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Palestinos

Juan Manuel Díaz Parrondo

Acerca de los palestinos que siguen viviendo bajo la sombra del dominio militar judío y siguen esperando la llegada de su Estado.

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Juan Manuel Díaz Parrondo, “Palestinos,” accessed November 22, 2024, http://repositorio.fundacionunir.net/items/show/1201.

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Palestinos

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Ensayos

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Acerca de los palestinos que siguen viviendo bajo la sombra del dominio militar judío y siguen esperando la llegada de su Estado.

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Juan Manuel Díaz Parrondo

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Nueva Revista 057 de Política, Cultura y Arte, ISSN: 1130-0426

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Difusiones y Promociones Editoriales, S.L.

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Nueva Revista de Política, Cultura y Arte, All rights reserved

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Palestinos Juan Manuel Díaz Parrondo En abril de 1998, los árabes de Palestina contemplan cómo sus vecinos israelíes celebran 50 años de existencia como Estado independiente. Viviendo bajo la sombra del dominio militar judío, los palestinos siguen esperando la llegada de su Estado, y sienten que no tienen nada que celebrar. Para ellos, mayo de 1998 es el 50 aniversario de AlNakbah, el gran desastre, el momento en el que comenzaron a perder su tierra. uando los israelíes proclamaron su Estado propio, los árabes de Palestina llevaban treinta años de oposición a la presencia judía en el país. CPara los palestinos de hoy, el plan de partición de las Naciones Unidas sobre el tema palestino es la base sobre la que se comete la gran injusticia sobre su existencia. La Resolución 181 de las Naciones Unidas estableció en 1947 la creación de un Estado árabe y otro judío en la Palestina británica. Los árabes vieron cómo Gran Bretaña se deshacía del problema de Palestina retirando sus tropas del país, mientras que quedaba en vigor un acuerdo internacional para otorgar a los judíos un 56% del territorio, cuando no poseían en propiedad más que el 7%, y no llegaban a ser un tercio de la población total de Palestina. La declaración de independencia de Israel, proclamada en Tel Aviv el 14 de mayo del 48, tendía la mano a los países árabes vecinos para hacer la paz. Para los palestinos del momento, se trataba de una ironía histórica muy dolorosa e inaceptable. Optaron por recuperar sus tierras por la fuerza. Sin embargo, la gran ofensiva árabe conjunta de Egipto, Siria, Transjordania, Líbano e Iraq, que pretendía eliminar la Entidad sionista en diez días, terminó en un desastre humillante. Al final de la guerra, Israel dominaba el 773% de la tierra de la antigua Palestina, y 726.000 árabes se convirtieron en refugiados que huyeron por miedo, o bien fueron expulsados de sus pueblos por el ejército israelí. Muchos líderes árabes se quejan de que los palestinos pagaron con sus vidas y con sus tierras por el exterminio nazi de los judíos en Europa, con el que no tenían nada que ver. La tragedia palestina no terminó ahí. Lejos de reconocer la soberanía nacional de un Estado palestino independiente en los territorios restantes (Gaza y Cisjordania), Egipto mantuvo el control sobre la franja de Gaza, ocupada durante la guerra, y la Cisjordania fue anexionada en abril de 1950, como parte integrante del Reino Hashemita de Jordania, bajo el poder del Rey Abdullah, abuelo del actual rey Hussein. EL SEGUNDO DESASTRE Si la guerra del 48 significó el comienzo del exilio para miles de palestinos, la guerra de 1967 terminó de romper en pedazos todos los sueños de independencia de los árabes de Gaza y Cisjordania. El nacionalismo panarabista, inspirado por las ideas del Presidente egipcio Gamal Abdel Nasser, encontró en Israel el enemigo perfecto para unir a los árabes bajo una causa común, pero los ejércitos árabes no fueron capaces de doblegar un Estado que llevaba ya dos décadas de inversiones militares, con un ejército muy decidido a combatir. Israel rechazó el ataque árabe y conquistó en menos de una semana el Este de Jerusalén, toda Cisjordania, los altos del Golán sirios, y la península del Sinaí en Egipto. Una vez más, la alta política de los líderes árabes dejaba a los palestinos a su suerte, esta vez sin tierra, iniciando un segundo flujo de refugiados hacia Líbano, Siria y Jordania. Los israelíes lo llamaron la Guerra de los Seis Días. Los árabes prefieren hablar de la Guerra del 67. El orgullo roto y la humillación no tuvo límites. Nasser era