socialista. Estado y sociedad son dos agentes imprescindibles en una convivencia moderna. Un liberalismo centrado busca poner el Estado al servicio de la sociedad y no la sociedad al servicio del Estado. Concretamente, en España es preciso superar dos perversiones: el Estado clientelar y el Estado como único motor. El clientelismo es un fenómeno ampliamente estudiado por la ciencia política contemporánea. Podemos destacar los trabajos de Aldmond, Scott, Caciagli. Y, en el caso español, antecedentes históricos como el paradigmático trabajo de Joaquín Costa, Oligarquía y caciquismo como la forma actual de Gobierno en España: urgencia y modo de cambiarla, que recogía el informe presentado en el Ateneo de Madrid con análisis coincidentes, en cuanto a este problema, de 61 testimonios de personas de autorizada opinión. Entre ellos podemos destacar a Ramón y Cajal, Unamuno, Pí i Margall, Pardo Bazán, etc. El clientelismo se traduce en hacer de los bienes públicos mercancías que se entregan a cambio de control social o de fidelidad política. Su manifestación más simple, pero desgraciadamente no la única, es tratar de hacer creer que las pensiones dependen de que fulanito siga en el poder. Esta música ha dejado de sonar con la Ley de 15 de julio de 1997, por la que los pensionistas saben que se han garantizado sus pensiones mande quien mande. La otra idea que es preciso superar es la que entiende la intervención estatal como único motor, como providencia casi milagrosa. La clásica pregunta de Popper sobre cómo se debe organizar el Estado de modo que ni siquiera los malos gobernantes puedan causar males excesivamente graves puede formularse en positivo. La pregunta es cómo hacer que los buenos gobernantes obtengan lo mejor del Estado al servicio de la sociedad. La sociedad es lo primero, el motor del crecimiento; ella crea empleo, cohesión social y solidaridad. Es la misma sociedad la que nos exige más autonomía, menos control directo y responsabilidad pública, menos tutela y más confianza. Superados estos dos anacronismos y, con el fin de poner el Estado al servicio de la sociedad, se está actuando en cuatro frentes: mayor control, un Estado más delgado pero más fuerte y más sociedad. COHESIÓNMODERNIZACIÓN Europa es la cuna en la que ha nacido y crecido uno de los conceptos que más han beneficiado el desarrollo en la calidad de vida de los ciudadanos. El pacto de cohesión social. En expresión de Vaclav Hável, significa aceptar el deber del Estado de dar el apoyo necesario a todos los que por diversas razones atraviesan circunstancias peores que las de los demás (paro, jubilación, salud, educación). Ha sido un confortable colchón sobre el que se ha asentando una indudable mejora no sólo en la calidad de vida sino también en la convivencia cívica. Pero no podemos quedarnos dormidos en él. Europa ha sido también y siempre un continente de renovación, de progreso. Si renunciara a esta característica, acabaría poniendo en peligro los logros ya alcanzados. La cohesión social que tuvo su forma inicial de gestión en el denominado Estado del bienestar requiere, para seguir funcionando, un proceso de inteligente modernización. Es un logro irrenunciable. Son los medios para alcanzarlo los que precisan una renovación. La fórmula es la sociedad del bienestar. La globalización de la economía, la abolición de las fronteras en los mercados, la deslocalización de las inversiones que acuden allí donde la competitividad es mayor han supuesto que el viejo pacto de cohesión social y algunas de sus consecuencias en la reducción de la competitividad supongan para Europa una cierta incapacidad estructural para crear empleo. No es posible garantizar las prestaciones sociales a largo plazo en una sociedad que no cree empleo, y para crear empleo hay que modernizar. Los países europeos que por temor a abrir nuevos debates sobre fórmulas asentadas se han atricherado en el inmovilismo y se limitan a tratar de garantizar la cohesión social sin el valor de apostar por las reformas necesarias, agrandan hoy la fosa del desempleo, haciendo difícil garantizar el pacto de solidaridad e imposible su sostenibilidad para las generaciones venideras. Pero, al mismo tiempo, es inviable cualquier apuesta por la modernización que se haga sin sensibilidad social. Muy cercano geográficamente tenemos el ejemplo de un ministro de Economía francés que optó por la modernización, por las reformas imprescindibles y necesarias, pero dando la espalda a la cohesión. Se encontró con un mayoritario rechazo social que puso en quiebra la propia estabilidad económica y, en consecuencia, la confianza en el país y la capacidad de crear empleo. Es posible modernizar y garantizar la cohesión social, mejorar el poder adquisitivo de nuestros pensionistas y de las rentas más bajas, aumentar la financiación de la educación pública y aportar una inyección al sistema público de salud de 386.000 millones de pesetas adicionales sin incrementar el gasto público global. Para ello ha sido preciso introducir a nuestra economía, dentro de lo que se ha dado en llamar el Círculo virtuoso. Es la misma fórmula que propuso Clinton en su discurso sobre el Estado de la Unión de 1998 denominándolo Nueva estrategia para la prosperidad. De nuevo la coincidencia en la vía del centro. El valor cívico y político por excelencia de las sociedades modernas en este fin de siglo es el de la solidaridad. De nuevo aquí hay coincidencia en el objetivo. Y de nuevo la ideología marca la diferencia en los medios. El concepto tradicional entendía al Estado como su agente y el gasto público como su instrumento. El Estado monopoliza la gestión de la solidaridad y lo hace financiando o ejecutando prestaciones sociales. El concepto moderno mantiene el gasto público como