un líder de gran carisma e incorruptible, con una dedicación sin límites a hacer realidad el sueño del panarabismo. En unos pocos días, todo lo que él había creado durante años se disolvió. Ser un árabe en aquellos días significaba sentir un profundo impacto, con sabor a derrota y de terrible incertidumbre en el futuro, confiesa el intelectual palestino Edward Said. El número de refugiados palestinos de la nueva oleada fue de 350.000 personas, según cifras de la Agencia de las Naciones Unidas para los refugiados (ACNUR). Desde 1967, Israel domina todo el territorio de la antigua Palestina británica. La zona oriental de Jerusalén fue anexionada de inmediato por Israel. Los judíos consideran sagrado todo el recinto de la Ciudad Vieja, y en especial el recinto donde se encontraba el antiguo templo de Salomón, y el Muro de las lamentaciones. El resto de Gaza y Cisjordania quedó considerado como territorio ocupado, cuya estatus definitivo está aún por decidir. EL MOVIMIENTO NACIONAL PALESTINO Tras la humillación del 67, los palestinos comprendieron que la lucha por su independencia dependía únicamente de ellos, y que la ayuda de los países árabes no era siempre desinteresada. Una organización creada al amparo de la Liga Árabe en 1964, la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), tomó un nuevo rumbo después de que un ingeniero de 40 años, Yaser Arafat, fuera elegido secretario general en 1969. El legendario combatiente de la pistola en una mano y la rama de olivo en la otra consiguió desde entonces reunir en torno a la OLP a la gran mayoría de los palestinos, y mantener viva la esperanza de la creación de un Estado que solo existía en la imaginación de todos. Desde entonces, la resistencia palestina tuvo un nombre, y su Kefiya (pañuelo árabe) blanco y negro fue un éxito de imagen mundial. Mucho antes de la firma de los tratados de Oslo con Israel, Arafat era recibido con honores de Jefe de Estado en muchas capitales del mundo occidental. La nueva OLP, bajo el mando de Arafat, se olvidó del panarabismo y se concentró en la lucha nacional palestina con todos los medios a su alcance. Los palestinos hablaban de liberación nacional. Sus técnicas eran puro terrorismo. Durante los años setenta y ochenta, las guerrillas palestinas secuestraron aviones, se infiltraron desde Líbano y Jordania para atacar ciudadanos israelíes y atentaron contra instalaciones del Estado judío en diferentes países de Europa. La operación más espectacular fue, sin duda, el secuestro y asesinato de nueve atletas israelíes que participaban en las Olimpiadas de Munich en 1972, aunque otros ataques terroristas, como la masacre del aeropuerto de Lod el mismo año o el ataque sobre la carretera de Asquelón en 1978, causaron muchas más víctimas. Las guerras continuaron siendo una constante. Las guerrillas palestinas lucharon contra el Rey Hussein de Jordania en 1970, y fueron expulsadas hacia el Líbano por el monarca hashemita. La Guerra del Yom Kippur de 1973 fue el intento de Siria y Egipto de reconquistar sus territorios perdidos en 1967, y costó 2.600 muertos al ejército israelí, aunque no cambió la situación sobre el terreno. Sin embargo, fue en el Líbano donde israelíes y palestinos se enfrentaron cara a cara, tras la invasión israelí del país en 1982, para expulsar a las guerrillas palestinas que tenían su base en Beirut desde 1971. Quince mil combatientes palestinos fueron expulsados de la capital libanesa en agosto del 82, y al mes siguiente, falanges cristianas libanesas asesinaron a sangre fría a cerca de mil palestinos residentes de los campos de refugiados de Sabra y Chatila. Mientras tanto, los soldados israelíes que vigilaban los campos permanecían indiferentes. LA REVOLUCIÓN DESDE DENTRO, LA 1NT1FADA La intifada, el levantamiento de los niños y las piedras, duraría siete años y conseguiría unir a los palestinos en un frente común contra la ocupación israelí, además de levantar una oleada de simpatía internacional en favor de los jóvenes árabes que se enfrentaban con piedras a los soldados de uno de los ejércitos más poderosos del planeta. El levantamiento llegó en diciembre de 1987, en el momento en que el movimiento nacional palestino se encontraba en su punto más bajo. Con su cuartel general en los suburbios de Túnez, con sus guerrilleros dispersos por las cuatro esquinas del mundo árabe, y con los jordanos y los israelíes tratando de expulsarle de los territorios ocupados, Arafat y su lucha parecían destinados a convertirse en irrelevantes, afirma el analista político Thomas Friedman. Los mártires se contaron por miles, y los medios de comunicación contaron a diario las víctimas, hasta que la situación se hizo insostenible. El mismo Jefe del Estado Mayor israelí que afirmó que pondría orden en los territorios, aunque fuera por la fuerza, Isaac Rabin, ganó las elecciones al gobierno de Israel en 1992. Dos años más tarde, firmaba una declaración de principios con el líder máximo de la OLP, Yaser Arafat, en la que ambos reconocían mutuamente su existencia. Todos coinciden en que la intifada fue uno de los detonantes que llevaron a la firma de los acuerdos secretos que se negociaron en Oslo. La esperanza palestina, aunque débil, comenzaba a renacer de nuevo. EL LARGO CAMINO A CASA Además de la intifada, otros factores hicieron posible el primer acuerdo entre israelíes y palestinos. Yaser Arafat había reconocido de forma indirecta la existencia del Estado de Israel en 1988, al proclamar en el exilio un Estado palestino independiente en los territorios de Gaza y Cisjordania. La situación política internacional tras el derrumbe del bloque soviético y la victoria contra Irak en la Guerra del Golfo había dado lugar a la Conferencia de Paz de Madrid en 1991, en la que todas las partes coincidieron en que la solución del conflicto debía estar basada en la fórmula paz a cambio de territorios. En Oslo, se decidió la creación de la Autoridad Palestina, la concesión de una amplia autonomía para los territorios palestinos de Gaza y Jericó, y el regreso de Yaser Arafat del exilio, después de casi treinta años de lucha contra Israel. El festival palestino e israelí en las calles se vivió en directo la tarde del 13 de septiembre de 1993, con la retransmisión de la firma del acuerdo en los jardines de la Casa Blanca, en Washington, y estalló en un carnaval de alegría popular tras la llegada del Rais Arafat a Gaza, el 1 de julio del 94. CINCO PUNTOS EN LA AGENDA DE OSLO Si los desastres de 1948 y 1967 fueron los puntos negros de la historia nacional palestina, los acuerdos de Oslo han sido el único momento en el que ha renacido la esperanza. Las principales ciudades palestinas de Cisjordania abrieron los brazos a los nuevos dirigentes palestinos, a finales de 1995. Sin embargo, los jefes de los equipos negociadores dejaron para el final cinco puntos de difícil solución en la agenda de los acuerdos de Eric G. Matson, Soldados turcos dispersan a los manifestantes en la Iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalén, hacia 1914. Oslo, que han sido y continúan siendo problemas muy graves, pues afectan a la vida diaria de los palestinos que hoy viven dentro o fuera de los territorios de Gaza y Cisjordania. De los 6,5 millones de palestinos que existen en el mundo, más de 4 millones son refugiados, descendientes de los que huyeron de las guerras con Israel en 1948 y 1967. Solo un 38% de ellos vive en Cisjordania y Gaza. La mayoría, en campos de concentración en Jordania, Líbano y Siria. Estos refugiados viven desde hace treinta años una terrible paradoja; Israel no les permite regresar a sus casas en Palestina, y en ninguno de estos países árabes han sido aceptados como ciudadanos de pleno derecho. En Líbano no tienen libertad de asociación y en Jordania y Siria se les restringe el acceso al trabajo, por poner solo dos ejemplos. Los campos de refugiados son, sin excepción, focos de analfabetismo, pobreza y fanatismo político y religioso. En Gaza y Cisjordania, la mitad de los refugiados se aferra a sus pequeñas viviendas, donde habitan hacinados desde hace medio siglo para no perder su derecho a una compensación económica en el futuro. La mayoría ha perdido la esperanza de regresar un día a su hogar, y ve con odio la política israelí de otorgar permiso inmediato de residencia a todos los judíos que emigran a Israel. Los líderes israelíes que conquistaron Gaza y Cisjordania en 1967 tenían en un principio la intención de utilizar estos territorios como moneda de cambio para un acuerdo de paz futuro entre Israel, Egipto, Jordania y Siria. Así fue en el caso de Egipto, que firmó en 1979 la paz con Israel, a cambio de la devolución de la península del Sinaí. Pero, tras unos años, y después de la victoria forzada de Israel en la Guerra del Yom Kippur de 1973, comenzó a cobrar adeptos en el Estado judío la idea de la colonización y la posterior anexión de Gaza y Cisjordania, por motivos de seguridad y por razones de derecho histórico y religioso. Los sucesivos gobiernos laboristas y de derechas en Israel fomentaron la expropiación de tierras para la construcción de asentamientos judíos en lugares estratégicos o de valor religioso en los territorios ocupados. Grupos radicales religiosos judíos, como Gush Emunim, promovieron la redención de la tierra y el despojo de miles de hectáreas de propietarios árabes. En la actualidad, cerca de 150.000 judíos residen en Cisjordania, Gaza y Jerusalén Este en 176 asentamientos fuertemente protegidos por unidades del ejército israelí. La