instrumento, pero lo traslada también a la vía de los ingresos, es decir, de los impuestos. Así se facilita un marco para que sea el propio tejido social quien tenga más posibilidades de desarrollar en mejores condiciones su importante papel de agente de solidaridad. La aplicación de este concepto teórico tiene manifestaciones muy nítidas. La fuente de solidaridad por excelencia, que es la creación de empleo, no se le atribuye al Estado aumentando la plantilla de funcionarios, sino a la propia sociedad, estimulando vías para que el marco laboral y sus costes no impidan la capacidad de generación de puestos de trabajo, facilitando los contratos fijos a tiempo parcial, reduciendo la carga impositiva y apoyando, fundamentalmente, a las pequeñas y medianas empresas, facilitando el autoempleo, etc. En definitiva, reconociendo el valor de agente de solidaridad que un empresario que contrata y crea empleo tiene en nuestra sociedad. Creer más en el empresario que crea empleo requiere que el Estado introduzca las modernizaciones precisas para reducir la presión de los costes no salariales sobre el empleo y mejorar la formación de los profesionales. Otra manifestación es apostar por aquellos agentes de solidaridad realmente eficaces en nuestro tejido social. Organizaciones no gubernamentales, asociaciones, fundaciones, mecenazgo, cooperativas, familias, son extraordinarios agentes de solidaridad. Una manifestación concreta del reconocimiento y estímulo de ese papel que realizan las familias es el modelo para bajar los impuestos contenido en la Ley del Impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas. Debe pagar menos impuestos aquél que con su renta realiza gastos de cohesión social. Por esto, la novedosa aplicación del concepto mínimo familiar implica excluir del deber de pagar impuestos a la renta sacrificada en la cobertura de las necesidades básicas de sus miembros, alimentación, vivienda, vestido, educación. Desde el 1 de enero de 1999, el 48% de las familias con hijos pagan a Hacienda un 38,8% menos de lo que pagaban antes. LO GLOBAL, LO LOCAL El tercer gran eje de un proyecto político moderno consiste en armonizar lo global y lo local. La tensión entre arraigarse cada vez más en lo propio y sus manifestaciones, costumbres, cultura, lengua, instituciones, etc., e incorporarse con decisión a la aldea global, es hoy manifestación de todas las necesidades del ser humano. También se advierte en las instituciones políticas en las que la senda para fortalecer el autogobierno y acercar las administraciones a los ciudadanos se debe hacer compatible con un proyecto común de nación y que, a su vez, se integra en organizaciones supranacionales y en ámbitos multilaterales tanto en lo económico como en lo social o en la seguridad. En este terreno, España con su Constitución y el Estado de las autonomías y el fortalecimiento del poder local democrático ha sido pionera. Ninguna experiencia de descentralización es comparable en alcance, rapidez y eficiencia a la desarrollada por España en los últimos veinte años. Con sus dificultades, nuestra fórmula se ha convertido en un modelo imitado. Introducir la responsabilidad en la manera en que las Comunidades Autónomas obtienen los ingresos ha sido un nuevo paso en la fortaleza democrática de nuestro Estado de las Autonomías. La fórmula hasta ahora en vigor de una Administración con derecho a gastar el dinero de todos pero, sin la responsabilidad de pedírselo a los ciudadanos flojeaba de espíritu democrático. No olvidemos que precisamente el origen de los primeros parlamentos fue controlar gastos e ingresos del poder. El Pacto Local fruto del diálogo entre el Gobierno, la Federación de Municipios y los agentes sociales se plantea con el fin de fortalecer la autonomía local y aproximar la administración al ciudadano. Todavía, queda un largo trecho por recorrer de fortalecimiento de la autonomía local y de responsabilidad en el gasto. EL DIÁLOGO COMO HERRAMIENTA Los tres ejes que acabo de exponer (ajustar la relación sociedadEstado, conjugar modernización con cohesión social y armonizar lo global con lo local) son el camino para alcanzar los tres grandes objetivos nacionales antes enunciados: una presencia estratégica en Europa, un impulso de modernización y hacer que el Estado funcione al servicio de la sociedad del bienestar. En ese marco es preciso avanzar haciendo del diálogo el estilo de hacer política. La cultura del diálogo está firmemente asentada entre los españoles. El 74% declara que, en caso de verse envuelto en algún conflicto, intentaría llegar a un acuerdo como fuera, aunque eso significara tener que ceder en algo. Esta es otra de las razones clave para poder afirmar que los españoles estamos poniendo cimientos de progreso para el futuro. Desde la política es importante impulsar un nuevo concepto del diálogo. Hay que pasar del diálogo reactivo al diálogo activo. Llamo diálogo reactivo a aquél que se inicia cuando es necesario resolver una crisis o afrontar la presión de unas demandas. Es diálogo activo cuando, desde el principio, se acude a él para empezar juntos a definir soluciones. El diálogo activo ha permitido construir esta tercera vía, la vía del centro. Sólo dialogando muy estrechamente con la sociedad, con la realidad concreta de los problemas de los ciudadanos, se encuentran soluciones. Instalarse en un radicalismo dogmático es propio de posiciones superadas hace ya cincuenta años. Rechazar al otro y ponerse enfrente sólo porque no es de los nuestros puede ser rentable para excitar fervores, entusiasmos e ilusiones efímeros. El firmamento político está lleno de estrellas fugaces. Esa puede ser una buena trayectoria, pero, desde luego, es el peor de los caminos para asentar el diálogo como estilo. ©