política de expansión de estas colonias no ha decrecido en los últimos años, a pesar del inicio del Proceso de Paz. En 1995, el gobierno laborista invirtió 95 millones de dólares en la expansión de los mismos. El futuro de Jerusalén, actualmente en manos de las autoridades judías, preocupa mucho a los líderes palestinos. Desde que comenzó la ocupación, se han otorgado licencias de construcción en el Este de Jerusalén para 60.000 viviendas de judíos, y tan solo 300 para palestinos. Las viviendas árabes edificadas sin permiso son demolidas de forma sistemática. La libertad de movimientos de los ciudadanos palestinos está fuertemente restringida, y sometida al control total del ejército israelí. Cualquier árabe de los territorios que quiera viajar al extranjero debe pedir un permiso especial a las autoridades militares israelíes. Las fronteras entre Israel y los territorios ocupados y autónomos cambian a menudo, y los israelíes utilizan con frecuencia el cierre de territorios para castigar a la población, que depende económicamente de miles de empleos en el mercado israelí. Se trata de mano de obra muy barata. El sueño de la creación de un Estado palestino permanece, por tanto, a años luz, y la soberanía nacional sigue amputada, a pesar del control autonómico de la Autoridad Palestina en el centro de las ciudades de Cisjordania y Gaza. LUCES Y SOMBRAS EN LA AUTONOMÍA Los palestinos han soñado durante tanto tiempo con su independencia política, que cuando ha llegado la Autoridad Palestina (AP), se han derrumbado muchas esperanzas. Durante el exilio, miles de ellos han vivido y estudiado en países de Europa y América, y se han empapado de la cultura occidental. Ahora se lamentan al comprobar que el régimen palestino se parece más a las dictaduras del mundo árabe que a otra cosa. Montar una guerrilla de liberación nacional es algo muy diferente a administrar un país. Los dirigentes de la OLP han pasado por dos reconversiones. Primero cambiaron, de ser líderes de un grupo terrorista, a partidarios de la paz negociada en 1988. Desde la firma de los acuerdos de Oslo, su tarea consiste en ser políticos, estadistas y tecnocratas. La Administración palestina se formó con miles de millones de dólares de ayuda de los países donantes del proceso de paz, especialmente la Unión Europea, Estados Unidos, Japón, Canadá, y algunos países del Golfo Pérsico. Desgraciadamente, se ha creado un clase de privilegiados que trabajan en la AP; se han inflado los ministerios de forma artificial; se han colocado figuras inexpertas en puestos claves por favoritismo político; y se ha permitido el uso del dinero sin control, que ha acabado por multiplicar los casos de corrupción hasta límites nunca conocidos. Las elecciones palestinas de enero de 1995 fueron un ejemplo de democracia, y quizá las más limpias que se hayan celebrado nunca en un país árabe. Yaser Arafat resultó elegido Presidente con el 82% de los votos, y se formó el parlamento con 88 diputados procedentes de todos los distritos electorales de Gaza y Cisjordania. Pero una democracia no consiste solo en la celebración de elecciones periódicas. Las organizaciones palestinas en favor de los derechos humanos están tan activas como en el período de la ocupación israelí. La Autoridad tiene a su disposición al menos cinco cuerpos de seguridad, entre policía de tráfico, municipal, nacional, guardia presidencial y dos tipos de servicios secretos. La Unión Europea paga los sueldos de los policías. Piensan que son indispensables para luchar contra el terrorismo islámico. Lo que no saben es que los mandos policiales están por encima de la ley, y utilizan a menudo su poder para amenazar a adversarios políticos o para luchas entre familias. Desde la llegada de la Autoridad Palestina, al menos 11 personas han muerto por malos tratos en las cárceles palestinas, y es habitual el caso de periodistas que son detenidos durante varios días, por haber escrito artículos abiertamente en contra del gobierno palestino. Por otro lado, la sociedad civil ha comenzado a renacer en las ciudades, bajo el control de la Autoridad Palestina. El sector de la construcción ha sido quizá el más beneficiado. Miles de nuevas viviendas se elevan en Gaza, Ramallah o Belén, donde antes había que pedir permiso a las autoridades israelíes. Las obras públicas como el asfaltado, alcantarillado y acondicionado de las vías públicas van mejorando poco a poco el deprimente panorama anterior, con la ayuda de donaciones internacionales. Gracias a los acuerdos de Oslo, desde 1994 los palestinos disponen de un sistema educativo y sanitario unificado y dependiente de la administración pública. El sistema de recaudación de impuestos para pagar estos servicios es aún insuficiente. Muchos palestinos se han acostumbrado al sistema de boicot a la hacienda pública israelí que existía durante la ocupación, por lo que todavía no existe una cultura de la contribución ciudadana a la Hacienda pública. El sector económico sigue siendo una sorpresa negativa para todos. Solo la Unión Europea ha contribuido con medio billón de pesetas en los últimos años (la mitad de las inversiones totales), en un territorio del tamaño de la provincia de Badajoz, con dos millones y medio de habitantes. A pesar de todo, el paro ha aumentado hasta el 42%, y se ha producido una caída de la renta media de las familias en un 35%. CULTURA EN PRECARIO Las duras condiciones históricas han impedido el desarrollo económico, educativo, cultural, sanitario y social. Salvo raras excepciones en el campo del teatro o la música, la cultura tradicional del árabe de Palestina permanece congelada en el ambiente de pesimismo general. Existe, sin embargo, un puñado de organizaciones culturales con una mayor presencia en Jerusalén. Muchas de ellas están vinculadas a instituciones religiosas como el Waqf (Autoridad islámica) o la Iglesia ortodoxa. Todos los años se celebra el Festival de Jerusalén en la parte oriental de la ciudad, con conciertos de música de todo el mundo árabe y exposiciones de pintura. Es famoso también el festival anual de teatro y marionetas de Jerusalén. Los cines que existían antes de la intifada fueron cerrados durante la revuelta y así permanecen. La llegada de los fundamentalistas islámicos y su presencia constante en la calle impide el desarrollo de un sector cultural palestino independiente. Todavía muchas de las representaciones culturales (música, pintura, escultura) utilizan temas relacionados con la lucha política o el nacionalismo. EL PELIGRO INTEGRISTA El desencanto ha calado entre las capas más pobres que, en los últimos años, han buscado una salida en movimientos radicales islámicos, como Hamás, que promueven actividades sociales, pero llevan a cabo también una campaña terrorista contra objetivos israelíes. Todo ello mina el proceso de paz. Los islamistas disponen de grandes cantidades de dinero de países árabes como Irán o Arabia Saudí, o de organizaciones internacionales islámicas como los Hermanos Musulmanes, fundada a principio de siglo en Egipto. La presencia integrista es fuerte en la sociedad. Las mezquitas se han multiplicado y constituyen auténticos centros de actividades de tipo social, sobre la base de una doctrina radical. En los últimos años, ha crecido el número de mujeres que llevan velo en las calles de las ciudades palestinas, y apenas queda algún local de venta de bebidas alcohólicas en Nablus, Jericó o Hebrón. En las ciudades con una mayor presencia de población cristiana como Belén, o Ramallah, los cristianos se quejan del acoso islamista. Con todo, el peor aspecto de los integristas es el terrorismo. Los líderes de Hamás o la Yihad islámica se han colocado en contra del proceso de paz desde la firma de los acuerdos de Oslo. Cerca de 200 israelíes han muerto en atentados terroristas suicidas en Israel desde el comienzo del proceso de paz. Las Brigadas Izaddim El Kassam, el brazo armado de Hamás, se han escapado de las manos de los líderes de este movimiento integrista, y ya no obedecen a sus líderes, que de vez en cuando piden una negociación política. 50 AÑOS DE SOCIEDAD PALESTINA Los diferentes acontecimientos que acabamos de recorrer han creado tres categorías de árabes de Palestina, que han vivido una suerte diferente desde 1948. Todos ellos poseen modos de vida y de pensamiento distintos. Los árabes israelíes se llaman a sí mismos árabes del 48. Son los descendientes de los que quedaron dentro de territorio israelí, después del establecimiento del Estado judío. Son cerca de un millón de personas que se han integrado a medias en la sociedad israelí y, aunque han disfrutado de los beneficios sociales en Israel, siguen sufriendo restricciones de derechos y confiscaciones de tierras. De todos los palestinos, son sin duda los más afortunados. Tienen derecho al voto y están representados con sus propios partidos políticos en la Knesset, el parlamento israelí. Los palestinos de los territorios de Gaza, Cisjordania y Jerusalén son 2.900.000, de acuerdo con el último censo de la Autoridad Palestina. Han sido los más golpeados por la ocupación militar, el robo de tierras, la discriminación social, la violación constante de los derechos fundamentales y el boicot económico israelí. En último lugar están los palestinos del exilio, ya sean refugiados en países árabes, de los que ya hemos hablado, o emigrantes en Europa, Estados Unidos, o Emiratos del Golfo Pérsico. La gran mayoría ha perdido el derecho a regresar a Palestina y trata de rehacer su vida en otra parte.